Por lo visto, la prostitución está aumentando en nuestra ciudad y la gente se alarma. Lo leo en los periódicos. Lo que no acaba de quedarme claro es si dicho incremento se debe a que hay más prostitutas en la calle o si es que necesitan echar más horas a la intemperie para saldar sus deudas. Entre incendio e incendio, durante los primeros meses del verano, se afanaron las televisiones de ámbito nacional en ofrecernos imágenes de lo que ocurría en Madrid o Barcelona, donde nos aseguraban que se ejercía la prostitución con menos remilgos de los que el ciudadano de a pie estaba acostumbrado a consentir. En plena calle se quejaban los vecinos, con voz en off, mientras se nos ofrecían imágenes con muy poca resolución y en plano general de algún completo en el interior de un coche sin nocturnidad ni alevosía. Bueno, alevosía no sé, depende de la intención del cliente a la hora de salir de su casa.
Y como las comunicaciones avanzan que es una barbaridad, el pequeño mundo globalizado nos ha servido para averiguar que aquí también pasa y que si allí se quejan, aquí también y más, hasta el punto de que el propio alcalde de nuestra ciudad ha tenido que manifestarse en este sentido y reconocer que el Ayuntamiento no tiene suficientes recursos para controlar el fenómeno. Eso sí, ha reclamado un plan “a nivel nacional” para abordar de una manera concreta la resolución del problema, aunque ya, por si acaso, está elaborando una normativa que se plantea multar hasta con 3.000 euros a los clientes pillados in fraganti.
Cada cierto tiempo ocurre que la ciudadanía se destapa los ojos y los oídos para despotricar en contra de la prostitución, lo que me parece muy sano. No tanto, que lo que nos preocupe a tan buena gente sea, únicamente, apartar a las prostitutas de la vista o el camino.
Los que saben, o cuanto menos suponen en público, dan cifras de medio millón de mujeres ejerciendo la prostitución en nuestro país, de las que a penas 50.000 son españolas. Digo yo, que con sólo aplicar la lógica de estos datos, no es difícil llegar a la conclusión de que la prostitución de nuestros polígonos, al menos en el 90% de los casos, no obedece a la libre disposición de estas mujeres a ejercer ese trabajo, sino que se trata de la prueba irrefutable de que en nuestra sociedad se consiente la esclavitud, al menos si no hace ruido y se aparta de la mirada de los más honestos ciudadanos.
¿Se imaginan que lo ocurriese en el solar de abajo fuese que cada día apaleasen a alguien y lo que reclamásemos fuera que se llevaran a la víctima a otro sitio?
La única razón por la que una mujer puede verse obligada a ejercer la prostitución en la calle es la fuerza. Tener que pagar el viaje a Europa a una mafia es la excusa, y el remedio, aguantarse. ¿Y cuándo se paga la deuda que las libere? Yo no lo sé, aunque me cuesta creer que una organización capaz de traficar y de ejercer cualquier tipo de violencia e intimidación contra personas por dinero tan impunemente, les pueda quedar algún resquicio moral como para decidirse a liberarlas en algún momento. Si ilegalmente las han traído, mantenido y explotado, ¿qué motivaciones les pueden obligar a cesar en su actividad que no sean meramente caritativos?
Esa mujer vejada, maltratada y violada que molesta prostituyéndose frente a mi casa no es un problema, tiene un problema. Y nosotros otro mayor, que lo consentimos.