Los alcaldes de 21 pueblos de la provincia de Málaga se quejan porque no reciben cursos de formación de la Junta de Andalucía, o no les conceden la cantidad de cursos que quisieran, la calidad se deja aparte. El sistema educativo español se transformó hace años para que un trabajador pudiera reconvertirse en el plazo de dos cursos escolares mediante un ciclo de grado medio, o uno de grado superior; en ambos casos se garantiza una formación laboral de calidad y sólida, con titulaciones homologables e incluso válidas en algunos casos como créditos de asignaturas universitarias. Las capacidades que después cada persona tenga para buscarse el puesto de trabajo o el sustento van por otros derroteros. La vida se compone de saberes y sabiduría. La Junta embrolló este sistema de formación profesional con un entramado de talleres, escuelas taller, cursos, cursillos y otros sucedáneos de capacitación laboral que trincaban fondos europeos para el desarrollo. Academias, empresas, sindicatos, ayuntamientos y asociaciones se benefician de este dinero que la Junta otorga sin un criterio claro. Este catálogo formativo que nadie parece juzgar abarca desde cursos que en efecto rellenan pequeños yacimientos de empleo fuera del sistema educativo general, junto a otros que sólo contribuyen a la ocupación de las horas en su sentido más estricto. Miles de jóvenes abandonaron las aulas llamados por el olor a billetes rápidos que desprendían las obras y la albañilería sin cualificación. Quienes hace una década eran maestros albañiles ahora tendrán más o menos trabajo pero estoy seguro de que nunca faltará un sueldo que entre en casa aunque la crisis ocasione una falta de continuidad en los ingresos. La situación grave se produce cuando después de casi diez años quienes llegaron a los tajos han salido con iguales conocimientos aptos sólo para cargar sacos o para trasladar tablones y sin haber ahorrado un euro de un capital al que accedieron de modo fácil. A los despachos de los institutos llegan antiguos alumnos, algunos casi con treinta años y familia, para preguntar a sus profesores qué pueden hacer. No figura en su currículum ni el graduado escolar y diez años fuera del pupitre es mucho tiempo. Una tragedia que afila sus peores momentos con cada día que pasa.
La Junta detrae fondos de la formación general y reglada para que en cualquier organismo se imparta a nuestros parados, por ejemplo, un cursito de 80 horas sobre Internet, o sobre técnicas en sistemas informáticos, así con títulos rimbombantes y de tronío que enmascaren conocimientos elementales sobre esas materias. Y así otros muchos de dudosa utilidad formativa. La Junta financia una perpetuación del obrero mal cualificado que sabrá abrir un correo electrónico o comprar un ordenador por catálogo, habilidades imprescindibles en el actual mercado de trabajo, pero con las que nadie va a encontrar un empleo de verdad. El interés de los alcaldes por este tipo de cursos caminará por cualquier otra senda menos por la del deseo de un desarrollo efectivo de su pueblo. Se enquistó la cultura de la subvención unida a la del pan para hoy. Durante los años de bonanza económica los poderes públicos deberían de haber conseguido la diversificación de las inversiones según las características de cada zona, junto con un aumento del gasto en centros de enseñanza ahora necesarios para que miles de ciudadanos puedan obtener un título mínimo que los capacite para la lectura de un manual de instrucciones, o del billete hacia Alemania. Andalucía arrastra el mayor paro del Estado con mayor desempleo de la Unión Europea, una sociedad vulnerable por su falta crónica tanto de empresarios como de trabajadores muy bien preparados. La situación no parece que vaya a mejorar pronto y habrá que aguardar a que en el resto de Europa vayan muy bien las finanzas para que aquí nos dediquemos de nuevo a construir casas donde los señoritos disfruten al sol y necesiten parias españoles con un título expedido como tal en la academia de su pueblo, eso sí, bajo el lustroso eufemismo de, por ejemplo, especialista en relaciones exteriores, 100 horas, con 20 horas de inglés para llevar maletas o fregar el suelo, ocupaciones muy dignas y muy precarias.
José Luis te veo en estos últimos artículos menos sarcástico, lo que lamento es que estas verdades no aparezcan en los titulares de los medios de comunicación, leemos o vemos como un alcalde se encadena o el número de ordenadores que se entregan al alumnado, pero no se analiza la situación real y el despifarro de nuestros políticos.