La semana anterior se hizo pública la posibilidad de que los neutrinos sean partículas más rápidas que la luz, lo que invalidaría la física tal como la explicó Einstein. Los físicos cada vez se parecen más a los teólogos y hablan de conceptos ininteligibles para toda persona que no esté ya iniciada en esa especie de secta que constituyen a causa de los misterios insondables sobre los que reflexionan. Hay quien dice que el experimento con los neutrinos se hizo mal, y hay quien dice que es que llegaron a su destino antes que la luz porque se metieron por otra dimensión y por tanto acortaron la distancia. Si algún físico pudiera darme la dirección de la tal dimensión se lo agradecería; desde que a nuestro alcalde le dio por la que iba a ser breve remodelación de la Plaza de la Merced tardo casi veinte minutos en cruzar calle Victoria y a veces llego tarde al trabajo. Me dan ganas de ser neutrino; aunque también me dan ganas de ser rico y entonces, entonces sí que el tiempo se hace relativo y la hora de acudir a mis obligaciones de rico sería cuando a mí me diera la gana en el marco de esa absoluta relatividad física y moral en que convertiría mi vida. Igual que los neutrinos que son partículas que no se relacionan, si fuera rico sería un rico neutrino para que ni amigos ni parientes me fastidiaran con sus angustias monetarias que ya quedarían fuera de mi universo y de las dimensiones por las que me movería a la relativa velocidad que quisiera ya sin estar coartado por miedo a las multas de los radares y sus consecuencias desastrosas sobre mi final de mes. Mis abogados relativizarían todo y algún fajo de billetes enviado a algún juzgado imagino que también transformaría los hechos absolutos en muy relativos. El campo de la física y la relatividad tiene grandes aplicaciones en la vida diaria. Apenas uno inicia su especulación ya surge en su horizonte personal teoría tras teoría. Pero un aspecto misterioso de las ideas de Einstein era la posibilidad de viajar en el tiempo si existiera algo más rápido que la luz. Si se confirmara que los neutrinos no han sido tramposos con sus atajos y que el experimento no ha sido calculado como el metro de Málaga, entonces ya tendríamos el elemento que faltaba.
Consideraría un error grave el que la humanidad dispusiera de una máquina para viajar en el tiempo. Sería carísima, pero se podrían buscar patrocinadores y, por ejemplo, enviar folletos publicitarios a la Edad Media o gastar a aquellas ingenuas y crédulas gentes bromas que se retransmitirían en directo por televisión. Todo es ponerse a pensar. Lo malo sería la tentación de eliminar esos personajes históricos a los que tanto sufrimiento se debe. ¿Quién se resistiría a pegar un par de collejas y un chicle en el pelo a un Hitler adolescente en la cola del tranvía? La lista inicial sería fácil. Pues eso, eliminemos a Hitler y al gordo Göring, a Bin Laden y a Stalin. Woody Allen incluiría al que inventó los muebles de metacrilato y yo al que hace sonar el claxon de su coche bajo mi ventana todos los domingos. A partir de aquí las propuestas constituirían un disparate irrealizable e incluso peligroso por el estado en que podría quedar el planeta. Los anti-progreso querrían devolvernos a la época cavernaria y pretenderían borrar a todo inventor, Arquímides incluido. Los naturófilos a los médicos desde Pasteur a nuestros días. Los del Real Madrid ya se sabe. El chiste ese que comenzaba con la viuda de Jordi Pujol camino del entierro de Arzalluz, se intentaría hacer realidad. Unos se querrían llevar por delante a unos y otros a otros, lo que encendería el debate de tal modo que frente a la puerta de la máquina para viajar en el tiempo se entablaría una batalla por entrar e impedir la existencia, no ya de los personajes abyectos que cada uno inscribió en su boletín ideológico, sino de la madre del tipo con el que se ha discutido media hora antes por si era conveniente que no existiera Jesulín de Ubrique y su circo, o María Jesús y su acordeón. Como vemos, los avances físicos deben ser entregados a los humanos con mucha prudencia; nuestra condición biológica arrastra aún ciertas taras incompatibles con algunos descubrimientos de la ciencia y hasta con revelaciones teológicas. Así somos.