Me perdí el debate del lunes porque a mi mejor amigo se le ocurrió cumplir años y celebrarlo con la inoportunidad que le caracteriza. Me hace feliz cuando le da la gana, como si yo no tuviese otras cosas más importantes con las que padecer. Él es así y yo de la otra manera. Pero no iba a hablarles de José Luis González Vera, sino del debate que no vi por su culpa. No hay nada mejor que no ver un debate por la culpa de otro, para imaginarlo estupendo. Aunque los debates son la pera limonera sólo en dos casos muy señalados: o bien cuando se añejan en la memoria, por el cariño y la nostalgia que le ponemos a las cosas del coleccionismo vital, comenzando por la propia juventud ya liofilizada, o bien cuando te los pierdes obligado, por tener que acudir a una fiesta depravada, con hondo pesar. Tendré que hablarles de aquellos debates de la parte chapada de mí, ay, qué recuerdos, porque con la depravada a la que me someten mis compromisos, no les quiero aburrir.
Felipe está ahí presente, claro, brillante. Qué monstruo era Felipe. Qué debates y qué labios tenía. Oye, hay que ver cuántos inocentes lo escuchábamos atentos, embelesados, leporinos. En mi casa éramos todos uno y así, incluyendo canapés y coca cola de fiesta porque íbamos a disfrutar del partido, contra cualquiera de sus sparring. Qué gancho natural. Que, hasta guapo era entonces, en serio. Se le podría gritar perfectamente, como a una virgen en procesión, ¡guapo!, y si no externalizábamos tal impulso era por pudor, ese mismo que nos atormenta a los cobardes. Felipe González era -es- un artista. El adalid de mi vida política en súper ocho, ¿qué digo en super 8?, ¡en súper 10! Pero acabó en un museo de cera entre Zandi y un ministro del Chad. Eso le quita mérito a cualquier fiesta.
Repasando la prensa de ayer, concluyo que quizá no me lo perdí del todo. Me refiero al debate del lunes. Puede que me lo empatase. Ese mismo que iba a ser muy importante porque somos indecisos, a lo mejor no me metió un gol ni de penalti, ni a puerta vacía. Eso es cero a cero. Me temo que seguimos los mismos indecisos del PSOE, que votaremos al PSOE, los mismos de Podemos, que votaremos a Podemos, los indecisos de Ciudadanos, que votaremos a Ciudadanos y los del PP, que votaremos al PP o a Vox, como se lo han ganado a pulso. Además están los batasunos, los independentistas y todos esos frankenstein de Casado que tendrán el voto asegurado, también, de sus muy fieles indecisos.
Por curiosidad, hoy revisé en varios periódicos digitales sus encuestas, para ver quién había ganado el debate, con el objetivo de averiguar a quién se recordaría como a González si es que a alguno de ellos, de aquí a unos años, eximidos de tal trance Aznar, Zapatero o Rajoy. Pero las respuestas en los medios de comunicación de derechas señalaban todas la victoria de Rivera y las cabeceras de izquierda, todas, la victoria de Iglesias. Qué falsos indecisos somos. Creo que ninguna dejaba en buen lugar ni a Sánchez ni a Casado, precisamente los dos que se disputarán, a fin de cuentas, la formación del próximo gobierno, por más sorpresas y sobresaltos que acontezcan.
El de ayer, martes, el definitivo debate de los definitivos, que influirá en el voto decisivo de los millones de indecisos perdidos, no se ha producido a esta hora que les escribo. Pero me da que como indeciso practicante que soy, reafirmará mi voto indeciso orgulloso. Pes ya preveo a quién irá al final, por mas que remolonee e intente convencerme de que albergo dudas. Al mismito que sospechaba desde el principio, a ese terminaré votando, por descarte. De hecho, sin haber visto el debate del lunes, confieso que en cada página que entraba a fisgar sobre los resultados de las encuestas, votaba al candidato que prefiero con profunda indecisión, como hacemos todos, por más indecisos puros que nos consideremos. El debate de esta noche, no me lo perdería por nada. Si no fuese por el fútbol.