El 90% de los políticos con responsabilidades en la provincia de Málaga aterrizan desde algún puesto de la administración o simplemente viven y han vivido como políticos, esto es, también de la administración. La sociedad española en general está sufriendo un distanciamiento de su clase dirigente ya convertida en casta, lo que segmenta a administración y administrados en dos peligrosas trincheras bajo un mismo cielo, en teoría, a la caza de un mismo interés. Los políticos son los responsables, si no de la felicidad, si del bienestar de los ciudadanos. La ciudadanía debe considerar a los políticos sus representantes y no sus parásitos que es como se perciben, según estudios de opinión. El Gobierno anterior arruinó España. El Gobierno actual toma unos caminos que a nadie gustan porque ni explica el rumbo, ni señala una meta. Tampoco toma determinaciones que disminuyan la descomunal maquinaria en que se ha convertido el Estado. Cuando el ciudadano contempla en los medios a cualquier alcalde de ciudad endeudada o a cualquier presidente autonómico en vías de rescate que aluden a ataques hacia su representatividad por parte del Gobierno, lo que cualquiera piensa (al menos este servidor de ustedes) es que chillan por la pérdida de parte de su poder antes que por el bien común. Cualquiera que esté en contacto con la administración reconoce que no hay dinero. El arranque de nuestro motor es difícil una vez detenido, pero mediante adquisición de deudas España puede caer en la argentinización de su economía, es decir, en la caída absoluta en un agujero de pagos de intereses del que un país no se recupera jamás. La situación es lo suficientemente compleja como para que toda la clase política realizara (en subjuntivo) un ejercicio de responsabilidad y abordase la supresión de organismos injertados en el Estado por la puerta trasera con el noble propósito de colocar a amigos y familiares, con la bendición de sindicatos que también cogieron sus tajadas de influencia.
Así en el ámbito de la autonomía uno se entera de una oficina destinada a fomentar el sentimiento andaluz, o de otra dedicada a las artes taurinas. En el mundo municipal malagueño perviven otros organismos cuya existencia difícilmente se justifica si no es bajo el paraguas de esa cierta actitud cortijera a la que nuestro alcalde nos tiene acostumbrados cuando de sus coleguitas se trata. Que alguien sume esos sueldos y comprobará el ahorro. Pero en situaciones de crisis hay que tener mucho cuidado para que la pérdida de la calma no nos conduzca hacia la demagogia. Un político es un representante del pueblo. Una encomienda noble de la que cualquiera debería de sentirse orgulloso. En los tiempos de la transición democrática, la mayoría de la mejor intelectualidad española se lanzó hacia las responsabilidades públicas desde sus bufetes de abogados, desde las aulas o desde sus empresas. Ser político conllevó la redacción de la historia moderna de España. Y la España democrática avanzó gracias a esa clase política. Décadas después, personajes como Jesús Gil, y otros posteriores que lo han hecho bueno, demostraron que la política, o el braguetazo con una Infante del Reino, construía una magnífica pista de aterrizaje para el robo de guante blanco. Muchos mensajes que en la actualidad predican el descrédito de la clase política reclaman por deducción el regreso de la dictadura. Incluso los mismos responsables políticos que pretenden referendos a cada paso gubernamental desprestigian su propia condición y, repito, lo que uno ve detrás es la algarada por pérdida de la propia mordida. Es necesaria una nueva transición. Una regeneración del concepto, organización y funciones de un Estado que ha convertido a la sociedad española en el país de los lamentos y de la falta de iniciativa. Mientras, nuestra clase política sigue cultivando su podredumbre con esmero por palabra, obra u omisión como el pecado.