Uf. Un domingo de suerte que ha librado al Málaga de su descenso a segunda. Felicidades a los sufridos malaguistas. A mí no me gusta el fútbol. Siempre indico que por puro egoísmo; soy incapaz de identificarme con alguien que gane algo y que no sea yo. Ayer, lo escribo con sinceridad, me alegré por los amigos que vitorearon el final de un partido en que cuadraban sus ilusiones. Me alegré también por los aficionados que en la Rosaleda componían un lienzo de rostros compungidos y costernados. Al menos apoyaban militantes a sus colores. Desde que tengo memoria, la trayectoria del Málaga traza un perfil de dientes de sierra entre primera y segunda, o al menos entre los últimos puestos de primera. Sin embargo, Málaga es la quinta ciudad de España por población, y en la provincia una ciudad como Marbella cuenta en su padrón con muchos más habitantes que bastantes capitales españolas. ¿Qué sucede entonces? ¿Por qué no acompasan los equipos deportivos las proporciones de nuestra urbe o de la provincia? Considero que los títulos estudiantiles en Málaga deberían de valer el doble que en otros sitios por el mero hecho de que encerrarse entre los efluvios de nuestras primaveras y otoños, junto con los veranos tan fiesteros dificultan la concentración y la paz necesaria hasta el extremo. Quizás suceda igual con los deportistas y se encuentren abducidos por la diversión ambiente. No lo sé. Una anécdota sí me hizo reflexionar ayer. Paseaba hacia el periódico cuando oí los gritos que anunciaban un gol; en cualquier otra ciudad hubieran significado un claro indicio de que el equipo local había acometido una de esas breves hazañas incruentas. Aquí no podía saberlo. Luego confirmé que se trataba del Barcelona. Cada uno tiene derecho a identificarse con quien guste, por supuesto, pero a la vez todos estos elementos describen una serie de síntomas que como la fiebre en el enfermo deben ser analizados. Ya digo que no me parece armónica esta poca consistencia del deporte malagueño en general. Málaga tiene estos dejes que impiden contemplarla como una gran ciudad aunque sobre el plano se dibuje como una ciudad grande. Las diferencias son notables. Otra anécdota. La Opinión abrió hace once años; aún recuerdo mi primer artículo, a los seis días de su apertura, sobre el ascenso del club a primera. Ayer temí que estas líneas versaran sobre su descenso, precisamente cuando este periódico ha remozado sus páginas e inicia una nueva etapa.
Esta ciudad ha cambiado muchas cosas para bien, pero aún le quedan enquistados ciertos defectos. Como en un organismo todo se relaciona. Aún aparecemos en la segunda o tercera división si nos referimos a índices de lectura, por ejemplo. Nos encontramos en posiciones destacadas si atendemos a las cifras del paro. El sector del ladrillo y la hostelería no han logrado generar durante esta última década un tejido industrial que nos conceda mayor independencia frente al exterior y además preserve la destrucción de paisaje y hábitat que conlleva paradójica la actividad de la construcción. El número de bibliotecas por habitante aún no se acerca a la de las poblaciones más civilizadas ni en Málaga ni en Marbella. Y los carriles bici han llegado a nuestras calles con un más que notable retraso respecto a urbes donde la movilidad limpia se promocionó a pesar de que las condiciones climatológicas fuesen muy adversas, como San Sebastián o Pamplona la del Osasuna. Como en un organismo todo se relaciona. Ruido, desorden urbanístico, movimientos económicos, dinamismo cultural, conciencia cívica, desempleo, fracaso escolar y mediocridad deportiva, salvo casos puntuales, aún describen una sociedad en segunda división. Hoy lunes ha llegado el momento de la reflexión sobre esta temporada que finaliza como los malos amoríos, aunque no ha llegado al dramón lacrimógeno, porque una buena estrella no ha querido. Uf. Felicito a todos los seguidores del Málaga que han recibido una alegría al menos. Pero recuerden que habitamos en una ciudad de clima agradable pero con vicios enquistados. Veremos.