Durante el siglo XVIII, apodado el de las luces, con mayor fortuna de nombre que de realidad, proliferaron los llamados “prontuarios”; uno que tengo, por ejemplo, recoge al vuelo las principales reglas de la gramática de la RAE de 1771. Esos resúmenes se convirtieron en un instrumento deseado por ciertos sectores de la aristocracia y alta burguesía a quienes durante las fiestas y saraos de tronío les gustaba alardear de unos conocimientos que en realidad no tenían. El pueblo estaba demasiado ocupado sufriendo las habituales violaciones y penurias que por nacimiento le correspondían. José Cadalso ridiculizó a esta clase de sabios efervescentes en su libro “Los eruditos a la violeta” en 1772. Los tiempos corren que es una barbaridad y hoy nos encontramos con una hiperactividad comunicativa a través de las redes sociales. El homo moderno más que animal político, es animal de signos. Nunca el hombre ha hablado tanto ni a tanta gente a la vez ni a tanta distancia. Zoon semioticón como ya dijo Umberto Eco. Sin embargo, para la sabiduría de aquel pueblo que no participaba en las fiestas elegantes de los salones rococó, la palabra es plata y el silencio es oro. Creo que fue Manolete -perdonen si yerro- quien se retiró a una finca campestre solo con un subalterno; el torero no pronunció frase durante semanas y una tarde ante un bonito atardecer su ayudante le comentó: “Qué bien estamos aquí ¿verdad maestro?” El diestro respondió: “Estaríamos mejor si estuviéramos callados”. Las redes sociales están potenciando la comunicación, lo que está en nuestra naturaleza como las ganas de comer o de viajar a otra galaxia, a la vez que un peligroso tipo de trasvase de conceptos basado en las técnicas publicitarias ya más que asimiladas en nuestras reglas internas de generación de mensajes. Por resumir, demasiadas veces en vez de ideas se transmite propaganda de cartelería. Sobre todo, en mitad de esta gran crisis, con los peligros que conllevan una excesiva simplicidad en la visión de los problemas, mezclada con la irrupción de factores emocionales. Esto es, pensar a trozos con jirones de inteligencia.
Igual que una golondrina no hace verano, ni un verso hace poeta salvo en un relato de Borges que yo recuerde, un golpe de ingenio, a través de Tweeter o de Facebook no deja de ser más que eso un chispazo de gracia que algunos usuarios confunden con un incendio de ideas. Así corretean por la red las consignas, por ejemplo, del 15M y hay quien basa todo su enfoque de las actuales convulsiones políticas y mercantiles en esa especie de refranero de urgencias ya usado en el mayo del 68 en Francia. Seamos consecuentes pidamos lo imposible. Que paren el mundo me bajo aquí. Es muy difícil y trabajoso tejer un sistema como hicieron Hegel, Kant, Marx o Nietzsche, o … Hoy la posibilidad de hablar ha traído de la mano el inevitable filósofo de telegrama que incluso dispone de posibilidades gráficas que condensen una pretendida profunda visión que muchos repiten y repiten sin detenerse a mirar un mensaje que depende más de su acierto con las técnicas de propaganda y publicidad, que de su fluidez desde una reflexión sosegada y con perspectiva de cualquier hecho. Los pantalones vaqueros fueron símbolo de rebeldía hasta que su propia semántica los convirtió en producto susceptible de ingresar en el mercado. Todo para el pueblo pero sin el pueblo fue un magnífico lema que por más que los eruditos a la violeta lo cacareasen no albergaba más que una gran mentira en su composición. La octavilla del no pasarán sólo es eso ambulancia fraseológica por más que sea fácil que corra por la red o los SMS dado su útil tamaño menor aún que el de aquellos prontuarios dieciochescos que por lo menos obligaban a la lectura de algunas páginas para conseguir ese cierto brillo que hoy muchos eruditos de cíber-mundo de plis-plas nunca demuestran en una conversación de cinco minutos donde tantas palabras y tantos silencios caben.
Dios conserve su agudeza y capacidad de expresión.