Comienza la semana y Málaga mostrará otro año más que bajo este cielo una gran multitud con ganas de divertirse no se comporta como una horda destructiva. Ejemplos concretos existirán de actitudes incívicas, pecadillos veniales casi siempre, pero la inmensa mayoría de los muchos ciudadanos que acudan al Centro o al Real ejercerán un uso intachable de su alegría y euforia. Las noticias que anuncian mayor control policial de los objetos peligrosos ya deberían de haber desaparecido, lo mismo que la mayor permisividad legal hacia las armas llamadas “blancas”, que enarboladas también tiñen de luto. Después de décadas con animado festejo por las calles, Málaga aún halla entre sus esquinas a esos grupos de descerebrados que llegan a nuestra pacífica exhibición de ciudadanía para sembrar el pánico y la muerte si pueden. Alguien que se acicale frente al espejo y como último adorno de su vestimenta esconda la navaja entre las ropas, no aparece por la fiesta con espíritu jocoso, ansía con antelación el altercado y su comportamiento provocará que el filo brille entre la música cuando el mínimo roce. Con intenciones homicidas se dirige hacia un espacio donde nadie, excepto individuos de esta calaña, pretende la agresión, ni se escolta con otros instrumentos que el abanico y la cámara de fotos saturada por risas y faralaes.
Además del daño que inflijan a sus víctimas, este tipo de criminales distorsionan la imagen internacional de Málaga con esta necesidad de registros sistemáticos; menoscaban, así, el sustento de muchos trabajadores que dependen del viajero como negocio. Al turismo una sonrisa y ningún problema. Hemos soportado gentes que paseaban entre nosotros con cuchillos, con facas de regusto autóctono e, incluso, con hachas o espadas orientales como si en un teatro de imaginería bélica se sumieran. Por el mismo motivo que, mediante orden judicial, se promueve el alejamiento entre agresor y agredido, habría que aplicar esta medida a los portadores de armas en zonas de concentraciones públicas; su ánimo maléfico queda bien demostrado. Que no vuelvan a pisar nuestros lugares de diversión. Hay que erradicar de una vez a estos sujetos cavernarios en los encuentros colectivos. Esos juguetes de verbena lúgubre deben salir muy caros a quien delinquiere de forma tan injustificable e incomprensible. Cualquiera tiene que quedar tranquilo porque sepa que sus familiares o amigos eligieron la feria de Málaga como escenario para su expansión. Un solo cadáver debido a estas conductas tan lejos de la inteligencia humana, tan ajenas a la amabilidad de los malagueños, genera titulares que con apuros se olvidan. Los distintos cuerpos policiales realizarán una labor eficaz; una legislación acorde con los graves hechos que persiguen complementaría su tarea. Unos pocos, una pésima estampa.
Navajas y Faralaes
22
Ago