Estoy muy preocupado por la escasa afición a la lectura de nuestros jóvenes. Bueno, de jóvenes y adultos. Pero especialmente de los jóvenes porque creo que una juventud que da la espalda a los libros es menos libre, menos inteligente y menos esforzada que una juventud que ama la lectura.
Más libros, más libres. Más libros, más comprensión del mundo. Más libros, más reflexión y más compromiso con la mejora de la sociedad en que vivimos. Si los libros están bien elegidos, claro. Porque da la impresión de que hay que tener criterios selectivos para ver series, películas y programas de televisión, pero que no hay necesidad de elegir bien a la hora de leer.
Mi hija Carla, que era una lectora voraz hace años, solo lee aquello que le exigen en el Colegio. Y a regañadientes. Me cuesta aceptar ese cambio. Está rodeada de más de diez mil libros en la casa, nos ve a los padres con libros en las manos (tengo esperándome un e-book hace años, pero me resisto a abandonar el objeto físico que me ha acompañado durante toda la vida, como amigo inseparable y fiel), la invitamos a leer con machacona insistencia, le hablamos de la importancia y la necesidad de la lectura, no solo para su formación sino para su diversión.
Cuando le pregunto por qué no lee (ahora mismo lo he hecho, deteniendo la escritura) me dice que no le entusiasma. También se lo he preguntado hace días a un grupo de amigos y de amigas que estaban en mi casa, y he podido constatar el mismo desinterés. Su respuesta me interpela como padre y debería interpelar también al profesorado. ¿Qué está pasando? Porque es evidente que algo les está pasando a los jóvenes y algo nos está pasando a los educadores y a las educadoras en las casas y en las escuelas.
Reflexiono sobre las causas de esta inquietante desafección. Y, sin pretensión de exhaustividad, se me ocurren las siguientes.
Leer supone un poco más de esfuerzo que encender la televisión. Ver una serie o una película solo requiere pulsar un botón del mando a distancia. Tumbados en el sofá, resulta muy cómodo seguir la historia al hilo las escenas. Y no es necesaria una reflexión profunda para entender lo que se cuenta. Las imágenes se van sucediendo y resulta muy fácil establecer los nexos de la historia.
El uso del móvil absorbe un tiempo, una atención y unas energías que dejan poco espacio para otras actividades, por importantes que sean. La proporción de tiempo que consume el uso del móvil no tiene comparación con cualquier otra actividad de la vida de los jóvenes.
Leer exige concentración. No se puede estar leyendo y haciendo otras cosas, como sucede en el caso de la televisión. He visto a mi hija seguir una película mientras contestaba a los incesantes whatsapps que recibía en el móvil. No se puede hacer lo mismo mientras se lee.
La aceleración de los tiempos, las prisas, los planes encadenados, dejan poco espacio para el reposo que requiere la lectura de un buen libro. Creo que la juventud está dominada por el frenesí de la acción, de los encuentros, de las citas, de las reuniones.
Una voluminosa novela llevada a la pantalla puede verse en hora y media, mientras que la lectura de la novela consumiría muchas horas. M han contado que algunos alumnos, cuando tienen como tarea leer un libro que ha sido llevado a la pantalla, prefieren ver la película y no leer el libro. Queda muy atrás para ellos y ellas la galaxia Gutemberg.
La multiplicidad de estímulos que les llegan de amigos y amigas, la red de relaciones que cultivan, las canciones frenéticas que escuchan y tararean les tiene ocupada la mente. No es fácil aislarse de esa frenética cadena de estímulos.
Aunque se puede leer en todos los lugares, es cierto que la concentración que exige la lectura requiere espacios llenos de silencio y de paz. No abundan en los lugares que frecuentan los jóvenes y las jóvenes. No hay silencio en ninguna parte. El ruido es enemigo de la lectura. No hay silencio en las casas, en los lugares de encuentro juvenil. Y para leer hace falta silencio.
Hace tiempo que escribí un artículo titulado “Si no leo me aburro”. Algunos jóvenes se apresurarán a tachar el no con trazos bien gruesos. Piensan que leer es aburrido. Qué error. No haber tenido buenas experiencias lleva a no creer que existan.
Hay también un problema en la mala didáctica sobre la lectura. Obligar a leer textos que no despiertan el interés, exigir tareas ingratas sobre lo leído, hace que se rechace la lectura como si fuera un castigo.
