Las facilidades

18 Abr

Cifuentes resiste con la misma sonrisa que se colocó el primer día, cuando parecía que le había salido un granito en la nariz. Desde aquel fatídico momento, hasta hoy, han ido cayendo todos sus argumentos, uno tras otro, con los que ha pretendido revestir de normalidad el extravagante juego de malabares que se ha visto obligada a realizar para, muy digna, intentar mantener su credibilidad intacta ante la opinión pública. Pero ya la tiene por los suelos, agonizante, y aún así, lo de su sonrisa impertérrita, que es a lo que iba, me resulta encomiable. Será que alguien le pidió que no perdiese los nervios y se mantuviera firme pasara lo que pasase -o sea que fuese fuerte, salvo alguna cosa-, y debe ser también que se trate de una persona de fortísimas convicciones y naturaleza fiel y obediente pues, a pesar de que lo que tenga en la nariz se agigante a medida que más pretenda justificarse, lo disimula sin detrimento, como si no fuese con ella tal cosa. Érase el espolón de una galera, érase una pirámide de Egipto, las doce tribus de narices era.

Pero Cifuentes sigue sonriendo sin revolverse como haría una elefanta herida. Sabe que no se ha fabricado aún la pastillita del olvido público y que la remembranza de la corruptela es más alargada que cualquier otra sombra de duda. Ella tendrá trompa, sí, pero la indignación posee otra parte importantísima del paquidermo: su memoria. Como si fuese un personaje de Tim Burton, la presidenta cadáver se sabrá ya fuera de la política. Y resiste tambaleante, sonriendo, hasta comprobar si Ciudadanos se aparta de la carretera antes o después de su renuncia. Es una mártir, para servirle a usted y al partido, en vías de un consejo de administración apartadito de los focos a la espera de que Eme Punto Rajoy diga o calle algo, y otorgue.

Historia de un títere. Pero no un pedazo de madera de lujo, sino sencillamente un leño de esos con que en el invierno se encienden las estufas y chimeneas para calentar las habitaciones. ¡Voy a hacer de ti la pata de una mesa! Dicho y hecho. ¿Alguien recuerda a Granados deshaciéndose en elogios sobre su compañera, pocos días antes de que se desvelase el turbio asunto de este máster? Maese Cereza regala el pedazo de tronco a su amigo Gepeto, el cual lo acepta para construir un muñeco maravilloso, que sepa bailar, tirar a las armas y dar saltos mortales…

Una sonriente Cifuentes, aún más nariguda si cabe, renunció ayer al máster como si fuese a un novio. Aseguró ante los medios que hizo lo que la universidad le pidió para obtener el título, pudiera ser que nada en absoluto pues, seguidamente, pidió disculpas por haber aceptado «las facilidades» que se le concedieron para lograr la titulación. Ella hizo lo que cualquiera habría hecho en su lugar -o eso creen los de su condición-. ¿Y qué tengo que hacer?, se preguntaría cuando alguien le ofreció conseguir un título sin dedicarle mucho tiempo ni esfuerzo. ¿Buscarme un valedor poderoso, un buen amo, y al igual que la hiedra, que se enrosca en un ramo buscando en casa ajena protección y refuerzo, trepar con artimañas, en vez de con esfuerzo? No, gracias, decía Cyrano; vale, gracias, debió decir Cifuentes, trepando.

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