La noticia ha tenido más difusión en medios digitales que en la propia prensa local, pero ahí está: Un Juzgado de Málaga ha decidido procesar por un delito contra los sentimientos religiosos, a la promotora de la marcha feminista llamada ‘Procesión del santo chumino rebelde’, que recorrió las calles de la ciudad el 8 de marzo de 2013, con motivo del Día Internacional de la Mujer, imitando los desfiles de Semana Santa.
El delito ‘contra los sentimientos religiosos’ está previsto en nuestro Código Penal, y las manifestantes, cargaron a hombros la escultura de una vagina gigante incluyendo en el recorrido el itinerario de las procesiones oficiales, le rezaron oraciones y le gritaron los piropos que suelen escucharse en los encierros. Tal vez fueran ignorantes de que podían vérselas con el Código Penal, o quizá consideren que su causa merece hacer frente a una condena. En este caso acusan la fiscalía y la Asociación de Abogados Cristianos.
Lo cierto es que lograron el propósito de hacer ruido. Utilizando para la causa símbolos y ritos que otros, posiblemente la mayoría de los y las malagueñas, se toman en serio, pero provocar es el objetivo de cualquier protesta, y yo, que llegado a Málaga a los diecisiete tras una infancia viajera, no me considero parte ni parte contraria de la Semana Santa, modestamente opino que lo consiguieron. Vale que es mejor decir las cosas con lazos en el pecho y minutos de silencio, vale que el machismo o el maltrato están incrustados en la sociedad más allá de credos, y vale que habiendo un artículo del Código Penal al que apelar, los ofendidos tienen derecho a utilizarlo, pero gustos o malgustos aparte, esta sociedad necesita una revisión completa en materia de imagen de la mujer.
Revisión no solo en materia de estética y cánones de belleza que tratan de seguir nuestras hijas y sobrinas; no solo en materia de igualdad de oportunidades, contempladas o no en la ley; no solo en reparto de tareas y roles domésticos y familiares, sino sobre todo, en lo que toca a la aceptación de determinados gestos, a veces sutiles, y comportamientos. En otra vida, anterior a la crisis de la que no terminamos de salir, trabajé en el mundo del cine, cuya capital, Hollywood, no se ha distinguido por potenciar la imagen de la mujer. Incluso el revisionado de obras de grandes maestros, como Kubrik, ‘2001…’ por ejemplo, azora al comprobar que la visión futurista del director relegaba a las mujeres a secretarias y recepcionistas de colonias espaciales. Algo se mueve también allí. En estos días ha corrido como la pólvora una entrevista de Bertolucci de hace 3 años donde reconoce que improvisó con Marlon Brando introduciendo la archifamosa mantequilla en la escena de la violación sin previo aviso para que la actriz María Schneider se sintiera verdaderamente humillada. Y lo lograron, y de nada sirvió que la actriz llorara y se sintiera violada de verdad, y que lo haya denunciado en entrevistas posteriores que no tuvieron tanto eco. Para algunos, su religión es el arte, y está por encima de las personas, en este caso de una mujer. ¿Casualidad?
Quién sabe cómo terminará el juicio, si los acusadores harán gala de la caridad que propugna la religión simbólicamente ofendida o si el Santo Chumino terminará en condena. Pero aspiro a que algún día el gatillo fácil de los denunciantes se dirija contra el ultraje a otras cosas sagradas. Dignidad, igualdad, libertad, todas palabras femeninas. Al menos eso.