Tapones para los nervios

30 Nov

Uno de los tres grandes problemas de Málaga parecía que estaba en vías de solucionarse. Las del Metro no las cuento aquí, pues creo que sólo le preocupan a las altas instancias, enredadas en hacernos felices a través de sus propios intereses de partido. Sin ningún estudio científico a mano, supongo que habría consenso en señalar como principal dificultad de los malagueños, su propia subsistencia, a tenor de los datos microeconómicos -que término tan añejo y menospreciado-, que aparto y me niego a constatar cuando paseo por Calle Larios, la del síndrome de Stendhal chico, el marqués bueno y la ginebra menos suiza del mundo. El decorado de alta burguesía bien acomodada, muy a nuestro pesar contradice la certeza de nuestro día a día, que nos sitúa en el metrobús de cola de los umbrales más fríos de la pobreza, del desempleo, del PIB y de todas esas siglas que nos roban el orgullo innato que ya a penas nos fluye ni cuando mencionan nuestra tierra y hay que presumir. Es broma. El sol brilla a un palmo y nos regala ese ánimo vigoroso que respinga hasta en el peor decaimiento. ¿Qué es resiliencia? Resiliencia, tentetieso, eres tú.

La economía más que un problema es un trauma crónico que lo cubre todo. La aspirina es la pandereta que nos cura los malos ratos y los convierte a borbotones en goles de alegría en el último minuto. En el recreo de la pena de boquilla. El otro día, mi taxista se quejaba de los impuestos, del ahogo coadyuvante, de sus hijos sin alas, hasta que atravesamos la Plaza de la Marina y con la sonrisa chisporroteante aseguró que le habían dicho que nuestras lucecitas navideñas eran las mejores de Europa. Toma ya, economía. Borrada del mapa. Somos tan pobres que ni se nos nota con el caramelo, por idiosincrasia. Así que los dos siguientes malestares cobran protagonismo de falsa irrelevancia: las calles están sucias y hacemos mucho ruido.

De la Limasa municipal para lo malo, y privada para lo regulín, hablaré cuando toque. Pronto y persignándome. Ahora, el ruido. Que parecía arreglado, como dije al principio. De 116 expedientes sancionadores a locales por exceso de ruido en 2014, se pasaron a sólo 8 en 2015 y según dijo el mes pasado el edil responsable, Raúl Jiménez, porque se ha producido un mayor nivel de cumplimiento por parte de los sancionados. De 116 a 8 locales. ¡Se tiene que notar! Pues no. Los que más sufren el jaleo insufrible de las juergas de los demás, los vecinos del Centro (seis colectivos vecinales, exactamente), hartos del ninguneo ensordecedor, reclamaron ayer al ayuntamiento «que haga cumplir la ley» contra la contaminación acústica y afirmaron que estudian tomar medidas legales si las cosas no cambian.

Pero somos pobres. Camareros a tiempo parcial subsistentes. Sobrevivimos del turismo. Y el turista viene de vacaciones a disfrutar de sus días de ocio. Para ese ocio en silencio, Don Francisco debería poner la franquicia de un convento budista anexo a cada uno de sus museos, para hacer compatible el público que nos visita con la falta de sueño de sus ciudadanos. Esto es lo horrible del cartonpiedrismo, que dejar el Centro Histórico tan mono, y tan abandonados los arrabales, concentra todo el despilfarro acústico de la alegría de vivir en las orejas de unos pocos. Siempre los mismos. Y se les engaña. Y se les promete. Y se les burla. Y se aplazan las decisiones de Navidad a Carnaval y de Semana Santa al veranito. Y se multan a los mismos bares que ponen música. Como si la música fuera el único problema. El 90% de los locales sancionados son bares nocturnos insonorizados. A penas hay sanciones por el ruido que producen las terrazas. Ninguna por los ruidos constantes de los festejos municipales. Es imposible el silencio turístico. Pero el Ayuntamiento ni intentará explicárselo a los vecinos ni llegar a acuerdos, buscando paliar tal sufrimiento desquiciante. Se multa a la sala de conciertos de Gómez Pallete y misión cumplida.

La Cabalgata de reyes en Huelin, frente al desolado Museo ruso. El Carnaval en Ciudad Jardín, por ejemplo. El alumbrado Navideño, precioso, en la Barriada de la Paz. ¿Pero cómo se van a enseñar los barrios? Tan abandonados a su suerte, tan sucios, tan pobres… ¡Qué bonita está Málaga! Y qué sentaditos se tendrán que esperar los vecinos del centro a que el Ayuntamiento les amaine el ruido de su cornucopia escacharrada.

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