Y no hablo solo de la desafección a la lectura. Hablo de los libros, de la falta de amor a los libros. Pocas veces he visto que en conmemoraciones, cumpleaños y otras fiestas los jóvenes y las jóvenes se hagan el regalo de un libro. Los veo y las veo en muchas tiendas (de ropa, de telefonía, de informática…), pero no tanto en librerías o en bibliotecas (salvo en época de exámenes). No les veo comprando libros para formar una biblioteca de obras de su interés. No les oigo hablar de libros, de lo que han descubierto en ellos, de lo que les ha aportado una obra, de lo emocionante que ha sido el final de una novela.
Estoy leyendo un hermoso libro. Se titula “El infinito en un junco”. Su autora es Irene Vallejo, escritora y filóloga nacida en Zaragoza en el año 1979. Es conocida por su labor de divulgación, especialmente por sus colaboraciones en El Heraldo de Aragón y El País Semanal. Es un maravilloso libro de 452 páginas. Uno de esos libros de los que te lamentas ir llegando al final. “Ya estoy en la página 185, qué pena”, te vas diciendo. Es un monumento al libro.
Fahrenheit 451 es la temperatura a la que arde el papel. Es también el título de una novela distópica de Red Bradbury que leí hace tiempo. En ella se cuenta la historia de un país en el que el poder decide acabar con los libros. Está prohibido leer. Los bomberos se dedican no a apagar los incendios sino a quemar los libros que algunos ciudadanos y ciudadanas rebeldes guardan en sus casas. El gobierno prescribe que todo el mundo sea feliz. Para ello hay que acabar con los libros, que contienen ideas nocivas.
Los disidentes son perseguidos. Se refugian en los bosques alrededor de las ciudades, en los caminos, a la orilla de los ríos contaminados, en las vías férreas abandonadas. Viajan todo el tiempo, bajo la luz de las estrellas, disfrazados de vagabundos. Han aprendido de memoria libros enteros y los guardan en sus cabezas a donde nadie puede verlos ni sospechar de su existencia. Cada persona es un libro viviente. Cuando la prohibición termine, los libros podrán ser reescritos.
Tener tanta facilidad para acceder a los libros hace que, con frecuencia, no se valore todo lo que supone tenerlos tan cerca.
Cuenta Irene Vallejo otra historia emocionante sobre el amor a los libros. Dice que el poeta alemán Hölderlin comenzó a tener crisis mentales a los treinta años. Padecía accesos de ira, agitación y ataques de verborrea.
Al declararle enfermo incurable, sus parientes le ingresaron en una clínica. En el verano de 1807 visitó a Hörderlin en su encierro un ebanista llamado Ernst Zimmer, que estaba entusiasmado por su libro Hiperión y decidió llevarse al poeta a su casa, junto al río Neckar. Allí permaneció Hölderlin hasta su muerte en 1843, siempre al cuidado de la familia de su lector. ¡36 años cuidando a un enfermo mental por la admiración y la gratitud que había despertado un libro!
Sin apenas conocerlo Zimmer decidió recoger, alimentar y cuidar en su demencia al autor de la novela que amaba. Eso es amar los libros. Las calladas palabras de un libro forjaron durante casi cuatro décadas, un vínculo entre dos extraños más fuerte que el parentesco .
No me resisto a compartir con los lectores y lectoras esta preciosa anécdota que aparece en la página 113 del libro de Irene Vallejo: “Ana María Moix me contó una vez que en los años 70, un mediodía quedó a comer con la prodigiosa camada del boom latinoamericano: Vargas Llosa, Gabriel García Márquez, Bryce Echenique, José Donoso, Jorge Edwars… Entraron en un restaurante de Barcelona, donde había que apuntar el pedido y entregárselo por escrito al camarero. Pero ellos, bebiendo y conversando, se desentendieron del menú y de las aproximaciones interrogativas de los camareros. Al final, tuvo que interrumpir el maitre, irritado por tanta cháchara apasionada y por tan poco interés gastronómico. Se les acercó y, sin reconocerlos, preguntó con voz enojada: ¿Es que nadie sabe escribir en esta mesa? Inconmensurable. Como es inconmensurable todo lo relacionado con los libros.
En la vacuna que se les va a administrar a los jóvenes me gustaría que hubiese un componente capaz de despertar el amor a los libros. Salvarían el cuerpo del contagio y salvarían la mente del aburrimiento.
Queridos lectores y lectoras de El Adarve:
Ya está solucionado el problema de los comentarios.
Los técnicos han habilitado esa función que no sé por qué había desaparecido.
Disculpad las molestias.
Un abrazo.
MÁS
Hola Miguel. Cómo está?
