Tampoco está mal que nos fijemos en alguna arista menos punzante de esta crisis económica que nos extorsiona los bolsillos, el ánimo y los titulares. Mi buen amigo Lucas Martín sacó ayer a la luz los datos de cuánto pecado (y pescado) hemos dejado de consumir los malagueños. Ya no sólo alcanzaremos el cielo a golpe de trono sobre las espaldas, sino también a base de paro y penurias. Vamos a erigir una ciudad más santa que Roma en las calles de este poblachón siempre proclive a la lujuria, gula y otros excesos. Por lo pronto, ha descendido la demanda de alcohol, tabaco, juego y sexo en niveles significativos como para que nos condecore el Ministerio de Sanidad y Moral, a la vez que nos hemos ganado el cambio del lema del escudo; así, “La primera en el peligro de la Libertad”, se debe modificar como “en el peligro de la Castidad”. ¡Y el Papa viajó a Barcelona! Yo creía que los malagueños nos condenábamos por esta influencia nefasta del clima sobre todo aquel que no sea rico de nacimiento. En Málaga los títulos académicos debieran valer el doble que en otras ciudades. ¿De qué va a ser lo mismo sacarse el doctorado en Física Cuántica en Vitoria, Burgos o Santander, que un auxiliar administrativo en Málaga? Aquí la calle y la alegría tientan y allí, el brasero y la mesa camilla. No tiene mérito el refugiarse en la lectura e infusiones. Pero esa creencia mía me la desbarata Lucas con esos datos con que ustedes pueden asombrarse en las páginas dominicales, y resulta que pecábamos porque teníamos dinero, por exceso de cigarra frente a hormiga, y no por un rescoldo canalla que nos atizaba el alma. De rodillas me quedo ante tal revelación. Los malagueños, cada uno según su natural y posibilidades, han bajado el consumo de tabaco, han cambiado vinos y licores por cerveza proletaria, abandonan los burdeles y ni siquiera tientan a la suerte, quizás convencidos de que vista la querencia que nos tiene la mala, la buna ni nos hará caso.
Qué triste. Contemplar mi ciudad, siempre tan loca y mediterránea camino casi de la ruta de los anacoretas. Me asalta eso sí, la duda sobre a qué dedicamos el tiempo libre. Aún veo los templos vacíos y no quiero pensar que en las colas del paro. En bibliotecas y lecturas, tampoco. Luego ¿en qué? El caso es que en estas condiciones damos la razón a las tesis que sostienen la necesidad de retrasar la jubilación que se basan sobre todo en el convencimiento de que una persona actual no se planta en los sesenta y cinco años en iguales condiciones físicas en que llegaba alguien en la década de los sesenta, cuando el colesterol y los marcapasos significaban misterios insondables. Viviremos más para trabajar más. La proposición no parece muy atractiva, supone una verdad desagradable que antes merece una campaña publicitaria con chicas en bikini y tipos muy muy muy maduros pero laboralmente activos, que un mitin político donde los argumentos acaben sublevando el ánimo. En Málaga ya estamos sembrando un mañana sólido a base de esta sanidad obligatoria que supone un altísimo índice de desempleo, unido a una desconfianza tal en el futuro que ni loterías, ni bares, ni prostíbulos se han convertido en refugios para tanta frustración. Cualquier crisis también tiene su gran componente de obsesión que parece convertir las horas en el paisaje de “El Grito” de Munch, con sus burgueses de paseo tranquilo al fondo, mientras en primer plano sufre un personaje desencajado con una atmósfera distorsionada alrededor. El desempleo es objetivo, la falta de esperanza y la tristeza se pueden espantar con un par de cañas, boquerones en vinagre y cuatro risas con las niñas que tengamos a nuestra vera, así en malagueño andaluz, que tantas palabras usa para la alegría y para ahuyentar este desánimo que tanto aflige.