Un estudio que publicó este periódico la semana anterior señalaba a los abuelos como el último bastión para que las generaciones jóvenes aprendiesen a comer sano, esto es, dieta mediterránea. Totalmente de acuerdo, mi madre cocina de cuatro tenedores para arriba un día cualquiera, aunque ella no se lo crea. Gracias mamá. Uno aprecia esto de verdad cuando ya ha trasegado una cifra ingente de restaurantes que cada vez más miran hacia las raíces y reivindican gazpachos, gazpachuelos y cocidos, aunque con toques de autor, como sujetos mucho más dignos de figurar en una carta de establecimiento español, antes que el gulash, el stroganoff o el strogonoff y las bullabesas dudosas como las llamaba Vázquez Motalbán. De él oí un ameno discurso sobre cómo la buena cocina de este país se debe a los partidos de izquierda que durante los años de la transición democrática fomentaron el plato de callos y el pincho de tortilla junto al quintillo de cerveza o tinto del lugar, frente a aquellas parafilias culinarias extranjerizantes que se implantaron durante los setenta y gran parte de los ochenta. Hace pocas décadas las familias salían para comer en la calle lo que no aparecía por casa, codillo de cerdo con chucrut, por ejemplo. Hemos alcanzado tal cota de desarrollo absurdo que ahora salimos para comer en la calle lo que ya es complicado comer en casa si no es un finde, claro. Pero ahí llega el efecto llamada de la calle y después de cinco días corriendo entre el trabajo, el colegio de los niños y la casa, a pocas familias le apetecerán poner a remojo unos garbanzos o unas alubias para compensar el exceso de proteína acumulado. Aún recuerdo, por echar mano de hemeroteca, un artículo de un buen amigo que, inmerso en su plácida existencia, no entendía por qué la gente no paseaba hasta el mercado por las mañanas y compraba un jurelito que estaba muy barato y lo acompañaba de unas verduritas fragantes y frescas como él hacía. Mi amigo no caía en la cuenta de que durante su paseo, el resto de los mortales disfrutaba de atascos en el acceso a los polígonos y otras ordinarieces semejantes. El artículista no comprendía por qué los gordos estábamos gordos. Sólo le quedó solicitar la Solución Final, o la obligatoriedad del método Lucía Etxebarria, una vaquita electrónica que muge cuando se abre el frigorífico.
La mejor cocina casera del mundo ha sido la española, du monde, escrito así en francés para que suene más culinario. Ahora que nos hemos dado cuenta vivimos de modo tal que no podemos realizarla por falta de tiempo e incluso por falta de dinero. En casa del pobre todo se vuelve graso. Tras la publicación del informe y sus réplicas en tertulias alguien aconsejó que, mediante impuestos, se aumentara el precio de la comida ya elaborada. Basta con acercarse a cualquier supermercado y observar durante un rato la caja. En efecto, hay carritos que salen repletos de pizzas, mini-pizzas y latas de tomate frito junto a macarrones y salchichas, pero la misma cantidad de alimento para las mismas personas transmutada por la varita mágica de un hada en verduras frescas, carnes de calidad, pescados y frutas de primera multiplicaría la cuenta hasta la frontera de lo indecente. España se ha convertido en el primer exportador de alimentos de Europa, pero igual que Alemania financia su deuda barata por la inseguridad que supone invertir en la nuestra, los alemanes bajan su colesterol a costa de que suba el nuestro. Junto con la falta de tiempo y unos horarios laborales tan dementes que sólo existen aquí, la dieta mediterránea es cosa de ricos o de jubilados. Para marginales siempre quedan los kebab, las albóndigas o alubias en lata y salchichas en microondas con patatas fritas de bolsa. Al precio que está el aceite de oliva ni un huevo frito queda ya como consuelo. España produce unos maravillosos alimentos pero no para los españoles, de otro modo, el paro equivaldría a salud y los desempleados se distinguirían en las calles por su buen color de cara y aspecto, pero no, ni eso. Ya digo en casa del pobre todos gordos.
Verdades como puños, un gran artículo!
¿Por eso hace tiempo que no invitas a salmorejo… digo a Porra Antequerana???
Tienes razón pero se puede decir lo mismo sin tantas vueltas ya que empalaga un poco.
¿De qué color es el mar?…
Transparente, aunque se pueda ver a veces azul, azul verdoso, gris plomizo.
Ni lo básico.
Eso sí, todo el mundo sabe con quién se casó la prima del exnovio de Belén Esteban.
Se ve que el cerebro también está mal alimentado