Ayer se celebraron elecciones en el Ateneo, una “Asociación Artístico-Literaria”, según reza en sus Estatutos, fundada en 1966 y declarada por el Gobierno de “utilidad pública” en 2001, cuya actividad primera, según el mencionado documento, tiene que ver con agrupar a personas “con amor por el cultivo del espíritu”.
Dos candidatos enamorados de ese cultivo se enfrentaron ayer para alcanzar su presidencia; la que los medios de comunicación han señalado como candidatura continuista, la encabezaba Diego Rodríguez Vargas, miembro de la directiva anterior y, una segunda, tildada de “renovadora”, que comanda Tecla Lumbreras.
A mí, esta romántica asociación siempre me atrajo, más que nada por su buena fama de “nido de rojos” que se le presumía durante los últimos años del franquismo y que algún político moderno de la derecha malagueña supo afianzar en la pasada década, calificándolo despectivamente del mismo modo, paradojas del destino atemporal. También me sedujo su edificio añejo, despeinado, con ese aire de burguesía decadente y luz ocre que lo mimetiza todo. Por esa barra a medio hacer con quintos de cerveza caliente, por sus oficinas de institución cultural de país en vías de desarrollo, por sus salas amplias, cóncavas del tiempo y otras humedades y sobre todo, por sus señores que lo custodian con el descuido necesario, vestidos con traje clásico de más de treinta años de impecabilidad a sus espaldas.
Allí he asistido a charlas, conferencias, debates, presentaciones de libros, incluso a conciertos, siempre en la misma sala de tronío desvencijado con los asientos más incómodos que recuerdo pero más a gustito que soñando. El Ateneo es mágico. Cumple su función sin esfuerzo, por acto reflejo y compendio de casualidades de bajo presupuesto y calidez mundana.
Hoy se sabrá la candidatura ganadora, supongo. Yo, que no soy socio porque no me gusta tatuarme nada que luego me pueda borrar, estaré atento y complacido con cualquier resultado. Y me extraña. Yo que siempre elijo a prisa, que me considero un pobre progre conservador de izquierdas, celebro los goles del FC Barcelona, prefiero el turrón blando al duro y en verano me tomo los sorbetes de naranja, no me decido o decido demasiado y me arrepiento en este caso. Me gusta el Ateneo como está. Pero me gusta Tecla. Lo que sí tengo claro es que apoyaré a los perdedores porque los considero necesarios en una asociación que necesita seguir sumando. Sobre todo seguir sumando independencia. Ese es mi único temor. Porque un Ateneo politizado me gusta. Un Ateneo con ideología es necesario. Pero un Ateneo con dependencia de un partido político, eso no, eso es otra cosa.
Soy asustadizo, lo reconozco. Y encontrarme a gestores profesionales de la cultura de las instituciones públicas de nuestra ciudad apoyando a una u otra candidatura, me produce desasosiego. Que nada cambie cambiándolo todo, esa sería mi apuesta porque esa es la única manera de fomentar y extender la cultura en sus diversas manifestaciones desde el ámbito privado. Es preferible llorar una subvención a que te la den con rédito político. Porque los partidos sólo entienden de instrumentos electoralistas cuando a filas son llamados por la cercanía de las urnas.
Y el Ateneo tiene Historia. Una historia que me gusta y que tiene que seguir escribiendo.