Quedan sólo cuatro días para la cita democrática por antonomasia. El domingo elegimos entre todos al nuevo gobierno que apechugará con la crisis durante la próxima legislatura. Los eruditos económicos más optimistas sitúan el final del abismo en 2016 -famoso año este- y, quien acceda a la gerencia del desastre verá coartado su margen de maniobra por los datos macroeconómicos, presumiblemente desbocados. He leído la opinión de varios sociólogos que apuntan hacia un gobierno de ida y vuelta. El que trabaje ahora a destajo podrá dejarle las arcas más o menos arruinadas al que lo suceda en 2015 para que, sin que éste haga nada, pueda llevarse todos los méritos honoris causa por el repunte anunciado. Así funciona la política cuando depende de la Economía. Uno puede arrogar todos los deméritos del capitalismo al partido oponente, por más que sea un dios inmanejable y huidizo. Los mercados, que no son nada ni nadie sino todos nosotros especulando en desorden y con libre albedrío, nos gobiernan porque el poder no lo ostentan las personas sino su dinero o en este caso crítico, su no dinero. En el siglo pasado se imaginaban los escritores con trasfondo social un mundo dominado por las máquinas. Pues no, se equivocaron. Las máquinas, como las personas se apagan cuando no hay dinero. Y digo yo, inculto en temas de trueque hiliofilizado, que por qué habiendo las mismas cosas siempre, a veces se pueden comprar y a veces no. Las mismas personas y las mismas cosas pero a las que no se puede acceder si el dinero no quiere. La crisis no significa que desaparezcan las cosas, ni las aptitudes, ni los rendimientos, significa que hay lo mismo pero que no se puede coger. Puedes mirar cómo se pudren y pudrirte tú también en firme armonía, mirando al político que señala a las leyes de mercado como gen inutilizador que lo libera de responsabilidades.
Así las cosas, sin dinero-guía que nos resuelva los problemas espirituales, ni el almuerzo, ni la cena, llegan las elecciones Generales a Málaga, con 57.880 familias atendidas por los servicios sociales según el OMAU (Observatorio de Medio Ambiente Urbano) -que no sé lo que es pero existe en lo alto de un monte-, 238.100 parados y una tasa de actividad del 59,19%. Porque toda España está en crisis, sí, pero lo de Málaga es crisis y media. En España, la que gana los mundiales de fútbol, la renta per cápita -de hoy- ronda los 17.000€ anuales. En Málaga, 12.600€. Mileuristas, nosotros y, lo demás, tierra conquistada. En España, la que nunca gana Eurovisión, la tasa de desempleo es del 21%. En Málaga, del 30%. Pero hay que votar, nos dicen. Desde el desánimo, sin pegar ojo de tanta resta, desconfiando de todos y de todo, pero votando. Al Real Madrid, al Banco de Santander, a una ONG, o a lo que se quiera -que para el caso-, pero democráticamente. Porque a falta de una democracia más directa y participativa, lo que le queda al ciudadano es única y exclusivamente el voto a unas listas cerradas, acordadas por los gerifaltes de los partidos políticos, para convertirse en un verdadero demócrata.
Y nos hablan los representantes de los Partidos Políticos de programas, medidas, achuches, trenes, obras, culturas, jardines, cuando lo que necesitamos es una casa y un trabajo, exactamente lo que no nos pueden dar -aunque en campaña no lo digan-. El trabajo nos lo darán los mercados, que no son nada ni nadie, cuando las cosas les vayan bien. Y la casa, el Banco, cuando les vaya aún mejor. Mientras tanto, dependiendo de quién esté, se hablará más o menos catalán en la intimidad, las niñas podrán abortar con permiso o sin él y los gays y lesbianas que se quieran podrán unirse en matrimonio o en otra cosa.
Pero sí, votaremos porque es la postura más indigna que podemos adoptar. La otra y única que nos queda, la peor: conformarnos.