Una niña española menor de edad ha saltado a la palestra de la actualidad sin otro demérito que el de pretender recibir la educación que supuestamente ampara nuestro ordenamiento jurídico. De hecho, tanto su nombre como su imagen se muestra indiscriminadamente en todos los medios de comunicación sin que ninguna asociación, colectivo o institución pública dedicada a la defensa del menor, haya tomado cartas en el asunto.
La fama le viene impuesta porque algo, muy turbio, le impide asistir a clase. No sé qué cosa. Cualquiera, menos nuestro Estado de Derecho. Ni siquiera la libre interpretación que cada cual quiera darle a nuestro Estado de Derecho, como si se tratase de una religión o un dictado ético, puede servir de legitimación a los que precisan de una excusa para excluir a quien no se someta a una moral tradicionalmente correcta. El Estado de Derecho, afortunadamente, no se sustenta en la gracia divina de ningún caudillo, ni en la tradición católica de nuestro país, ni en el liberalismo trasnochado del progre feminista que jamás ha lavado un plato, ni siquiera en la bondad natural del hombre. Nuestro Estado de Derecho, como cualquier otro democrático, sólo se sustenta en la ley.
Y no hay ley que impida vestir de una u otra manera en nuestro país. Pero a falta de ley, “leyguna”, que decía uno de mis profesores de derecho cuando yo era joven, guapo y deportista. Esta laguna, la cubren los semidioses de un centro educativo con un reglamento que imponen a su gusto, sin temor a que el PP lo mande al Tribunal Constitucional si nada tiene que ver con la transición, con su cruzada contra los nacionalismos no madridistas, o no pueda aportarle algún voto.
Hay voces, incluso públicas, que recomiendan a esta niña de 16 años que le van cerrando puertas de institutos, que se quite el velo o se vaya a su país. Por una vez, y me preocupa mucho, estoy de acuerdo con estos xenófobos que nos ha tocado sufrir en esta vuelta al pasado ideológico que ha acentuado la crisis económica. Sí. Que se quite o no el velo, me trae sin cuidado, es su elección y yo la respeto, pero que se vaya a su país y se queje y denuncie y luche por sus derechos, me agradaría tanto como al más racista que la señale. Porque en su país, democrático, tarde o temprano será protegida, incluso puede que defendida. Porque su país es España. Es tan española como yo o como manolo el del Bombo, le guste o no le guste a los que no se hayan dado cuenta de que el régimen político cambió hace 35 años y que desde 1978, España es un país laico y la libertad religiosa es un derecho fundamental protegido.
Que lleven el “hiyab”, collares, pulseras, falda o pantalón, camiseta de tirantes o el kimono que les guste todas las niñas de nuestro país, a sabiendas de que nadie les discriminará por horteras, ni por no poder llevar ropa de marca, ni tampoco, por vestir según el opio del hombre divino que hayan decidido profesar.
Respecto al “hiyab” en concreto, es una prenda preislamista que distinguía a las mujeres libres, que lo llevaban, de las esclavas, que no podían hacerlo. Hoy, que no dudo que esta niña o tantas otras lo lleven por cuestiones religiosas, lo que no podemos en virtud de nuestra concepción occidental de la libertad es obligarlas a quitárselo. ¿Le estaríamos dando nuestra libertad o le estaríamos quitando la suya?
¿Deberíamos obligar en cualquier circunstancia a una monja a quitarse la cofia, o a un escocés a quitarse la falda en una ceremonia en una institución española?
Al q no le guste la democracia laica q se vuelva a su pais.
No puedo estar más de acuerdo con la opinión expresada en el artículo. No se que mal hace esta niña ni de qué pretenden liberarla. Hay muchas personas en España que miran mal a todo el que no es «como Dios manda» aunque sea para cuestiones distintas a la religión, como pueden ser la ropa o el lenguaje. Además si es extranjero se le dice rapidamente que se vaya a su país, ¿por que no se van ellos?