Seis grados

11 Abr

Me pregunto qué llevaría a los ministros a cantar, a pulmón emocionado, el himno de la legión el Jueves Santo. Reflexionando sobre esto e intentando ponerme en su lugar, para elucubrar sin remordimiento de conciencia alguno, recordé que a mí me sucedió una vez algo parecido, y acabé aullándolo a coro, sin que pudiera tampoco evitarlo, por culpa del ron que me suministraba, a poco que me descuidase, José Luis González Vera en un bar, este sí, de mala muerte. Afortunadamente, nadie nos vio, creo o, mejor expresado, nadie nos oyó, supongo, que no fuese el camarero amigo, posible incitador del arrebato patriótico etílico. Perdería el Málaga ese día. O el Unicaja. O hablaríamos de la Isla de Perejil. No me acuerdo. Pero no creo que los ministros conozcan ese bar. Ni a José Luis. Tal vez, ni el ron, pobres míos. Puede que sea una tontería pero quizá su caso tenga más que ver con Marta Sánchez o Puigdemont. Aunque no deja de sorprenderme que conocieran la letra. ¿De qué? A mí me produjo vergüenza cómplice, que es como llamo yo a la ajena cuando no puedo despegármela del cuerpo. Porque una cosa es que un legionario cante su himno orgulloso, entre misión y permiso, preparado para jugarse la vida en cualquier momento y otra, que lo haga un señor con mi barriga, en la retaguardia de su traje, con un montón de correos electrónicos que responder cuando vuelva a su despacho, menudo novio de la muerte. Yo les recomendaría a los señores ministros que hiciesen como yo el día después del ridículo. Como si fuese yoga. Que se asomasen en ropa interior a su espejo de cada día, y ni falta haría que volviesen a entonar el estribillo de la canción, sino que meditasen sólo con dolor y rudeza, ¿a qué lazo fuerte voy a unirme yo con qué leal compañera, con estas pintas y este dolor de espaldas traicionero?

Yo no sé cómo se atrevieron a cantar en público desde tal profundidad de las entrañas, y sin encenderse después como lámparas de un restaurante chino de sólo pensarse, con ese desgarro y sin atisbo ni de una pizca de arrepentimiento que pudiese frenar esos bemoles a tiempo. Zoido, el reprobado en el Congreso por haber incumplido las cuotas de acogida de refugiados comprometidas con la Unión Europea y Catalá, reprobado también por obstaculizar la acción de la Justicia en las causas judiciales por delitos relacionados con la corrupción, se autoproclamaron novios de la muerte sin que les temblase el pulso. Cospedal, la de los pagos a Bárcenas en diferido, se considera también novia de la muerte. Y Méndez de Vigo, el portavoz cantante, otro, cuando ya no se duda de la financiación en “b” de su partido sino de la titulación en “c” de sus miembros. ¿Cuántos masters de la Universidad Rey Juan Carlos les quedarán por defender entre los cuatro? ¿Le molestará a Froilán que se mencione tanto a su abuelo rodeado de tal escándalo o ya estará acostumbrado a eso?

Que Froilán cantase el novio de la muerte durante la Semana Santa malagueña no sería ni noticia. Ni que fuese hermano mayor o portase algún estandarte, tampoco. Lo raro de él sería que llamase flojo a Eduardo Zorrilla en un tren. Leí algo de que había seis grados de separación para conectarse a cualquier persona del planeta a través de conocidos y aquí está la prueba palpable: Zoido, Catalá, Cospedal y Méndez de Vigo cantando, Cifuentes con un máster falso, y Zorrilla en un tren, seis grados y Froilán. El mundo al revés. No le pongo cara a Froilán pero hay algo de él que me recuerda al pequeño Nicolás. ¿Le daría asco el bueno de Zorrilla por ser comunista? Pero, ¿cómo va a estar Froilán tan al tanto de la política malagueña como para reconocer a un comunista como Zorrilla, que no se pone ni el rabo ni los cuernos los días laborables? Y, si estuviese al tanto de la política malagueña, ¿le diría flojo a Zorrilla pudiendo llamarle pesado? Froilán también aprobó varios cursos en un año, creo, ¿se sabrá el novio de la muerte?

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