Berlusconi ha vuelto a quedar en el punto exacto en que lo sitúan sus exabruptos. No sé quién lo bautizó con el apodo de El Caballero, pero creo que lo dijo de broma y así se quedó en serio para una parte de su electorado y seguidores, que los tiene. Nunca olvidemos que entró mediante el voto democrático. La última de sus gentilezas ha sido decir algo así que mejor que te gusten las mujeres a que te gusten los homosexuales. Esta perla de la inteligencia la soltó porque se le relaciona una vez más con una menor, Ruby, además de origen marroquí, o sea inmigrante y en situación precaria. Los asuntos morales se pueden juzgar en un plano de relatividad, claro está, pero hay actuaciones que desde luego son absolutas. El Caballero se comportó más como la vulgar bestia que monta, que como un humano educado que merece el apelativo de tal condición. Una menor e inmigrante revela una posición de debilidad de la que un caballero no debiera hacer gala, al margen de cualquier otro relativismo que pretenda justificar una relación de este tipo, semejante a esos europeos que avergüenzan con sus viajes hacia paraísos sexuales caribeños u orientales donde las menores se consiguen a precio de cajitas de maquillaje en almacén chinesco.
Aún recuerdo una conversación de dos señoras en la tienda de Valladolid en que yo aguardaba turno para comprar el pan. Años de destape incipiente y portadas de revistas que todavía provocaban el secuestro por orden de la autoridad. Una hablaba del hijo de una vecina que se había vuelto zape, es decir, de la acera de enfrente, a lo que su interlocutora respondió que mejor eso a que fuera ladrón. Tiempo después, he oído argumentos llenos de esa semejante lógica indiscutible que prefería una condición sexual antes que la droga o el crimen, lo que revela el respeto que para el hablante merece la opción sexual, sentimental y vital de una persona en concreto a la que toma como ejemplo y, ya de paso, de todas en general que no cumplan unos parámetros de comportamiento que no se consideren aptos para todos los públicos como las películas con argumento ñoño.
Me encanta Italia; pasé días felices en Venecia y me enamoré de la ciudad, pero El Caballero con su verborragia ha quedado a una altura intelectual de quien no está capacitado para gobernar más allá de su propio dormitorio, no porque esté prohibido hablar sobre la homosexualidad, ninguna reflexión debiera estar prohibida, sino porque la enarbola como escudo defensivo, no de armas, ante la reprobación por la prepotencia que como magnate ha utilizado frente a una menor para llevársela a la cama, pagando, por supuesto, como un caballero considerará él. Aún existirá quien justifique sus palabras e imagino que hablará para una determinada clase de público. Si estas barbaridades hubiesen sido vociferadas en cualquier país del tercer mundo, el lector podría entenderlas como fruto de la ignorancia ambiente y del populismo necesario, pero se han enunciado en la cultísima Italia, madre de Europa, vigía y crítica moral del mundo, repleta de caballeros como el que hoy nos ocupa, todo el día en continua competencia consigo mismo a la busca de protagonismo en titulares.