Se acabó. La idea de España entre los grandes de la economía mundial ha desaparecido como la burbuja inmobiliaria sobre la que cabalgó aquel fantasma. Regresa la emigración como método para cumplir con ese vicio pequeño-burgués de comer y vestirse todos los días con una cierta dignidad. Alemania en mitad de esta terrorífica crisis económica mundial crece tanto que necesita mano de obra cualificada y pide españoles. No dejaron allí mal recuerdo aquellos españoles que huyeron de la miseria de sus pueblos y el milagro alemán vuelve al rescate de los desahuciados por el funesto milagro español. Tal vez el Ministerio de Cultura incluso sufrague versiones renovadas de aquellas películas en que la alabanza de las virtudes del macho ibérico se combinaba con la perpetua añoranza de la tierra hispana que entre las escenas aparecía en forma de embutidos, tortillas y coplas. Durante aquellos años sesenta, hacia Alemania partieron quienes no encontraban un trabajo con remuneración decente durante la dictadura. Ahora, los posibles nuevos emigrantes, no sólo se van a mover por un territorio europeo tan suyo de derecho como de los alemanes, sino que hablan idiomas, llegan en avión con maletas de diseño y conocimientos tecnológicos de vanguardia. Alemania necesita ingenieros y técnicos que aseguren la dinámica de su crecimiento. España exporta ingenieros y técnicos para que abandonen las listas del paro juvenil porque no sabe qué hacer con ellos ni ellos saben qué hacer con su presente. Volverán aquellas escenas de verano cuando los emigrantes llenaban barrios y pueblos con coches grandes y caros, y se les veía ufanos y alegres por los bares donde les servían los que ya habían ahorrado para el retorno o quienes no se atrevieron o no pudieron moverse de la patria a la que los condenaron los dioses.
La solución alemana por desgracia tampoco va a aliviar a la mayoría de desempleados jóvenes y menos a los andaluces como antaño. El componente más significativo de nuestros parados actuales carece de cualificación profesional y, peor aún, de capacidad o voluntad para reciclarse. Las obras entonaron sus cánticos de sirenas, hipnotizaron a muchos con el sonar de los euros en el bolsillo, y legiones de chicos en edad laboral abandonaron los institutos para dedicarse como simples peones a la construcción. Aquí está el hambre para mañana. Ahora el regreso a los estudios cuando ya se han cumplido veinte años a muchos se les hace cuesta arriba; pronto abandonan. El panorama económico no puede dibujar un porvenir más sombrío; nuestros trabajadores cualificados en el extranjero y los jóvenes sin cualificación aquí a la espera de otro despegue de la construcción que no se producirá en décadas. Además las grandes sumas de capital que ahora están inmovilizadas en esas urbanizaciones que no se venden no pueden dedicarse a la industria con lo que tampoco dispondremos en un tiempo razonable de un tirón industrial que absorba parados. Vámonos para Alemania que lleva siglos haciendo bien sus deberes. Una sociedad que no sitúa la cualificación profesional de sus jóvenes como el punto fundamental de su crianza, una sociedad que no sabe valorar la gran importancia que el conocimiento y la educación tienen como antídoto contra la pobreza está condenada a pedir. En Andalucía el flamenco flota por las calles pero poco aprendemos de su sabiduría popular: “desgraciaíto el que come de mano ajena, siempre mirando la cara, si la ponen mala o buena.” Como las buenas maderas una sociedad bien escolarizada tarda décadas en ver los frutos, es decir aún nos quedan décadas y décadas respecto a las zonas desarrolladas de España y más décadas respecto a Europa. Desgraciaítos. Mientras tanto, vente para Alemania, Pepe y menos mal que a los germanos les gusta tomarse la cerveza en nuestros chiringuitos. Siempre mirando la cara, si la ponen mala o buena.