Yo creí que conocía uno de los oficios más duros del mundo. En Times Square, Manhattan, se encuentra una enorme tienda de M&M, marca de las chocolatinas de colores, industria floreciente y uno de los iconos mundiales de la sociedad de consumo. En esa enorme sede neoyorkina, decorada con una inmensa pantalla desde la que los chocolatitos saludan al paseante, un empleado custodia un pasillo con unas quince o veinte columnas transparentes desde las que el comprador se sirve los chocolates del color que prefiera; nunca imaginé tantos colores para algo tan nimio como un apenas bocadito de chocolate. La tarea del empleado consiste en que los clientes, decenas de niños ante cada una de aquellas columnas, introduzcan en la bolsa el producto elegido que llueve como del cielo, la cierren y la lleven hacia la caja. Lo vi en acción varias veces en pocos minutos. Chillaba a los niños y no tan niños que abrían el dispensador de aquellas cataratas de colores dulces y se metían un puñado en la boca. Gritaba con un vozarrón más que notable. Por continuar con la anécdota, regañó a dos chiquillos hispanos; luego, los padres hablaron con ellos y me enteré que el niño se llamaba Jack Daniel’s, quizás en honor al licor que facilitó su concepción. Yo creí que aquel empleado tenía una de las misiones, dentro de la legalidad laboral, más duras de este planeta junto con el estilista de Belén Esteban. Pero esta semana he aprendido que el Hermano Mayor de cualquier cofradía bajo borrasca atlántica se sitúa en el primer puesto de las ocupaciones más duras del mundo. Desde la comodidad de mi televisor vi cómo asumían sobre sus espaldas una responsabilidad más grande que los tronos que protegían con su prudencia. Al instante de su comunicado, lágrimas, abrazos y desconsuelo no sólo para hombres de trono y penitentes, sino para una Málaga que depende de su Semana Santa no sólo como alimento espiritual de creyentes, sino como alimento material de muchas familias. No están los tiempos ni para despreciar estas aguas que algún día echaremos en falta, ni como para permitir que se escape un sólo euro volandero que a nuestra tierra acuda.
La buena noticia, aunque la semana haya sido dolorosa para muchos, se cifra en que los viajeros no han huido a causa de la lluvia, ni por la casi inexistente semana procesional. El turismo de sol, playa y tradiciones ha modificado sus hábitos. Imagino que la inestabilidad social de competidores como Oriente Medio, Egipto o Túnez habrá desviado vuelos hacia nuestras orillas. A nuestras autoridades y diferentes organismos corresponde ahora que esta tendencia se consolide. Esta semana que ha pasado se ha cumplido la letra de aquella canción, una mano miraba al cielo, la otra en el cajón del pan. El milagro ha sido la multiplicación del pan que si no ha rebosado por los laterales, parece que tampoco se ha quedado corto bajo circunstancias tan adversas. El trabajo realizado desde las diferentes administraciones está dando sus frutos con paciencia. Buenas infraestructuras para el transporte, una hostelería cada vez más eficiente, una red sanitaria que ahuyenta el riesgo, o una política cultural que rescata o aporta patrimonio ha convertido una zona dependiente de la voluntad de las nubes, en un destino atractivo donde el visitante puede realizar rutas gastronómicas, museísticas o de mero descanso en el interior de la provincia que también se ha activado como generadora de atractivos. Pero aún faltan inversiones públicas y privadas de las que el ciudadano no comprende su ausencia, como el saneamiento integral de la costa y de nuestros ríos, o la falta de restaurantes con igual renombre a los de más allá de Despeñaperros cuando la cocina popular andaluza es una parte del cielo servida en un plato. España es un país caro y Málaga no es barata. Aquel turismo que situó a Torremolinos en el mapa del mundo y, mediante contagio, a más de media España se basó en precios bajos que compensaban las pésimas carreteras, aquellas vichiçoises más que dudosas, como las llamaba Vázquez Montalbán, y una higiene general que hoy no tolerarían más que los escarabajos peloteros. El milagro de esta semana se ha producido, ahora falta que tras el favor divino llegue el trabajo humano. Si una chocolatina bien vendida ha conquistado el mundo, un lugar tan agradable como Málaga lo podrá lograr, pero mediante esfuerzo.
Puedo contar de primera mano, ya que trabajo en hostelería y en un lugar totalmente turístico como es Puerto Banús, donde todo está pensado para aquellos que vienen a pasar sus vacaciones en nuestra tierra, que esta semana santa aunque no ha sido grata para los cofrades, no ha sido un gran fracaso ya que «Dios aprieta pero no ahoga», nos envió mucha agua pero nos dio una temperatura lo suficientemente agradable como para no quedarse en el hotel. Respecto a lo que nos falta todavía…sí, la subida de estos peldaños se nos está haciendo eterna y claro que no ayuda en nada los precios, pero también nos ayudaría tener una mejor preparación de frente a la hostelería y restauración como por ejemplo subir el nivel en el aprendizaje de idiomas, intentar parecernos un poquito más a otros países europeos donde son bilingües, no estaría nada mal intentar dar más variedad de elección en cursos y modulos relacionados con el sector turístico ya que en nuestra ciudad es donde podemos asegurarnos un puesto «casi» seguro.
Para terminar, darte la enhorabuena Jose Luis siempre leo tus artículos y ¡me encantaría firmar un papel donde me des clases de ICO toda la vida!.
Me alegro de que la hostelería no hay sido un fracaso en Semana Santa..ya hemos tenido bastante con las procesiones…al menos algo no se ha visto «aguado» del todo…que no es plan en estos tiempos que correm…
Lo importante es poder ofrecer a los turistas una alternativa al turismo de sol y playa , para cuando como en estas fechas , el tiempo nos juega una mala pasada.