La Universidad de Málaga ha agotado casi todas las plazas para estudiantes que puede ofrecer, más de 35000. El paro y los bajos sueldos en tareas de poca cualificación, junto con una mayor conciencia colectiva de la importancia que la formación tiene para la auto-realización de cada ciudadano han contribuido a que se produzca este lleno absoluto de tan venerable institución. Tal vez habría que preguntarse si quien accede al pupitre sabe lo que está haciendo. Proliferan las indignaciones de titulados que a pesar de su grado, licenciatura o máster no encuentran trabajo. Difícil equilibrio de conceptos. Que una sociedad disponga de muchos titulados no garantiza su bienestar económico. En la memoria quedan la Unión Soviética y sus estados satélite con gentes muy preparadas conducidas hacia la emigración y la supervivencia. Los saberes universitarios no pueden estar divorciados de la sociedad ni de los tiempos actuales, pero tampoco se deben ceñir a los de una academia avanzada; sus fines son otros que van más allá de lo puramente técnico y de lo inmediatamente práctico. La respuesta a las posibilidades laborales que una carrera universitaria alberga sólo se halla en cada persona, en sus aptitudes, en su actitud y en la rentabilidad que luego sepa extraer de la formación que ha recibido. El sistema universitario de Estados Unidos permite una mayor disparidad en la enseñanza de sus estudiantes que el europeo en general; sus graduados se adaptan con cierta facilidad a los vaivenes de los empleos e incluso las posibilidades del reciclaje de sus conocimientos son más amplias que las de este lado del Atlántico. Pero una de las razones que logra el reconocimiento de sus graduados y máster se basa en el dinamismo empresarial de su sociedad, elemento que aquí falta.
Un título no garantiza un puesto de trabajo. Causa desazón cuando los licenciados se sitúan frente a la cámara para lamentar que a pesar de su exhaustiva instrucción nadie los contrate. Un especialista en lenguas clásicas no parece que vaya a recibir un gran catálogo de ofertas laborales; sin embargo una de las jefaturas de una multinacional eléctrica está desempeñada por alguien con ese currículo. El diseño del perfil se fundamentó en que la empresa disponía de ingenieros pero carecía de un relaciones públicas capaz de pasear con directivos de esa u otra fábrica y conversar con ellos y sus familias de temas más allá de los recurrentes. La formación de aquel aspirante, imagino que junto con otras capacidades, encajó con la demanda. Muestra el refrán que no hay palabra mal dicha si no es mal entendida; del mismo modo no hay título universitario inútil si no es mal rentabilizado. Un gran amigo, licenciado en Filología Hispánica, respondió en una entrevista de trabajo para representante de una fortísima farmacéutica europea que él se presentaba a ese puesto porque sobre todo sabía hablar y muy bien y con todo el mundo. Lo consiguió en competencia con químicos, biólogos y médicos. La función de la Universidad no puede supeditarse a los datos que figuren en las oficinas de empleo, frecuente error de muchos que acuden a las aulas como si en estas forjaran al final del ciclo el escudo perpetuo contra las crisis y sus zozobras. Las Facultades enseñan a razonar en el ámbito de unos determinados conocimientos, pero la conexión inmediata con lo que se considera exclusivamente útil anda por otros derroteros y quizás este aspecto no es comprendido por todos los matriculados. Einstein como oficinista soñaba con otros territorios para la física, luego la vida le sonrió con una plaza como profesor bien remunerada. Grigori Perelmán, uno de los grandes matemáticos actuales, vive con su madre recluido en un modesto piso de San Petesburgo. Ese ánimo que desea descubrir el saber, combinado con el disfrute de la edad juvenil, teje el equipaje adecuado que debe acompañar al estudiante universitario, el triunfo laboral depende de otros muchos factores en gran parte ajenos al campus.