Se acabaron los enfrentamientos entre el Real Madrid y el Fútbol Club Barcelona hasta la próxima temporada. Al menos en el terreno de juego. Los diarios deportivos y sus ventas serán los que más los echen de menos, no cabe duda. A mí, como a la mayoría de forofos futboleros, empezaban a intranquilizarme, sobre todo por los temidos efectos colaterales que pudieran causar en la selección. El espectáculo ha sido circense, gracioso a ratos y preocupante a medida que la chinita caía por el valle nevado. Sé que madridistas y culés preferían un pisotón de Marcelo a Pedro que de Arbeloa a Villa, al menos a priori y, que en el concurso de saltos, en la piscina, arrogarían todo el mérito, los diez puntos y la medalla de oro preferiblemente a Alves o Di María que a Busquets, lo que no me queda tan claro es si después del fragor de la batalla proseguirán en su idea. Tal vez ya dé lo mismo. Espero que no. De un lado, parece que el pique va con Piqué y del otro, se lleva la palma el otrora buena persona, Sergio Ramos. Pocos se salvan de la quema, puede que Xavi o Iniesta, puede que Iker o Alonso. Pero ni Villa ni Albiol, seguro.
De todo esto tienen la culpa Villar o UNICEF si quieres, o Mourinho y lo que se ha dado en llamar la “Central Lechera”, si odias. Yo he aprendido mucho sobre lo que suponen las buenas formas y las malas después de leer los partidos: que son lo mismo si se disfrazan de soberbia o falsa modestia, según te indigne el corazón. Y otra cosa me ha quedado clara. A la pregunta, ¿cómo es posible que los italianos disfruten viendo ganar a su selección con tan poco fútbol?, ya se le ha dado respuesta en España, tras tanto centenario, tanta furia y tanto señorío que nos confundía: el fútbol bonito no existe. Está el juego de toque y ataque y la otra cosa, igual de preciosa, como un niño poco agraciado al que la madre muestra a la mejor amiga tras nueve meses de buena esperanza y mil amores, y que en la cuna nunca será feo sino distinto.
Los árbitros y el calendario están en contra de uno, si uno se lo cree. Eso siempre. Porque es cuestión de entrañas, no de posesiones. Las matemáticas pueden desprender teoremas que nunca servirán al fútbol cuando rebasan la lógica. Nada podrá demostrar que cuando un equipo tiene el balón, le resulta más complicado hacer faltas que cuando no lo tiene, puede que porque intenten quitarse la pelota a ellos mismos, por ejemplo. El porqué de jugar con diez nada tiene que ver con eso. Ni con Pepe. Ni con buscar el balón en la cara de Busquets como hizo Motta antes de que éste sintiera un tiro y se echara unas risas en la hierba. Jugar con diez depende de que alguien que no sienta tus colores, expulse a uno de los tuyos. Y punto.
El fútbol ni se ve, ni se lee, ni se destruye cuando se siente. Y si las cosas de la economía no van como te gustaría por mor de culpables siempre ajenos, la receta sigue siendo la misma y suculenta de pan y circo. Si alguien intenta sacarle rendimiento a esta máxima, es su momento. No tendrá que echarle tantas gotas de inteligencia como cabría inducir en otros ámbitos del desasosiego de la vida, bastará con remover la visceralidad del que está dispuesto a seguirte. Que gane el mejor, siempre y cuando el mejor sea mi equipo y vuelta a la realidad, qué suerte, por fin. Acabaron enteros los cuatro partidos.