Yo soy poco feriante pero este año he decidido ponerle empeño a aquello del propósito de enmienda y al menos, intentaré congraciarme con el alborozo. Podría excusar la traición a mis principios en base a la ética, si quisiera ver un menor despilfarro de dinero público en la ornamentación añeja y el sistema de iluminación desfasado que año tras año nos imponen las lumbreras del diseño municipal convertidos en políticos, pero no, aquello seguirá revolviéndome las entrañas hasta que el uso de razón me abandone, dentro de algunos años o de un par de cubalibres.
Tampoco es que haya conseguido dominar mi animadversión contra todo aquello que el malaguetismo me infiere y que tan vehementemente se hace identificable en mi mejor feria del sur de Europa. Porque la feria es menos malagueña que malaguita, o al menos eso prefiero pensar. Todo lo peor del ¡cogel-lo ahí, cogel-lo ahí, gorrión!, ¡aaaay!, se trasluce en la idiosincrasia del faralaes peor entendida. No es cierto que seamos así, supongo con todas las virtudes teologales que dios no me dio de por medio, pero no puedo evitar, si cierro los ojos, prever que todo se inundará de nuevo del vaho del vino dulce que nos hace concebirnos a nosotros mismos como bizcos, torpes, chillones, descamisados, y con los cordones de oro más grandes del peor peregrino.
No, ese símbolo malaguita del feriante que se traslada a mi subconsciente cuando pienso en lo que se me avecina, ajo de mi vampirismo, no se me va a quitar sin causas efecto, pero he planificado una estrategia sincera que los soslaye en la medida de mis posibilidades, o sea, midiendo los recorridos y horarios que he considerado más oportunos para que mi visita al exterior no mine antes de lo previsto, la fuerza de voluntad de la que presumo y espero, consiga congraciarme con mi feria.
Este año incluso, estoy dispuesto a no lanzarle peroratas a mis acompañantes acerca de los disfraces de gitana que se ponen algunos para sudarme la ciudad. Porque si vas a bailar folclore, llevas un traje, pero si vas a pasear, estás disfrazado, se ponga como se ponga de guapa la muchachada nativa. No me imagino en Zaragoza a la gente vestida de jotica ni en Barcelona de sardana si no media una agrupación folclórica de por medio, y si eso es lo que nos hace diferentes, ¡viva el carnaval!
Nada de eso creo que haya cambiado, ni con la crisis. No lo espero. Y sin embargo, como dije, estoy dispuesto a tomarme esta feria como el punto de inflexión que me devuelva a mis festejos mejor recordados. Y sólo por tres razones –poderosas-: el cartelista, el pregonero y el abanderado. Tengo muy claro que estas tres figuras sí simbolizan la feria, mi feria, la que quiero.
Lorenzo Saval es Litoral con su Málaga de finales de los años 20 que la llevó a ser capital europea de la cultura noventa años antes de lo previsto y de la mano de la Generación del 27. Y el actor Manuel Bandera y el cantante Javier Ojeda, formaron parte de aquel grupo de visionarios que a partir de los ochenta nos devolvieron la huella de aquel aroma, con la elegancia de su movida que cambió la concepción de la cultura, la que ha llegado hasta nuestros días.
Eso sí nos representa, esa sí es nuestra feria. O eso quiero pensar. Porque el cartojal arriba, abajo, a un lado, al otro y pa dentro, pero no, por favor, el cartojal nunca en el centro.