Hay un estudio por ahí de un señor danés que debe saber mucho sobre el asunto, que afirma que los malagueños sabemos sonreír mejor que nadie. O que lo hacemos durante más tiempo. O que más veces. O quizá sea que con más ganas. No me atrevo a ser más preciso porque he leído el breve del breve en español que recorre internet copiado de una página a otra con la misma precisión que desconfianza me genera. Esto me ocurre desde hace poco por culpa de los rusos, y su Brexit, y de su elección de Trump, y de todo lo malo que nos pase manipulado seguramente por sus matrioshkas trileras. Lo paradójico es que de tan crédulo que era sobre esta supuesta desinformación conspiranoica, me haya convertido en este incrédulo obtuso, que campa con cuidado entre las webs, como si todos los días fueran 28 de diciembre en Siberia. Así que he acudido a la fuente, como me enseñaron con paciencia de santo, para intentar enterarme bien de lo maravilloso de nuestras sonrisas según dicho estudio, pero tampoco es que pueda fiarme demasiado de lo que haya resuelto mi “google translate” pues a veces sus traducciones podrían suponerse directamente realizadas a mala leche desde el Kremlin.
Sea como fuere, el análisis del señor danés –Meik Wiking, por si lo quisieran buscar en wikipedia y fiarse- llega a la conclusión de que las personas más sonrientes del planeta vivimos en Málaga. ¡Qué alegría! ¿Tendrá esto que ver con la felicidad? Antes de continuar con la disertación sobre lo felices que somos en Huelin y sus alrededores, un paréntesis para recordar lo mal parados que salíamos en cualquier estudio comparativo en que nos incluyesen los sabiondos de cualquier universidad de renombre hasta hace bien poco. Al César, lo que es del César, así que hay que arrogarle el mérito entero a Don Francisco de la Torre. ¡El cartón piedra funciona, Paquito, ole! Ahora somos siempre los primeros o los segundos en todo, hasta para “lonely planet”, casi seguro, tras las Islas Salomón. A lo que iba, el señor Wiking, probablemente de nacionalidad danesa aunque de origen ruso, ha acertado con nosotros de pleno. Sonreímos como nadie. Y esto corrobora los estudios de otros cuantos expertos que afirman, a veces desde Suiza, que el dinero no da la felicidad. Ni ayuda. Los malagueños seríamos la paupérrima prueba palpable y sonriente de eso.
Cinco son los niveles de felicidad según Seligman, el Hawking de la psicología. Del mínimo al máximo: la vida placentera, la vida comprometida, las relaciones, la vida significativa y el sentido de logro. Y cinco también, los ejercicios que Laurie Santos, la profesora de moda en Yale, enumera para ser más feliz:
- Escribir, cada noche, una lista de agradecimientos. Como darle las gracias a nuestro alcalde por sus museos efervescentes y burbujeantes, o a nuestro jefe, por el empleo precario con el que nos ha bendecido.
- Dormir 8 horas. Muy fácil de realizar para un malagueño, que trabaje dos o tres días, dos o tres horas, sin contrato alguno o con dos o tres a ratos, para intentar componer medio sueldo digno.
- Meditar. Se puede con una cañita.
- Compartir el mayor tiempo posible con la familia y los amigos. La sal mediterránea corre por nuestras venas.
- Menos redes sociales y más conexiones reales. Chupao. Nos conectamos, y nos tocamos, y nos hablamos a un volumen muy alto, aunque atentos al whatsapp para quedar con más familiares y amigos.
Pues va a ser que sí, que cumplimos con esos ejercicios antes de que la profesora los inventase. Y en cuanto a los niveles de Seligman, disfrutones somos, y comprometidos, y nos relacionamos muy bien, y conseguimos significarnos, y luchamos por alzanzar nuestras metas, y nos encanta generalizar.
Y, además, tenemos unos museos maravillosos… Normal será entonces que sonriamos tan bien, ¿no?