He tratado de contactarlo pero no encuentro cómo. No veo su mail. Necesito escribirle.
Espero pueda contestarme.
Un abrazo y lo admiramos mucho.
Mery
Querida Mery:
Mi correo electrónico es el siguiente: arrebol@uma.es.
Espero tu mensaje.
Muchos besos.
MÁS
Querido Maestro!
La vida se compone de numerosas historias pero las más hermosas están en los libros.
Yo tengo constancia de mis primeros contactos con los libros en casa de mi abuela Isabel. Mi abuela es uno de mis referentes de vida más bella.
Andaba yo por la adolescencia.
Reunía tapones de la Pepsi y los mandaba y cambio me mandaban mi primera colección de libros.
De esos libros inicie mi pasión por las frases hechas.
La primera que recuerdo es: “Vístete despacio que tengo prisa”.
La pobreza de esa etapa de mi vida no restaba nada en el amor que sentía por los libros y por la gran mujer llena de sabiduría, complicidad y afectos de sus enseñanzas.
Los libros y sus enseñanzas te trasladan a sueños infinitos que quizás algún día puedas conseguir.
Ahora en la distancia del tiempo transcurrido me doy cuenta el poder que tuvieron en mí formación esos primeros libros.
Mis hijos a uno le he podido trasmitir la afición por la lectura y a otro no.
Lo que dice de Carla es casi una norma generalizada de la juventud. Optan por la comodidad en sus acciones. Ya se dará cuenta y cambiará.
Y para terminar otra frase oportuna que las modifico y las hago algo mías:” A estas alturas de mi vida no quiero tanto cuento de hadas, sino vivir la vida sin tanto cuento”
Ya sin más me despido con un gran abrazo y besos para todos.
Hoy si es pertinente decir que pasen una feliz y leve semana.
Querida Loly:
Nos hicieron una faena con el problema de la inhabilitación para hacer comentarios.
Hermosa historia la de tu abuela y la de tus primeros libros.
Ya ves, con la misma madre, sale un hijo lector y el otro no. Es que cada persona es un mundo único e irrepetible.
Yo estoy preocupado por la inapetencia lectora de la juventud y, especialmente, por la de mi hija Carla. Acabo de presentarle un libro en inglés y, después de leer siete páginas, me dice que este sí le ha enganchado.
Espero que, como dices, llegue el momento de la r3flexión y del cambio.
Besos y gracias por estar siempre ahí.
MÁS
Estimado Miguel Ángel!
Precioso artículo. “El Amor a los libros”
Un buen junco, breve como el infinito.
Gracias.
Hoy nos invitas a reflexionar sobre uno de los temas que a mí también más me preocupa y ocupa. Además estoy recorriendo el mismo lugar con mi adolescente de 15 años..del paraíso antaño al actual casi desierto lector o desierto neuronal. Que dolor!!
Los que contigo viajamos en la nave Gutemberg y nunca hemos ido a la galaxia e-book conservamos el amor físico a los libros que a veces llega a reverencia…
Hace justo un par de días nos invitaron a comer en su casa unos amigos, ella profesora de literatura y lenguas clásicas y él de filosofía.. con que pasión compartíamos nuestros secretos literarios, una gozada que acabó en el tema que nos propones. Le propuse que enterrara unos manuscritos de Platón o Aristóteles y que sus alumnos sudaran para encontrar algo escrito hace más de dos milenios… (si luego entra en el examen y tiene nota, cavaran con más interés, creo)
El tema es que tengan una experiencia de la dificultad y esfuerzo por tener un libro…parecido al famoso anuncio- mito de E. Shackleton “Se buscan hombres para viaje peligroso.Salario bajo,frío intenso..escasas posibilidades de regresar con vida…” para 27 puestos se presentaron más de cinco mil.
En fin, no sabemos ya que hacer…pero lo seguiremos intentando. Le pedí a Miki como actividad sabatina que investigue, busque y reflexione más causas de la no lectura actual. Quizás un adolescente nos de otras pistas…
Al final este fin de semana se ha puesto las pilas, ha sido un buen detonante tu artículo. No sabes cómo te lo agradezco!
Mil abrazos de nuestra familia para ti, Lourdes y Carla.
Querido Miguel:
Qué hermoso y sugerente comentario.
Con la promesa de exploración adolescente. Interesante.Espero conocer los resultados.
Carla está leyendo un libro en inglés, pero compruebo que no se ha puesto a la tarea de la lectura sin mi recordatorio previo. Espero el paso siguiente: leer por propia iniciativa. A verse llega.
