A estas horas de domingo cuando escribo, la normalidad en los aeropuertos es la noticia. Normalidad con retrasos, renuncias a viajes, y tras una actuación de los controladores aéreos que ha escrito un capítulo en la historia de la torpeza humana. Protestas de sus sindicatos por la actuación de la guardia civil, declaraciones donde dicen que alguna señora controladora ha llorado de miedo y más afirmaciones donde señoritos de este colectivo indican que se han sentido humillados. Los controladores no pueden esperar de la sociedad española ni comprensión ni solidaridad. Han hecho a la sociedad española, al Estado Español, no a sus jefes, un daño irreparable que entra dentro de los parámetros de la traición y que como tal debería ser juzgado y considerado. Un anuncio de huelga hubiera sido mal recibido pero soportable; habría dado tiempo a los usuarios y a las autoridades de arbitrar medidas que minimizasen sus efectos. Los articulistas e informadores habrían recogido el punto de vista de los huelguistas o habrían examinado con la máxima objetividad posible sus demandas. Ahora no. Han causado con premeditación todo el daño posible. Por más razón que tuvieran en sus reivindicaciones la han perdido frente a toda la sociedad; se han comportado de un modo irracional, imprudente, terrorista, traicionero, alevoso y prepotente, ristra de adjetivos de la que ya nunca se van a limpiar por más que digan ahora que han llorado y se han sentido vejados, lo que suma el adjetivo “ridículo” a su currículum. Durante un tiempo corrió una especie de chiste aplicado a la profesión periodística en general: “Si me sucediera algo, dile a mi madre que me dedicaba a tocar el piano en un burdel por la noche, no le confieses que era periodista”. A partir de ahora la profesión de controlador aéreo se lleva este chascarrillo del que podríamos reírnos si no hubiesen provocado un desastre calculado. Con esa estrategia de no tener estrategia salvo la del estrago se han aproximado a los métodos terroristas de sembrar el caos. Mientras peor, mejor. Esta ineptitud insana siembra dudas sobre la capacidad mental de los controladores para dirigir el tráfico aéreo.
El sector turístico malagueño, balear y canario son los cimientos de la economía no sólo de sus zonas, sino de España entera. En términos de microeconomía, de esa que entiende de pucheros, zapatos y recibos de la luz, este puente significaba para miles de familias unos últimos billetes en el bolsillo que ayudasen durante navidades e invierno hasta la recuperación en Semana Santa. El sector turístico ha sido el que ha situado al aeropuerto de Málaga en este volumen actual que demanda muchos controladores. Málaga es como una isla y los controladores han actuado como aquellos submarinos nazis que impedían la llegada de mercancías a Gran Bretaña. Ayer bloquearon la llegada de británicos a la Costa y de otros viajeros para nosotros imprescindibles que no pueden usar otro medio de transporte. Taxistas, hoteleros, restaurantes, comercios, bares, discotecas, campos de golf, coches de alquiler, distribuidores, limpiadoras y camareros, entre otros, han sido seriamente agredidos por esta actitud de quien se siente el amo del corral y no sabe de crisis ni de dolores ajenos ni de ruinas frente a sus privilegios. Cría cuervos. Ahora la sociedad espera que todos estos presuntos delincuentes paguen donde pagan quienes así se comportan, es decir, en la cárcel o con el despido y a ver qué controlan en la calle. Tampoco estaría mal que por una vez se revisaran los partes médicos tras los que se escudaron estos trabajadores para no acudir a sus puestos. El monopolio es la madre de las mafias y este grupo tan mafioso tiene la exclusiva del tráfico aéreo en sus manos. Si ayer un avión se hubiera accidentado o no se hubiese podido realizar el traslado de un órgano para transplante ¿qué explicaciones tenían previstas? Nada les importó, tampoco deben importarnos.