Con motivo del primer cumpleaños de esta legislatura, Don Francisco de la Torre publicó ayer en la prensa un texto que, además de su redacción descuidada, muestra a la ciudadanía el sesgo tecnócrata de quien conduce al Consistorio malagueño. Tras una andanada de macro-datos comparativos y de frases vacías de contenido que trastean una mediocre elocuencia, a este ciudadano le queda la sensación de haber leído el informe de un contable o la memoria lastimera de una inmobiliaria. Cualquier ciudad se ubica más allá de las maquetas, los planos y los envoltorios presupuestarios. Don Francisco sabe de una Málaga de vecinos en protocolo y fotografía aérea; ni esquinas ni aceras, sobre todo de las domiciliadas en segunda línea de avenida principal. Esta ha sido la característica insuflada a sus corporaciones durante sus mandatos. Un Teatinos trazado con escuadra y cartabón para que los proyectos aportasen rápidos euros a las arcas y un abandono en los viejos barrios y en el centro histórico de la ciudad y aledaños. Que levante la mano quien haya visto al alcalde pasear entre las basuras y ruinas de Lagunillas. Se acerca por calle de La Victoria en romería y ya está. Esta actitud suya, sello de su política indoor, si me permiten el anglicismo, parece que ha sido contagiada a gran parte de sus ediles y desde ahí, como en cascada administrativa, al resto de órganos encargados de que una ciudad funcione, es decir, de que su ciudadanía disfrute de unos parámetros de calidad de vida y de civilización propios de la zona donde en teoría geográfica nos situamos. Las autoridades permiten en Málaga costumbres intolerables en cualquier otra urbe. Este sábado contemplé cómo un vecino, cubo y esponja en ristre, lavaba su coche a media mañana en Carreterías bajo el decorado de unos cincuenta metros de balcones, desde la Tribuna de los Pobres dirección hacia Álamos, cubiertos por ropas tendidas al sol sobre las barandillas. Y no es que celebraran el paso de la Virgen del Rocío a la que se le ofrecen adornos de colchas y no ristras de bragas y calcetines. Mientras en ciudades como Niza, su alcalde emprendió hace años una campaña insistente contra quienes anduvieran descamisados por sus calles, aquí las estampas de chabola y de selva urbana se capturan a pocos metros de un hotel de máxima categoría. Ya digo, los concejales junto con el alcalde conocen Málaga por catálogo.
La misión de un ayuntamiento consiste en equilibrar ese cubo de intereses compuesto por vecindario, negocios, casas y edificios singulares. El alcalde ofrece datos de cuadraturas contables, pero olvidó los efectos de los servicios que un ayuntamiento tiene que ofrecer. En el Centro abundan calles minadas por excrementos de perros y zonas semejantes a una ciudad tras un bombardeo por donde corretean ratas que incluso sacan la navaja si las miran. Se producen actitudes incívicas muy complicadas de erradicar, pero en otros casos su existencia sólo se explica mediante una absoluta desidia y dejadez en las funciones propias de los responsables munícipes. La semana anterior el Ayuntamiento emprendió una cruzada contra las terrazas de los bares. Las mesas no pueden impedir el tránsito de peatones. El mismo sábado también a media mañana un grupo de turistas asistía a una explicación histórica frente a la Iglesia de San Juan donde varias mesas de bar se disponían ante la verja de la puerta. Un anuncio de corte de suministro eléctrico pegado sobre la pintura afeaba su fachada trasera. No sólo los grafitis y las firmas hacen daño a los edificios históricos. La policía municipal cumple órdenes pero para dar una orden hay que saber qué orden dar. El alcalde de Rota iba con una libreta en el bolsillo, paseaba sus calles y anotaba los desperfectos que veía. Los concejales de Málaga, con su alcalde como ejemplo, cultivan el despacho y sus propias casas donde no han descubierto ninguna imperfección digna de reseña. Más que alcalde de Málaga, Don Francisco parece alcalde de Teatinos.