El personal sanitario se manifestó en días anteriores en contra de la violencia que a veces se produce contra ellos en los centros de salud y hospitales. Casi toda la sociedad española pasaba hasta hace pocos años por la pila bautismal, hoy por donde toda pasa es por las escuelas y las consultas médicas, instituciones en las que aparecen esos incomprensibles brotes de agresividad hacia unos profesionales cuyos pecados consisten en educar y sanar. Si estas comodidades se ofrecieran a cualquier país pobre de nuestro entorno, la inmensa mayoría de sus habitantes se daría un martillazo en la boca por disfrutar esos lujos que aquí son despreciados por un segmento de la población mayor del que sería deseable. Pero así estamos. España ha sido un país piojoso hasta hace poco en términos sociales, y la pobreza es fea hasta en los comportamientos. Hemos extendido dentro de nuestras fronteras la sanidad y la enseñanza. Cuando alguien pasa las lindes de estas tierras ya tiene derecho a que un grupo de trabajadores muy cualificados lo formen como persona y curen sus males, pero estos bienes no caen del cielo, cuestan esos impuestos que parte de la sociedad no paga porque no tiene, y a veces el problema es que se confunde el derecho a, con la esclavitud de. Los españoles ya no pasan por la pila bautismal y la creencia en alguien con contactos divinos se ha difuminado. A la vez, ni los médicos ni los maestros son considerados personas con conocimientos complejos adquiridos durante años de estudio y por tanto no son susceptibles de ser respetados. Si más de uno pudiera, entraría en el quirófano para explicar al médico lo que tiene que hacer, que para eso está Internet y las paraciencias. Todo lo que se democratiza tiende a la ordinariez. Fijémonos en la costumbre de ir a la playa en verano. La sanidad arrastra el problema de que por sus dependencias pasa la sociedad española y aquí aún quedan grandes bolsas de marginalidad. A ello se han unido los eruditos a la violeta que con un par de libros mistéricos leídos ya hablan de tú a tú al neurocirujano. Recuerdo aquella familia que, cuando ingresaron al abuelo en el Carlos Haya, se dedicó a apedrear los cristales de Urgencias. Si el abuelo hubiera reventado de dolor por el suelo de la chabola sin derecho a acudir a un hospital habrían clamado por un médico, pero el dinero fácil y los derechos gratuitos son menospreciados.
Ya quedan lejanos aquellos tiempos en que el cura soltaba cuatro latines y el pueblo se ponía de rodillas. El personal sanitario también tiene que saber comunicar su ciencia para que el usuario, de todo estrato educativo, se calme y eso implica también a la administración que además apuesta por macro-hospitales al estilo soviético y aún no ha resuelto el que los hospitales dejen de parecer ferias donde se roba a los pacientes en sus habitaciones, o las personas no tienen ni la mínima dignidad de estar en una habitación propia para soltar sus gases con o sin ruido. En el tercer mundo están peor, pero esto aquí en el primero se califica como condiciones precarias. Cualquier gran empresa comienza su diseño por la eficacia y por la atención a los clientes si se trata de dar servicios. La sanidad pública funcionará muy bien en la atención especializada, pero no en los accesos de los usuarios ni en el diseño del flujo de la información. Para idear una sala en la que se está y se espera uno en una silla no hay que ser ningún genio. Esa llegada como en desorden a la consulta, la incomodidad de los espacios, la sensación de impunidad entre el cierto caos de pasillos y habitaciones y la falta de un diseño de atención, ocasionan que más de un chulo de barrio decida imponer la ley de sus puños en una situación que le causa estrés, incomprensión y no le provoca ningún respeto ni por seguridad, ni por sabiduría del médico, ni porque tenga conciencia de que recibe un servicio carísimo. De esos lodazales psíquicos salpican las amenazas a los médicos. Si alguien puede fumarse su cigarrito en los pasillos del hospital, si a cualquier hora se juntan quince familiares en una habitación y allí defecan y todo, significa que aquello es una calle más del barrio y en las esquinas se imponen las leyes de la calle. El problema apunta hacia quienes reciben un pastón al mes por dirigir la sanidad pública, obstinados en demostrarnos una y otra vez que no son los mejores.
Recuerdo, cuando se abrieron los banderines de enganche sindical, a finales del tardofranquismo, que tanto en Málaga como en los pueblos del interior se aleccionaba a la gente con un discurso que entonces calaba bien en el personal y que trataba de “sus derechos”. Tenéis derecho a… y si el mierdecilla del patrón dice tal pues a denunciar y punto…lo que hay en el campo es de todos (y entonces surgieron domingueros por un tubo, arramblando con todo, una mano por tierra y la otra por aire. Y conste que esos, en su gran mayoría, no eran unos enmayaos al uso, pero le echaban cara al asunto y a la que les llamabas la atención te estaban pidienco escrituras del terreno). Claro que también existían algunos deberes, como el de denunciar o tildar de fascista al que dijera lo contrario. Y ahora que lo público lo tenemos a huevo, es nuestro, pues a hacer mangas de capirote. Por lo que tengo visto, existen algunas diferencias con países del primer mundo, como el nuestro, es un decir, que hoy quedan a un tiro de piedra. Durante la última guerra balcánica, llegaron a Suiza muchas personas heridas. Pues bien, las curaban humanamente y, tras la estancia hospitalaria, las ponían en la frontera, fuese la italiana, francesa o alemana y búscate la vida. Vivir para ver o no sabemos lo que tenemos, que tan poco lo cuidamos. La felicito por su artículo; verdades como puños. Un saludo.