La grave crisis económica ha propiciado el auge de los extremismos políticos en Europa. Ocurrió a principios del S. XX y se está repitiendo en el XXI. La precariedad y la incertidumbre que provoca no saber hasta cuándo podrás seguir ofreciendo tres comidas diarias a tus hijos tienen la culpa. Es el miedo horroroso a la inseguridad lo que conmina a los que se indignaron antes de asustarse, a agarrar cualquier clavo ardiendo que le proponga un sacamuelas con elixires mágicos como tabla y borrachera de salvación. Si la fórmula señala culpables entre los más débiles, ya tenemos un buen enemigo indefenso al que apalear por el bien común, y si además, promete soluciones infalibles para nuestros problemas, habremos encontrado al líder que nos guíe en nuestra justa cruzada, al que seguir y venerar con los ojos vendados hasta que nos devuelva el orgullo ante todo y, seguidamente, todo lo demás que no tuvimos, nos merecimos o nos robaron.
Afortunadamente, el eurocomunismo y la perestroika redujeron a la extrema izquierda a su mínima expresión, y sólo se le resistieron pequeños grupúsculos terroristas que se han ido rindiendo a la democracia. Claro que siempre habrá quien considere extrema cualquier izquierda y estalinista cualquier comunismo. Incluso habrá quien confunda como extremistas a los demonios de Izquierda Unida o de Podemos, desde Carmena a Pablo Iglesias, pasando por Llamazares y sus 22 habitantes en Valdelugueros.
Otra cosa muy distinta ocurre con la extrema derecha en Europa: se propaga como las setas alucinógenas. Contamos con Viktor Orban en Hungría (48,9% de los votos en las elecciones del pasado 8 de abril); y con Heinz-Christian Strache, el líder del Partido de la Libertad en Austria (26%); y tenemos a Le Pen (13,6%) en Francia; y al holandés Geert Wilders (13,1%); y al italiano de la Liga Norte, Matteo Salvini (17,37%); y al belga, Tom Van Grieken, del Vlaams Belang (7,7%), tan buen amigo de Puigdemont… jaleando todos ellos a los más pobres y necesitados. ¿Sabían que en Dinamarca se ha prohibido por ley ayudar a los refugiados? Un 14% de los daneses votó al vergonzoso Dansk Folkeparti. ¿Y que un grupo de extrema derecha repartía panfletos en Estocolmo en los que se hacía un llamamiento “para infligir el castigo que merecen los niños norteafricanos que pululan por las calles”? Un 12,7% de los suecos votó al ínclito Jimmie Ákesson y sus secuaces de las “barras de acero”. La extrema derecha también ganó las elecciones en Polonia y el partido Ley y Justicia (37,58%) ha promovido grandes marchas patrióticas bajo el lema “Stop a la islamización de Polonia”. Y Amanecer Dorado en Grecia (7%) engaña a los griegos con las mismas promesas. Y Alternativa para Alemania (12,6%) con parecidas falsas soluciones. Y Ukip (12,6%) en Reino Unido. Y el SVP en Suiza (29%)… Todos comparten el mismo análisis: considerar diferentes en derechos y obligaciones a los que menos derechos y obligaciones tengan.
Y en España, ¿por qué sólo se reparten 100.000 votos entre todos los partidos considerados de extrema derecha? “Spain is different”, vaticinó Fraga en su día con acierto. Aquí se ha creado un extremismo light, el Extremo Centro que contenta al tradicionalismo; a la parte más rancia del conservadurismo; a la socialdemocracia acomodada de derechas; a los obreros pobres sin estudios ni maldad; y al ultranacionalismo de las regiones más desfavorecidas y menos cohesionadas del Estado. Este Extremismo de Centro sí es transversal y no el de Errejón. Cubre las cosas como dios manda, salvo alguna cosa: un poco de imperialismo; otras gotitas de religión única y verdadera; una pizca de unidad inquebrantable patriótica hasta que la muerte nos separe de Madrid; el “a por ellos”; a todos los ‘reypublicanos’ del viejo PSOE; unas cuantas penas para los que cuenten chistes ofensivos contra el concepto difuso y santo de las libertades y las buenas costumbres imperante; y humillación al que lleve una camiseta amarilla a un estadio, que le obligue a desnudarse y a bajarse los pantalones (sin que nadie le vea la vergüenza). Con este panorama extremista de centro que acapara al 75% de los españoles de buena voluntad e incluye las rarezas que los otros ultras europeos reivindican, ¿para qué necesitamos votar a ningún partido ultraderechista?