Me debato. Estoy pensándome si ver otro más, o darle la razón a Rajoy y dedicarle ese mismo tiempo kantiano a ver más partidos de fútbol. Estoy casi con Rajoy Junior en que los comentaristas son mejorables, a fuerza de recibir una sonrisa bobalicona si le hago gracia o un par de collejas, si ninguna. Yo ya se la he perdido. Me refiero a la gracia que me hacían Iglesias y Rivera, normal, de tanto verlos, como de cañas por el salón de mi casa. Han rebasado el plasma y se me sientan en el sofá tan a gustito, con la familiaridad que incomoda a cualquiera a partir del segundo grado de consanguinidad inaguantable. Se comen mis aceitunitas succionándolas con dos dedos de pianista, balanceando el pie con acento remilgado. Perdonen que suspire. Faltaría que tirasen de una esquina de mi mantita para taparse las rodillas mientras se impartían su siguiente clase de buenos modos democráticos conmigo en medio, a punto de deshinibirme. Si algún día tengo una hija, por favor, que no quiera casarse con un ñoño de centro como estos, de los que se encantan oyéndose decir cosas tibias para ganarse el aplauso del que ni sabe ni contesta.
Yo no sé cuántos debates van, pero han sido suficientes para que compruebe que mi amigo Pablo Iglesias se aprende las improvisaciones de memoria y las repite una y otra vez, como un buen chiste mermado hasta la tortura. Y no sé si se piensa que no tengo memoria o si da por sentado que tras predisponerme al convencimiento una vez, no iba a repetir. Pero seré raro o sólo idiota. De aquel “Salvados” del que tanto esperaba a este “Perdidos” del último debate a tres de El País, con Pedro Sánchez de amiguete encajador, sólo media desengaño. Sin que sirva de precedente, voy a estar de acuerdo con algún portavoz del PP y voy a reconocer que quien ganó este último debate fue Rajoy. Quién lo perdió fue Garzón. Y los espectadores empatamos. Albert y los Picapiedra alcanzaron una cuarta dimensión incalificable.
La próxima cita añadirá a Soraya Sáenz de Santamaría. No sé dónde va a meterse. Si tres al centro par y pasa ya eran muchos, ahora llega la cuarta con pretensión de poner su huevo en el mismo sitio. Cuatro debatiendo y todos de acuerdo en demostrar que la UCD sería radical a su lado. Soraya será la estrella. Lo peor, que a lo mejor lo veo.
La causa de tanto debate se debe a que Rivera e Iglesias se gustaban mucho. Se prometían en forma y dispuestos a enfrentarse a todos, sin cuidado de desfallecer. Y no es que estén cansados es que nos cansan. Dicen que hasta el jamón cansa, aunque hasta que no lo compruebe un día de estos, no lo corroboraré. Y lanzado el guante, no hay medio de comunicación que se precie, que no haya puesto cuatro atriles y un precio a sus anuncios.
Rajoy, escondido en su saloncito íntimo de la Moncloa, se fuma un puro viendo al Madrid, y esperando que estos días de precampaña y debates pasen cuanto antes. Él lo que sabe hacer es gobernar como dios manda, agazapado en lo que se ve obligado a hacer. Con la sabiduría del hombre asustadizo, que baja las persianas y echa las cortinas para que no lo vean los amigos ni sus puñaladas traperas. Cuanto menos hable, menos entrevistas se le le hagan y menos se le pregunte a la gente qué nota le pondría, más posibilidades tendrá de seguir en su centro de alto rendimiento, con su traje de camuflaje puesto. Menos es más. Si al final va a ser el más listo.