Luces de autonomía

1 Mar

imagen-2Hoy lunes disfrutamos el día de Andalucía por el de ayer, fiesta del Señor; por eso se desliza el rojo sobre el almanaque para que el festejo no se confunda y además no venga cualquier articulista atrabiliario con chistes sobre si llamamos a la anterior jornada el «dominguito», día del señorito, figura aún muy andaluza. Yo, antequerano por mis dieciséis escudos, conozco este particular. Siempre hubo rango en los festejos e incluso en nuestro Estado de las autonomías. Quedan remotos aquellos difíciles lustros en que la democracia y su articulación al hispánico modo temblaban como hojillas ante vendaval; quedan ya para el olvido aquellas proposiciones deshonestas de que los andaluces junto a otros españoles (siempre me resultó ridícula la expresión «pueblos de España») nos condujésemos por aquella vía lenta, como de tren de segunda o tercera, de esos en que tanto anduvieron nuestros padres y abuelos y bisabuelos con maleta de cartón, escudos de armas, y zapatos de clavo tan incierto como ese futuro que nos pintaron a la zaga de euskaldunes y catalanes (pueblos de España). Quedan lejos aquellos pecados, penitencias y culpas, y mejor que nos situemos en este presente continuo llamado «devenir» por estetas francófilos de aquella época tan ininteligible como los textos que nos obligaron a leer quienes usaban infinitivos como «propender» y conjugaban con soltura «devenir» mientras se acariciaban la barba, gran parte de la clase política que hoy, ya profesional como la legión, nos gobierna.


El Estado de las autonomías significó para los dichos pueblos de España imaginaria antealcoba para la independencia de sus demarcaciones, frente a otros pueblos hispánicos por ellos conquistados y ahora rémoras en su horizonte; para otros, nosotros por ejemplo, un simple método de articulación administrativa donde no tuviésemos que acudir a aquel Madrid borbónico y centralista fuente de tantos males para los pueblos presuntos de España. Hoy los malagueños hacemos el camino bajo un dictado con voz cálida del navegador que silabea calles de Sevilla capital con soltura, aunque en castellano, con eses finales y sin vocales abiertas. Con este estado de las autonomías en Málaga hemos ganado doscientos kilómetros casi sin darnos cuenta, aunque paradojas del destino o desatino tecnológico tardemos menos en llegar a Madrid que a Sevilla y funcionen mejor los sistemas informáticos de esos ministerios opresores de los pueblos de España con tanta comarca dispersa, que los de nuestra Junta con tanto sufrimiento conseguida. Quizás confusiones del extraño verbo «devenir», quizás que las autonomías de aquella segunda vía aún queden gobernadas por un grupo de gestores de esa segunda vía, y el tiempo exija la segunda autonomía de la autonomía, sobre todo para las provincias, como Málaga, a las que igual nos da el Madrid castizo y borbonero que la Sevilla del camino y los señoritos que devienen y propenden como tales.

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