Aquella canción italiana musicaba un reproche a la conversación de promesas vacías. Ahora las huestes del De la Torre y de la Gámez se han enzarzado en discusiones sobre qué hacer con el Guadalmedina. Quizás un anticipo de la campaña que sufriremos llena de proyectos que poco descenderán al nivel de las aceras para hablar de asuntos más elementales pero más interesantes para el vecindario. El Guadalmedina acude y se oculta en los foros políticos como un Guadiana, aporta agua para el debate como el Sil al Miño, y no ha desembocado su futuro en ninguna parte igual que arroyo en el Sahara. Como ayer escribió José María de Loma en su Palique, quizás la mayor obsesión del alcalde sea la de legar a los futuros malagueños una gran avenida con su nombre. Imaginemos el Guadalmedina, “río de la ciudad” en árabe, domesticado bajo la bóveda del Bulevar Guadaldelatorre en agradecimiento al alcalde que culminó aquella alucinación de la alcaldesa Villalobos. Estatua de tintes malacitanos en la cabecera, con mirada a la lejanía y mano alzada a lo Colón y ya tenemos el conjunto. Nuestro alcalde anda poco la ciudad, tan poco como su oponente por desgracia para todos. El paseante se encuentra con un cauce sucio y en partes abandonado del que se habla sobre lo mucho que van a hacer con él. Promesas de novio en fuga. Antes que la bóveda del De la Torre o la jardinería de quita y pon de la Gámez, sería más simple la recogida de la basura que habita bajo el puente de la Avenida Luis Buñuel junto a La Rosaleda, el arreglo en la decoración de la pasarela superior del Pasillo de Santo Domingo con sus luminarias y vidrieras rotas sólo desde que se inauguró la zona, o el mantenimiento con una cierta higiene y sin hedores del agua que inunda el tramo de cauce que corre junto a Comandante Benítez. Esto sin necesidad de promesas que nadie sabe con qué dinero se van a apagar, y no he escrito una errata.
Tan bonita queda la Rambla de Almería con sus mármoles de Macael que la embovedan para el paseo, como el cauce del Turia lleno de verdor y zonas de expansión para la ciudadanía, como los ríos en esas otras muchas ciudades que tienen río y no significan este tajo que a Málaga le supone. Un puente nos tuvieron que regalar los alemanes. Los problemas que a Málaga causa su río señalan una acumulación de torpezas de ordenación urbana que en otras muchas ciudades, con río, no se producen. Casos inexplicables como aquella acera inexistente del Puente de la Esperanza, preocupante construcción digna de programa televisivo de misterio y de examen mental de sus responsables, o el recentísimo trazado del carril bici sobre el Puente de Armiñán hacia La Goleta que ha generado un atasco en la Avenida Gálvez Ginachero, son los que hacen que el ciudadano acuse al Guadalmedina como manantial de sus fastidios. El Turia se ramificó kilómetros antes de Valencia para que el cauce se pudiera usar. La Rambla de Almería apenas ha llevado agua. Aquí, los Montes impiden el desvío seguro del Guadalmedina y su cauce garantiza el desembalse del Limonero sin mayores consecuencias. Recordemos aquellas tormentas de 1988 y la furia del Guadalhorce. Los fenómenos climáticos no entienden de promesas políticas. Este paseante a la vista de lo que ve, miren qué redundancia, desconfía de las palabras. Quien no arregla lo más elemental del día propone obras de enorme envergadura y coste, y me refiero al alcalde. La que ni denuncia el actual y evidente estado de dejadez del cauce, me refiero a la alcaldable, revela su desconocimiento de esta ciudad más allá de los planos y de lo que le cuenten. Al final parole, parole, que se las lleva el agua de este río seco.