El final de los años ochenta y el principio de los noventa –del pasado siglo, escribe uno como si tal cosa-, sin duda se comportaron bien con Rafael. En 1988 publicó su “Breviario” como homenaje a Ramón Gómez de la Serna, y en 1989 apareció su “Antología” (1968-1988) que recogía sus versos tan anclados bajo la sombra de su reflexión perpetua en busca del golpe de ingenio, más que de la impresión, junto con sus prosas tan difíciles de deslindar de ese sesgo lírico que presidía con igual peso tanto la escritura como la mera charla entre amigos. Rafael sorprende a su lector. Lo hace reír. Rafael sorprendía como un boxeador experimentado, o un canalla profesional entre damas; hacía reír a su interlocutor por su muy cultivada gracia natural contra la que se hacía muy difícil competir porque tras la frase quedaba la sombra de su idea como toque de campana en el aire. Rafael como ese filósofo puro por él inventado enviaba hojas en blanco, pero tintadas por su exceso de inteligencia, como hubiera dicho Gil de Biedma. Paseaba yo con Antonio Garrido una mañana de aquellos días en que salió de las prensas la antología por Antonio prologada con un extenso estudio y nos encontramos con Rafael a quien yo conocía sólo de nuestra común asistencia a los actos que organizaba el entonces “Patronato de la Generación del 27”. Rafael, siempre elegante como ese personaje suyo que se perfumaba con la estela que dejaban las señoras al salir del ascensor, con su habitual sonrisa de la que sospecho que sólo se desprendía como de sus gafas para depositarla unos momentos sobre la mesilla, se abrazó a Antonio y le dijo que había concertado ya una operación con su oculista para que le tatuara en la retina “Viva Antonio Garrido” y así leerlo cada mañana.
Con el tiempo por breves conversaciones, encuentros casuales y reuniones con amistades comunes comprobé que el carácter de Rafael no se disfrazaba, ni se investía de artes histriónicas; él era así en efecto, afirmación que uno con los años cada vez concede a menos recuerdos. Rafael agradecía la admiración que despertaba su obra, agradecía un rato de buena charla que sus contertulios jamás habrían podido pagar si se hubiera cuantificado en monedas los ríos de talento que ante cualquier tema exhibía. Brotaban ágiles las comparaciones, la definición inmediata y original, las metáforas e imágenes que iluminaban la situación. En conversaciones mías con la joven profesora de Bellas Artes, Dra. Blanca Montalvo, me comentaba que para ella la generosidad de espíritu era una condición que acompañaba a los genios, igual que para Kapuscinski, la condición de buena persona es inherente a la de buen periodista. Sin empatía hacia el otro, la mirada no ve. Rafael era un genio henchido de mirada. Uno de los pocos escritores que merecen este adjetivo con claridad, al margen de que entre nosotros vivan y hayan muerto grandísimos creadores. Rafael llevaba en la frente, en los labios y en el corazón el beso perpetuo de un ángel que él alimentaba con esmero. Se ha convertido con el paso de los años en un autor para degustadores exquisitos de la literatura que hallarán sus páginas frescas como recién pescadas en la bahía de esta Málaga a la que tanto amó y a la que nunca abandonó aunque muy bien pudiera haberlo hecho y volar por otros cenáculos donde el poder lo habría transportado a los brazos de la fama. Rafael, sin embargo, prefirió que lo encontrase el prestigio. Y así ha sido.
Abro con un cuchillo y al azar (ya saben ustedes que esto falso) su “Breviario” y la inteligencia surge como paloma desde chistera: “El espejo de la tristeza reproduce las imágenes sin color”. “El estrangulador es un feísta que busca la caricatura de su víctima”. “Incineran al poeta para que sea nube”. “El sudor de la víctima es la salsa del caníbal”. “Erótica. Todo poro es dilatable”. Como leen, entre el haiku, el aforismo, la sentencia, y la greguería. Repito que este libro apareció como homenaje a Ramón Gómez de la Serna; en el prólogo escrito por el propio Rafael hallamos un continuo elogio de un maestro que, sin embargo, no hace ninguna sombra al discípulo. Generosidad de genio, genio de Rafael Pérez Estrada.
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