Ya tenemos PGOU nuevo. Supongo que hay que celebrarlo. Entre dos y siete años, según las prisas que se tenga en criticar la gestión de palacio, ha habido que esperar para volver a poner suelo malagueño en venta. Unos achacan la tardanza a errores torpes de quien lo planificó y los otros afirman que se trató de un acoso numantino al gobierno local por parte de la Junta. Probablemente ambas cosas y ninguna capaz de justificar el despropósito. Pero se acabó. Ya se podrán hacer los rascacielos y los parques al gusto municipal. Si alguien tiene dinero y ganas, claro. En el 2004, todo era posible porque nos sentíamos ricos y endeudarse formaba parte del estado del bienestar. La vivienda era una inversión que aportaba más plusvalía que cualquier otro negocio pero, pasada tanta crisis, no sé yo. Cabe preguntarse cuánto más hubiésemos crecido si se hubiese llegado a un acuerdo en el momento álgido de la economía del ladrillo o si, por el contrario, ha sido una bendición que los técnicos de nuestros representantes no fueran los mejores o los que tuvieran más ganas de cumplir con su cometido, por aquello de la caída.
Digo yo que mejor con plan y ordenados. Como mínimo, la amplísima nómina de cargos de confianza del urbanismo malagueño tendrá papeles encima de la mesa con los que pasar el rato. No se sabe cómo ni quién, pero nuestros gobernantes prevén que con la entrada en vigor del nuevo planazo se construirán 43.000 viviendas en Málaga a medio plazo y, el más difícil todavía, 17.700 de ellas de protección oficial, con lo que el tope constitucional de endeudamiento público del que tanto se habla últimamente, sólo sería posible llevarlo a cabo si fuera desarrollado posteriormente por una extrañísima ley orgánica muy divertida de leer. O eso, o los que nos quieren urbanizar en nuestro Ayuntamiento no entendieron bien el cuento de la lechera en su momento. En fin, algo de optimismo de vez en cuando, tan quebrados técnicamente, se agradece.
El remozado PGOU permite la expansión de la ciudad, sobre todo por el Far West –Puerto de la Torre, Campanillas y Churriana- y desbloquea todos los grandes proyectos urbanísticos previstos, anunciados, maquetados y expuestos por el Ayuntamiento de Málaga, calculo yo que poco después de que me asaltara el poco uso de razón que uso, cuando aún era joven, guapo y deportista, incluyendo los del entorno de los antiguos depósitos de Repsol o la Térmica con sus colosos de cemento ajardinados. Los de Repsol serán –podrán ser, mejor dicho, si algún osado promotor está dispuesto a invertir- rascacielos de treinta y cinco plantas y 125 metros de altura. Diez plantas menos y dos o tres árboles más en los cuatro edificios imaginados en la zona de la Térmica. Y la joya, por la antigüedad en la profecía, el famoso bulevar, también podrá iniciarse. Lo que no significa que se inicie pronto. Pero ya es posible, ya se puede reurbanizar el entorno con 3.600 viviendas y, lo mejor, casi pasear por el parque que transcurrirá –algún día de estos o de más allá- a lo largo del presunto bulevar.
Pero el PGOU no lo cura todo en cuanto al urbanismo imaginable de nuestra ciudad. Aún hay una pena acomodada en su parálisis. Se trata del bonito hotel, perdón, quería decir el Hotel de Moneo, previsto e impuesto para la zona de Hoyo de Esparteros y que incluye el derribo del edificio protegido de La Mundial que, a pesar de contar con el beneplácito de Junta y Ayuntamiento, aún no tiene el legal pertinente ya que requiere de la modificación del PEPRI y alguien, desde el Consistorio, olvidó por error -o buen gusto- remitirlo para su informe al Consejo Consultivo de Andalucía, trámite necesario. Con mucha suerte, de dos a siete años.