Hoy cuatro de julio, fiesta en Estados Unidos, mayor que la próxima de San Fermín, también celebrarán algo en Macharaviaya que tiene mucho de sabor americano auténtico. Allí nació en 1746 el militar Bernardo de Gálvez uno de los héroes significativos de la guerra contra los ingleses por la independencia de los Estados Unidos y uno de los pocos malagueños que ha señalado en el mapa del mundo para muchos americanos no sólo a Macharaviaya, sino a Málaga, Andalucía y España. El europeo, y más el español, considera que el orbe está obligado a saber sobre él y a reservarle un hueco en su universo cultural quizás a causa de fenómenos como que el meridiano de Greenwich cruza por Londres y Barcelona, o que el planeta fue cartografiado, y ya de paso esclavizado, por sus navegantes. Habría que revisar un poco esos tintes ideológicos que, igual que el Colacao en la leche, se transmiten batidos entre las párrafos de historia. Nosotros nos creemos que España existe porque estamos aquí, cuando uno se mueve a cualquier allí se lleva un corte. En un mundo globalizado, la marca de cada país supone un elemento fundamental para sobrevivir no sólo como entidad, sino para sobrevivir desde un punto de vista económico. Los Estados Unidos sienten una extraña devoción por todo lo francés. Los padres de su patria estaban imbuidos del espíritu enciclopedista y del racionalismo que condujo a ambos pueblos hacia su independencia y hacia la revolución que entregó el poder al pueblo. Este hecho ideológico en el imaginario americano ha producido conceptos tales como que a todo lo que se considere cuidado, fino o especial, se le llame francés. Una ventana tradicional se llama francesa, igual que a una puerta interior con cristales, o a unas humildes y simples patatas fritas. Todo lo bueno viene de Francia según esa visión de la existencia. Hasta tal punto llega esa franco-filia que el idioma francés se estudia como segunda lengua en sus escuelas a pesar de que su importancia a nivel mundial es relativa y más que simbólica en los Estados Unidos.
Pasé un mes en Nueva York y comprobé la mínima presencia de España en la capital del mundo. Que nadie confunda lo español con lo hispano porque lo uno no conduce a lo otro. En las vinaterías de Manhattan el cliente encuentra caldos chilenos, australianos, californianos e incluso blancos del propio Estado -buenos por cierto-, pero sólo leves testimonios y no siempre aceptables de la industria vinícola española. Este ejemplo sería extrapolable a todo lo demás; por poner una excepción honrosa, Zara en la quinta avenida si no recuerdo mal. De esta grave crisis de modelo productivo que estamos padeciendo, nos están librando las exportaciones junto con el turismo, pero nuestra presencia en el mercado americano es mínima frente a otros competidores. Colón no es considerado español. Personajes históricos como Gálvez constituyen una puerta fundamental hacia la presencia española en aquellas tierras. Bernardo de Gálvez, él solo, como dice su escudo de armas, ha hecho una gran labor por España tanto durante su vida aventurera como mediante la invocación de su memoria. Miles de ciudadanos americanos sitúan a Macharaviaya en un mapa de Europa que lejos de aquí, y del norte de África, no interesa tanto como creemos. Existe un monumento en Washington dedicado a la memoria de este español al que George Washington pidió que desfilara a su derecha como prueba de reconocimiento. Hace años que la política exterior española transcurre por senderos erráticos y de dudoso interés; olvida la reivindicación de muchos hijos de España. Gálvez significa una inapreciable campaña publicitaria que insertaría el nombre de nuestro país de modo duradero en amplias capas de la sociedad americana. Evitaría que la tortilla de patatas allí se tildase como tortilla francesa y nadie diría que Colón era francés y profesor en la Sorbona, ni que Michelle Obama veraneó en la Marbella de la Costa Azul. Llevamos décadas de oportunidades, de hermandad y posición cultural y de mercado perdidas a pesar de que Gálvez nos puso tan fácil la conquista sentimental americana, como a ellos su independencia. Aquí julio sólo es San Fermín que seguro viene de Francia por cierto.