También preciosa la experiencia de la cena de bibliófilos.
Estoy disfrutando del junco que ha plantado en nuestros corazones Irene Vallejo. Hermoso libro. Bien escrito y bien documentado.
Un gran abrazo a medianos y mayores de esa preciosa familia.
Y gracias por el aviso del sábado y por el comentario del lunes.
MÁS
Estimado Miguel Ángel:
Te pido excusas porque mi comentario es, asimismo, una reflexión en torno a la lectura.
Deseo enfatizar en el hecho de que hoy, en los tiempos que corren, la lectura de un determinado libro o escrito en un acto de generosidad del lector hacia el escritor.
Aprovecho para recordar esa maravillosa obra de Daniel Pennac “Como una novela”.
´ MARIPOSEO COGNITIVO´
Luis Eugenio Utrilla
Uno de los problemas seculares que tiene este país – nombrar términos como “España” o “nación” sería meternos en estos tiempos que corren en un auténtico berenjenal – es que no se lee. Ante aquellos que afirman todo lo contrario, diría o precisaría aún más con un concepto si bien pedante pero también preciso: hoy lo que se practica es una especie de mariposeo cognitivo.
Recuerdo, en este sentido, a alguien que se ufanaba de ser un lector empedernido: tratábase de un lector de portadas y solapas.
Escribir es un acto de generosidad. Se pueden, incluso adoptar la escritura y la lectura como una forma de vida, pero, aún a riesgo de soslayar las funciones de la literatura, se escribe para compartir y se lee para sentir.
Llegado este momento, proyecto el ex abrupto: no entiendo a aquellos que escriben para su propia nuca.
No hablo de descender a una literatura en cualquiera de sus ámbitos con carácter pedestre. Para eso está la formación, la continuidad y el esfuerzo para no quedarse atrás.
Hoy, ante ese bombardeo masivo e incesante de ofertas, de continuos estímulos para conseguir una satisfacción inmediata y, a ser posible, que no requiera ningún esfuerzo, leer una obra concreta es un acto de generosidad, también del lector hacia el autor.
Escoger, seleccionar un determinado libro, entre la multitud de posibilidades cuasi infinitas, que te brindan… y acosan, y dedicarle un tiempo de tu vida a esa acción de recogimiento, de reflexión, de aprendizaje, de conjunción de emociones, es casi una tarea contrahegemónica.
La metáfora – contradictio in terminis – de que, en tiempos de inundaciones, de lo primero que se carece es de agua potable es de por sí reveladora.
Y es que, en este sentido, no es ninguna hipérbole aseverar que ya todo el mundo escribe y más aún, de un modo u otro, publica.
Ante tanto escritor y poeta sobrevenido, cuando dichos vocablos son reflejos de una sociedad que banaliza y sobredimensiona hasta la saciedad, ahora es cuando – quizás – cobre su verdadera dimensión continuar tomando conciencia de seguir siempre como aprendiz irredento del oficio de escribidor.
Está muy bien esto de la democratización de los medios, el acceso a cualquier plataforma que te permita expresarte en cualquier soporte al uso, pero todo indica que somos cada vez menos, toda una especie de rara avis, aquellos que como tarjeta de visita no regalamos a la primera de cambio nuestro propio ejemplar editado.
Querido Lui Eugenio:
Me gusta decir que no existe un libro o un artículo si no hay unos ojos que quieran leerlo.
Por eso yo agradezco a todos los comentaristas la lectura y la escritura.
De acuerdo en que la lectura es un acto de generosidad del lector con el escritor. Suelo decir que hace más el lector por el escritor que a la inversa.
Magnífica la novela de Daniel Penca, escritor que ma gusta mucho, también cuando escribe sobre educación. Me gustó mucho “Mal de escuela”.
Gracias por recuperar el texto del autor francés, que es profesor en un instituto situado a 60 kms. de París.
Te aconsejo encarecidamente el libro de Irene Vallejo “El infinito en un junco”.
Un abrazo
Y gracias de nuevo por tu aportación y por la lectura del texto.
MÁS
Impresionante el caso del admirador de la obra Hiperión de Holderlin. Eso es amor a los libros.
Cuando algo está mal visto entre los jóvenes, nadie quiere perder la aceptación del grupo.
Leer no está de moda
. No es que no haya amor a los libros es que hay indifereíncia y rechazo.
Eso es amor
Querida Marta:
Es importante analizar las causas de la escasa afición a la lecturas que tienen nuestros jóvenes.
