Una curiosa dicotomía se establece entre la implantación del nombre inglés de la fiesta de Todos los Santos, y la costumbre cada vez más extendida de huir hacia el medio rural durante esas jornadas de asueto, antaño marca lúgubre en el almanaque. Los pueblos de nuestra Andalucía se abarrotan de multitudes que anhelan el contacto con la naturaleza y la busca de las raíces como rebeldía contra esta globalización de costumbres y modas, lucha que está convirtiendo sin embargo esas calles, rústicas protectoras de nuestras esencias, en decorados cinematográficos donde el visitante encuentra lo que espera encontrar, por ejemplo, los mismos bastones para caminar por senderos que hallaría en Tenerife o Cerdeña, idénticas navajas chinas cuya utilidad aún se me escapa cuando uno bascula de tasca a restaurante, y una serie de productos de la tierra en el sentido estricto del sintagma, es decir, de cualquier zona del planeta donde se envase miel, jaleas, licores y otras fruslerías que el visitante adquiere con igual devoción que los creyentes estampitas en sus santuarios.
Además de estas inequívocas señas de identidad ante la invasiones de hábitos extranjerizantes, entre las callejas empinadas en paralelo con los codos en las barras, contemplo que la humanidad que acude a estas zonas pulmón contra el estrés urbano, se segmenta en dos grupos, quienes aterrizan a la busca de un oasis de silencio y calma, y quienes llegan para demostrar a los anteriores que en el campo también se puede hacer ruido y más que en la ciudad, ya que los pueblos pequeños rara vez disponen de legislación oportuna y menos aún de policía dispuesta a intervenir contra cualquier grupo de foráneos en busca de sus raíces y esencias, conceptos tan ocultos a causa de las mixturas culturales exóticas que exigen ritos de invocación como por ejemplo cinco horas continuas de sevillanas rocieras en mitad de la noche, melodías que si no se escuchan a toda máquina no surten su efecto de sortilegio, igual que el reguetón y otros danzables. Otra ceremonia a la que se ven abocados quienes rastrean la estela de sus antepasados, yo diría casi ancestros, en mitad de los montes, consiste en la deglución de kilos y kilos de carnes grasas, y litros, sin criterio alguno, de presuntos vinos del terreno, o de vinos del presunto terreno, suministrados por unos lugareños que reciben a cambio monedas que les permiten escapar a las ciudades tras estos días señaladitos, cuando los forasteros abandonen esos disfraces de salvajes montunos tras el rastro del fuego y ejerzan sus oficios para que esos vecinos rurales a quien tanto han fastidiado puedan ahora regocijarse en toda esa cantidad de servicios como, tiendas, cines y restaurantes de comida rápida todos con genuino sabor americano que los sumerja en un mundo más cómodo y muchas veces más silencioso y calmo, por menos étnico.
Puente Halloween
3
Nov
José Luis: Te leo a menudo; también, por tus adjetivos. Me gusta \"calmo\". Ayer, en Málaga, nos manifestamos contra la consejera de Educación: por lo del próximo ROC, que sería para llevarlos a la cárcel… En fin. Abrazos. A.