Agua

24 Ago

Cuando yo era chico, lo único que daban gratis en cualquier bar era agua del grifo. Hoy, los restaurantes tienen cartas de aguas embotelladas de lugares tan caprichosos como las islas Fiji o los fiordos noruegos cuyos precios compiten con los de la carta de vinos, y si entramos en algún bar a pedir agua, el camarero nos venderá una botellita de agua mineral, entre otras cosas porque la del grifo no la bebe casi nadie, tan devaluada está, la pobre.
El agua del grifo es uno de esos bienes que sólo llegamos a apreciar cuando giramos la llave y no cae una gota. En Málaga son frecuentes los periodos de sequía, durante los cuales las autoridades nos prohíben regar jardines y llenar piscinas que la mayoría no tenemos, y nos recuerdan la escasez de este precioso líquido con molestos cortes del suministro. Durante esas etapas de carestía, quien más y quien menos sustituye el baño por la ducha, intenta tirar poco de la cadena y revisa los grifos que gotean, mientras los técnicos debaten sobre tarifas leoninas y contadores capaces de poner en apuros a quien se pase en el gasto.
Este invierno ha llovido y nuestras reservas se han recuperado en parte. Las autoridades han puesto fin al impopular decreto de sequía y los periódicos han hablado de tranquilizadores porcentajes de recuperación de los pantanos. Pasó la alarma y todos volvemos a abrir los grifos sin culpa.
El resultado es que durante los meses de julio y agosto, los malagueños hemos gastado un 31% más de agua que en el mismo periodo de 2008. No sé si el aumento del consumo se deberá a que se han podido regar los jardines y llenar las piscinas que permanecieron vacías el año anterior, a que nuestros turistas son más celosos de su higiene personal o a que hace más calor (a mí siempre me parece que el verano en curso es el más caluroso de la Historia), pero los 324,03 hectómetros cúbicos que tenían nuestros embalses al final de la primavera se han reducido a 283,6 a mediados de agosto, así que este invierno volveremos a cantar ´La virgen de la cueva´.
En esta situación, siempre podemos echarle la culpa al vecino. Las autoridades nos recordarán a los ciudadanos que el ahorro es cosa de todos y yo, que carezco de jardín con piscina, pondré el grito en el cielo acordándome del consumo de los ricos o de la industria turística, cuyos responsables dirán a su vez que sus hoteles y campos de golf consumen menos agua que los sembrados agrícolas. Los agricultores responderán que con lo que sacan por los tomates no les da para instalar riego por goteo, y la pescadilla seguirá mordiéndose la cola.
Este no ha sido un mal año de lluvias, pero en Cádiz, aquí al ladito, los veraneantes de Costa Ballena han experimentado el fastidio de los cortes de agua durante todo el mes de julio. La presión de la urbanización de lujo sobre las reservas de Rota era excesiva. Son pequeñas señales de alarma que los malagueños, tan dados a vivir al día, ignoraremos alegremente. ¿No dicen las noticias que la merma de agua en los pantanos todavía no es preocupante?
La primera vez en mi vida que usé una cisterna de doble carga fue en Inglaterra, país con muchos menos problemas de sequía que España. De eso hace quince años. Tal vez aquí, acostumbrados a beber agua gratis en los bares, no aprendimos a darle valor, pero no descarto que en el futuro un vaso de agua del grifo resulte más precioso (y caro) que una botella de tinto de reserva.

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