Ese es el único camino para poder superarlas.
Está claro que la causa no es UNA SOLA SINO QUE UN CONJUNTO DE FACTORES que confluyen en esa actitud displicente.
Desde luego que la escuela y la familia tienen que sentirse interpeladas porque es una responsabilidad importante.
Si tienes ocasión lee El Infinito en un junco.
Querida Marta:
Para solucionar un problema, es imprescindible analizar las causas que lo provocan.
De lo contrario estaremos dando palos de ciego.
En cada joven pueden influir causas genéricas y también alguna particular.
Besos y gracias por colaborar
.MÁS
Esta entrada tiene más o menos la mitad de comentarios que las otras.
La causa ha sido, probablemente, que hasta el lunes no se se habilitó la posibilidad de hacer comentarios.Algunos lo intentarían el sábado y el domingo y, al ver que no se podía, desistieron.
Gajes del oficio.
MÁS
Querido amigo y maestro:
Hay unos de tus libros que tiene un título que me encanta. Pienso que no podía establecer mejor la síntesis del mismo que con esos cuatro términos. Está repleto de significado y no encuentro ninguna otra denominación que pudiera mejorarlo. Me refiero a “La escuela que aprende”.
La escuela cambia la intervención individualista por la actuación colegiada. El poder de la Comunidad Educativa trasciende con mucho el de un único docente, aunque ponga el alma entera en su labor.
Y si la escuela aprende, inevitablemente mejora. “La evaluación: un proceso de diálogo, comprensión y mejora” tiene la mayor de sus expresiones cuando su ámbito trasciende al aula y alcanza al centro educativo en su conjunto.
No voy a desvelar contenidos del libro, pero sí quisiera añadir que aprecio un vínculo muy interesante con otro libro tuyo: “¿Para qué servimos los pedagogos?” El subtítulo es “El valor de la educación”. Muchos apreciamos que es muy urgente comprender y valorar la necesidad de la educación. Nos afecta desde lo aparentemente irrelevante hasta extremos vitales.
En fin, no deseo exponer ningún análisis. Lo que sí me encantaría compartir es que, cuando comencé la lectura de “¿Para qué servimos los pedagogos?”, me encontré un regalo desde el principio. El prólogo es de Ángel Ignacio Pérez Gómez, que tuve el privilegio de tener como profesor en la Universidad de Málaga. Es cierto que no comparto algún planteamiento ideológico con él, pero también lo es que admiro profundamente su inteligencia, pues sus razonamientos sustentados en la ciencia son extraordinarios y disfruté muchísimo en sus clases gracias a su genial pedagogía. En el homenaje que te rindió la Universidad de Málaga tuve ocasión de volver a verlo, así como a otro de mis antiguos maestros, José Francisco Guerrero López, maravilloso docente del que, además, pude aprender de un libro muy interesante suyo titulado “Ojalá nos despierte la lluvia”.
También pude ver ese día a otro de los grandes, al profesor Laurentino Heras, que no tuve la suerte de tener como docente, pero quizás él no sepa todo lo que me enseñó. Hace años pude leer su libro “Comprender el espacio educativo. Investigación etnográfica sobre un centro escolar”. Cuando llegué a tomar consciencia de que el espacio también educa, comencé a implementar sus recomendaciones en todos los espacios que podía. Probablemente mi admirado Laurentino no lo sepa, pero también ha sido mi maestro a través de su trabajo, de su libro, influyendo de manera muy positiva en muchísimos alumnos…
Pido disculpas porque estoy empezando a extenderme. Voy a concluir.
¿Cómo no amar los libros? ¿Qué podemos hacer para contagiar el entusiasmo de aprender a través de ellos?
Tú, querido amigo y maestro, haces muy bien tu parte. Muchas gracias por este estupendo artículo.
Un fuerte abrazo MÁS para tu preciosa familia de parte de la mía.
Saludos a todos.
Querido Juan Luis:
Muchas gracias por este rico comentario en el que haces referencias a libros dedicados a la educación.
Francis es un buen novelista. Me acaba de decir que ha publicado en Ediciones del Genal una novela titulada “La Hermandad de Huntsville” y que acaba de terminar otra sobre una trágica historia amorosa que ocurre en el siglo XVII. Todavía no las he leído. La que sí leí fue Ojalá nos despierte la lluvia. El título me gusta mucho. Y el contenido, claro.
El libro de Laurentino es el informe de la tesis, que tuve el honor de dirigir. Escribe también buena poesía.
Un gran abrazo para todos.
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