El sábado anterior se organizó en calle Larios una manifestación de familias y escolarcillos que al unísono protestaban por la imposición que la Junta de Andalucía hace del sistema de cocina a distancia en el programa de desarrollo de los comedores escolares. No me resisto a insertar aquí una anécdota al estilo Carandell. El presidente Reagan declaró al ketchup de tomate como una verdura más, de modo que la hamburguesa con lechuga entre dos panes servida acompañada por patatas fritas (“francesas” las llaman) regadas con más ketchup pasó a ser un alimento dietético y equilibrado, digno de su inclusión en los estrictos menús escolares americanos, dada su composición de dos verduras combinadas con proteína e hidratos de carbono. Así el paseante comprende el origen de muchos perfiles humanos talla made in USA. Aquí la batalla contra el procedimiento culinario se centra más en argumentos como que una cocina próxima certifica la calidad de los alimentos, o en el leve sabor de los platos que nuestra prole se ve obligada a digerir. Muchos matices tienen los colores a la luz del sol. Desde el estricto enfoque nutricional, sin otras consideraciones, siempre que las cadenas de frío actúen de modo adecuado, me parecen mejores los actuales menús que los que he tomado años atrás, en esas taifas por escuela que representaban las cocinas. Entre fogones andaba Dios, en frase de Santa Teresa, pero también he presenciado la excesiva vistita de croquetas, pastas y palitos de posible merluza, inductores de menos quejas hacia los padres por parte de sus jóvenes usuarios pero poco recomendables, si no se echa mano de los trucos Reagan y declaramos a los palitos de pescado rebozados y fritos, proteína animal libre de grasa, más o menos como las croquetas y los caldos del cocido elaborados a pocos metros de cada alumno, pero tal y como las madres de las cocineras les enseñaron, a veces, con bastante más sustancia de la saludable.
Que los niños protesten menos no significa que los mayores conduzcamos sus asuntos por caminos adecuados. La comida que llega de las líneas frías no figuraría por paladar en ningún menú degustación de ningún restaurante, pero sí en cualquier institución que vigile el equilibrio en las dietas de sus usuarios. No desata un florilegio de sensaciones pero no se excede en grasas ni sal, ni durante su elaboración ni en el método de baño caliente con que se sirve en los colegios; en efecto se elabora como un tipo más de conserva, pero si abro mi frigorífico me encuentro allí bolsas de lechuga y algún plato precocinado con igual o parecido procedimiento. La función de un comedor en el seno de los centros escolares, junto al auxilio de las familias, debe cumplir también una misión pedagógica que adiestre en la conveniencia de comer de todo y bajo la vigilancia efectiva de la Administración correspondiente, misión imposible cuando se trata de supervisar miles de cocinas cada una con el hervor de sus criterios.
Por fín alguien habla con sensatez y con la cabeza sobre este tema.