Cuando yo era niño, allá por los años setenta del siglo anterior, los domingos de según qué estación se celebraban en el campo o en la playa. Tortilla de patatas, filetitos y alguna que otra lata modesta que entonces disfrutábamos como exquisiteces para los paladares extrañas. Mi bloque de viviendas en Miraflores de los Ángeles se agitaba a iguales tempranas horas en las cocinas y por aquel patio de once plantas rezumaban los efluvios del café mezclados con los vapores del aceite para las frituras. Cuando los niños nos levantábamos, mi madre, como las demás madres, llevaban ya muchas horas de faena para que el día transcurriese festivo; aún les aguardaban más tareas domésticas cuando el regreso para que aquella jornada de expansión no desordenase la próxima semana inminente. Amas de casa se las llamaba y en el D.N.I. figuraban sus labores como el marbete que certificaba su condición de hormigas obreras a tiempo completo, sin salario, ni vacaciones, ni reconocimiento social en un mundo donde predominaba la importancia de lo masculino con las camisas y pantalones en extremo bien planchados, por brazos femeninos, ni que decirse tiene. He aquí la esclava del señor. Sin ellas, sin su capacidad de ahorro y de organización para la familia, España nunca hubiera despegado hacia los puestos significativos entre la economía mundial.
La mujer siempre es trabajadora por definición, por nacimiento. En extensas zonas del planeta se convierten bajo dictados divinos en humanos de segunda a la sumisión perpetua destinadas. En nuestro occidente del siglo XXI, la mujer todavía no alcanza en muchos ámbitos sueldos que la igualen al varón. El hogar y sus obligaciones figuran como yugos que lastran la prosperidad femenina. Un gran número de asalariadas no acumulan trienios, sexenios, ni otros complementos porque sacrifican su vida laboral por mor del cuidado de los hijos, o de los mayores, funciones para las que el macho, todo macho, se halla tan capacitado como ellas siempre que la voluntad acompañe, y las tradiciones letales no intervengan. Los cargos directivos de cualquier empresa quedan ocupados por varones que centran en su actividad profesional el desarrollo de su persona; a cambio, las mujeres no acceden a esos puestos porque rara vez pueden ofrecer una disposición horaria que no interfiera de nuevo la crianza de hijos, o padres. He aquí a la moderna sierva del señor, ahora con móvil, ordenador portátil, limpiadora inmigrante, tortilla de patatas para el microondas y plancha a domicilio. Corre con su auto para el traslado de los hijos de una actividad a otra, para la vigilancia médica de los abuelos, ordena la higiene en el hogar, y a ratos ejerce como puede la profesión para la que se preparó durante años, arropada por la insistencia de su madre que quería que su hija estudiase y no trabajara de sol a sol como ella, a quien nadie le reconocía el mismo sacrificio que hoy arrastra su hija, eso sí, con un título bajo el brazo.
Día de la mujer y punto
8
Mar
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