No se comprende esa cierta falta de imaginación que, en general, lastra los guiones de buena parte del cine español; sobre todo, visto el ruedo ibérico que nos rodea. Casi tan importante como las recientes designaciones de ministeriales, ha sido la breve libertad de Julián Muñoz, cuyo brillo o mate sobre las fotos se deben menos a sus méritos ediles, que a la pareja que lo encumbró a la high life. La Pantoja. Cientos de funcionarios de la agitada vida judicial y policíaca están siendo investigados por su acceso sin justificación a la ficha policial de esta tonadillera, desenvuelta en la copla con igual soltura que en la biografía progresiva, y no sé si los escritores se percatan del filón que esta mujer genera a cada paso. ¡Ah, si hubiese nacido en Los Ángeles, por poner un ejemplo! Observemos con una cierta distancia. Una jovencita de origen humilde alcanza, mediante su esfuerzo y arte, un lugar en el corazón de los productores discográficos. Hasta aquí, Dolly Parton y su conquista del camionero medio americano.
Famosa y deseada, custodia su candidez y la pregona el día de su himeneo, a bordo de una carroza conducida por corceles blancos y, como ella, virginales, se publicó. Además, el contrayente, torero de raza. Ya nos hemos venido con estos detalles hasta el orbe hispánico. Si quisiéramos explorar las posibilidades de este relato en Estados Unidos, quizás su trasunto sería, mutatis mutandi, Anna Nicole Smith. Les recuerdo. Un millonario de Texas, ya octogenario, acude a un estriptís; la vio y le propuso matrimonio. Una de las relaciones más sinceras que conozco. Ambos vieron sin engaños lo que se les venía encima. Él murió a los pocos meses, dicen que con una sonrisa soez en su rostro. A ella la superó la fortuna. Pero centrémonos en el glamour sureño de nuestra sevillana. Un torero no está al alcance de cualquiera. Ya vamos triunfando sobre la posible competencia yanqui. Además, viuda. Sus andamios sentimentales reconstruidos sobre gentes, ante su sombra, mediocres, abocados a una senda al borde del funambulismo financiero, quizás por hacerse dignos de sus do sostenido. ¡Qué bonito! Telenovela y película de género negro a un tiempo. ¡Ojalá cantase temas de Edith Piaf! ¡Ojalá combinara junto a los faralaes un jersey negro culminado por boina! De vuelta a Las Américas, nos vemos obligados a una comparación con Liza Minelli, o con la más grande, por excelencia mito, Marilyn Monroe y sus vendavales. Aconsejaba Rilke a un joven poeta que observase su alrededor para plasmar las sensaciones en verso. La industria americana se fija en sus nombres cotidianos. Aquí la realidad se desprecia por novelesca. Y esta realidad costará sanciones a cientos de funcionarios que en vez de dirigir sus vías informáticas hacia la pornografía, se encaminaron, peregrinos del morbo, hasta la ficha penal de la reinona mediática de España. Y Olé.
La Pantoja
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Jul