Desde pequeño me recuerdo siempre de lado del más débil. Iba con el gato de los dibujos animados, porque siempre perdía. Con la cabrita que se llevaba el águila en los documentales de Félix Rodríguez de la Fuente. Con Senegal frente a Alemania en cualquier competición deportiva. Con Kunta Kinte, claro. Pero sólo en su parte teórica. Sólo cuando estaba a gustito frente a la tele en el salón de mi casa y podía elegir bando sin que me afectara personalmente. Porque en la práctica, si había que jugar a la guerra en el patio del cole, yo era de los americanos, y como no había rusos voluntariamente, arrasábamos su ejército imaginario hasta aburrirnos, sin piedad ni prisioneros. Cuando había que jugar al fútbol, yo quería con Ortega, el Messi del quinto curso, para que le metiera 20 goles al rival y me abrazara haciéndome compinche de sus regates, aunque ni estuviese seguro de que él supiese, siquiera, cómo me llamaba. En definitiva, en una plantación sureña, habría elegido ser espantapájaros antes que mandinga, para ser útil. Por eso afirmaba al principio que me recuerdo siempre de lado y no al lado del más débil. Por eso sólo en la parte teórica, nunca en la heroica. Ante la tesitura de la primera persona, me habría salido por la tangente y pegado al sol que más calienta. Los niños y las mujeres, primero y yo después, con falditas y de rodillas, por si surgiese alguna duda incoherente sobre cuándo llegaba mi turno.
En la vida real nos gusta ser amigos de los que ganan o parecerlo. Celebrarlos para sentirnos partícipes de sus éxitos. Para asumirnos en su mismo equipo. Que nos reconozcamos amigos de sus amigos contentos, aunque no tengamos la oportunidad de estrechar jamás sus manos poderosas. Sobre todo de cara a nuestros vecinos, que se nos pueden adelantar en la alegría, causándonos profunda depresión. Cuando se pierde siempre, hay que disfrutar de lo que gana el otro y acercarse de puntillas, como si siempre hubiésemos estado ahí. Porque el que gana, siempre se lo merece, por haber llegado donde tú no. Por eso cambiamos de chaqueta, muy guapos, sin despeinarnos, por imperiosa necesidad, y por eso será que los resultados del CIS, siempre ofrecen esos vuelcos en sus sondeos, dependiendo de quien ostente el gobierno en cada momento.
Tantos años con el PP arriba, bien cocinado a fuego lento, y en apenas unos meses de gobierno del PSOE, tras una moción de censura imposible cuyos números no daban y que hasta prohibieron sus barones cuando parecían importantes y enfadados, los de Pedro Sánchez se han hecho valer, con diez puntos de ventaja sobre el ejército ruso imaginario de Casado, o de Rivera, o de Iglesias, o del independentismo, o de sus ministros dimitidos, según el CIS. ¡Lo importante que es ganar en política! Perdón, ¡lo importante que es gobernar en política!
Claro que, parece ser que aún no había dimitido Montón cuando le preguntaron al españolito medio a quién votaría. Ni se había puesto el ventilador sobre la tesis del Presidente. Ni Delgado había negado tres veces a Villarejo. Con todo lo que la prensa especializada aplaudió a la selección gubernamental que había formado el entrenador Pedro Sánchez, y lo rápido que se lesionan y se retiran sus jugadores. Al curriculum profesional, hay que añadir en la política 2.0 el curriculum vital, está claro. Empezando por lo expuesto en las redes sociales, siguiendo por las andanzas universitarias y concluyendo con las declaraciones a Hacienda. Y persignarse. Aunque teniendo en cuenta lo que afectó al CIS tantos temas de corrupción a lo largo de los últimos años, yo, si fuese de los que quedan en pie del gobierno, tampoco me alarmaría.
A mí, ya me puede preguntar el CIS cuando quiera. Me he puesto guapo. Yo del PSOE de toda la vida, claro.