Hay muchas formas de silenciar a quienes se tiene por súbditos. Una de las más eficaces es la de hacerles creer que no tienen nada valioso que decir. Si ellos creen que es así, nadie necesita taparles la boca. Hay una forma aún más condenable de silenciar a quien no tiene poder. Consiste en tenderle la trampa de invitarle a hablar y, cuando lo hace, machacarlo por hacerlo.
Otra es eliminar los canales de diálogo. Si no existe una estructura adecuada de participación (tiempos, espacios, canales…) no habrá forma de expresarse, aunque se tengan cosas importantes que decir.
En tercer lugar, resulta muy efectivo el desprecio de quien tiene poder hacia quienes desean expresarse. Por eso hace caso omiso de todas las opiniones de quienes desean cambiar o conseguir algo.
La más dura es la que castiga los intentos, más o menos conseguidos, de expresión. Si se castiga a quien opina, desaparecerá la libertad de expresión.
Hay una forma aún más condenable de silenciar a quien no tiene poder. Consiste en tenderle la trampa de invitarle a hablar y, cuando lo hace, machacarlo por hacerlo. Lo advertía sin mucho disimulo aquel empresario: A mí me gusta que mis trabajadores me digan la verdad, aunque eso les cueste el puesto.
He leído hace unos días un libro brasileño escrito por Allan Percy, especialista en coatching y en literatura de desarrollo. Aprovechando, probablemente, la celebración de la copa del mundo de fútbol en su país, escribió un libro titulado “Pensar con los pies”, un libro en el que recoge sugerentes pensamientos y anécdotas de personalidades del mundo del deporte balompédico. Cuenta el autor brasileño que John Benjamin Toshack, en su etapa de entrenador del Deportivo de La Coruña, reunió un día a todos los jugadores en el campo y dijo:
– El equipo no va bien. Díganme lo que están pensando. Que alguien hable conmigo. Quiero saber lo que están pensando.
Como conocían su endemoniado temperamento, apenas se miraron y ninguno se atrevía a abrir la boca. Entonces Donato se adelantó y dijo con su inconfundible acento brasileño:
– Mister, voy a hablar. Pienso que estamos un poco perdidos en defensa. No sabemos cuándo retroceder y cuándo avanzar.
Donato expuso su punto de vista para poder mejorar. Los compañeros asintieron y callaron. Entonces, Toshack comentó:
– Muy bien. A eso me refiero. Esa opinión es útil. Ya sé qué es lo que tenemos que trabajar en adelante.
Donato estuvo tres meses sin jugar. No uno, ni dos. Tres meses. Más adelante, pasado el castigo, Toshack preguntó de nuevo si alguien tenía algo que decir y todos contestaron:
– Sí, Donato.
Los jugadores habían escarmentado en cabeza ajena. Silencio. Esa era la lección aprendida. Con un jefe así, estaba claro que había que callarse Si no querían que les cortasen la lengua tenían que mantener la boca cerrada. Todos aprendieron que la invitación a expresarse era una burda trampa.
La voz se dirige con dificultad desde abajo hacia arriba y fluye con mucha frecuencia y facilidad desde arriba hacia abajo. Solo hay un caso en el que resulta fácil hablar con el poder. Es el caso de la adulación, de la lisonja, de la zalamería. Cuando en una institución los aduladores prosperan y los críticos son perseguidos o están condenados al ostracismo, hay corrupción institucional. Esa organización tiene un cáncer extendido de difícil curación.
Un empresario reúne a todos los trabajadores para celebrar una comida de hermandad. Durante los postres, se pone en pie y pronuncia un largo discurso. Al finalizar el mismo cuenta un chiste. Todos los trabajadores se ríen estrepitosamente, a grandes carcajadas. Todos menos uno, que se queda impasible. El empresario, que sabe que ese trabajador no es sordo, se dirige a él y le pregunta:
– ¿A usted no le ha hecho gracia?
Y el trabajador contesta con aplomo:
– A mí me ha hecho exactamente la misma gracia que a todos los demás, pero es que yo me jubilo mañana.
Es preciso liberar la voz de los de abajo. Ellos mismos pueden hacerlo, aunque corran riesgos. Pero quienes tienen autoridad en las instituciones deben crear condiciones para que se pueda hablar en condiciones de libertad.
Lo que digo vale para políticos, para empresarios, para sindicalistas, para obispos, para sacerdotes, para profesores… Una cosa es hablar y otra hablar con libertad.
Un profesor pregunta a sus alumnos y alumnas en el aula:
– ¿Qué pensáis de mí como profesor?
Un alumno, prevenido y escamado, pregunta:
– ¿De verdad?
– Claro, claro, dice el profesor, de verdad. No va a ser de mentira. Entonces, ¿de qué serviría?
El alumno responde:
– Lo que pienso es que si usted no podría dedicarse a otra cosa…
Y el profesor, enfurecido, le dice:
– ¿Qué es lo que has dicho? ¿Es que no sabes lo que es respeto a tus profesores? ¿Qué educación te están dando tus padres? Diles que vengan a verme esta misma tarde.
El niño descubre en esos momentos que le han tendido una trampa, que le han invitado a decir la verdad, pero que esa invitación no era del todo sincera. La invitación tenía condicionantes. Di la verdad con tal de sea algo agradable para quien pregunta.
La situación es muy negativa si se tiene en cuenta que quien hace la invitación es una persona que tiene poder, y, por consiguiente, que tiene la capacidad de tomar represalias. Otra cosa diferente sería que le invitara a decir la verdad un colega en la calle. Y si oye lo que no le gusta se tiene que aguantar.
Esas prácticas inhibidoras son muy nocivas en las organizaciones. Porque dejan en el ambiente la impronta del silencio obligado, la brutalidad de la censura, el miedo de las represalias. Y, en último término, la autocensura que hace propia la prohibición.
Esta situación no solo es perniciosa para los miembros de la organización. Es especialmente dañina para quienes la dirigen. Porque nunca saben a ciencia cierta qué es lo que piensan, qué es lo sienten y qué es lo que quieren los subordinados.
Tengo testimonios sobradísimos al respecto. Yo mismo he vivido no hace mucho una llamativa situación de reproche cuando, como presidente de la Asociación de Padres y Madres del colegio de mi hija, presenté a la Dirección del Colegio, junto a otros miembros de la Junta directiva catorce sugerencias para mejorar el funcionamiento de la institución. Lejos de recibir el agradecimiento por el tiempo y la preocupación, la dirección se mostró decepcionada y dolida por la abundancia de las cuestiones planteadas.
Tuve que decir que todos esos planteamientos, nacían del deseo de ayuda y de mejora y no de la actitud de juicio y condena. Tuve que decir que “una queja es un regalo” cuando se tiene sentido autocrítico y espíritu de mejora.
Afortunadamente, los miembros de la Junta Directiva no nos jugábamos el puesto de trabajo, pero imagino que, con esa actitud de la Dirección, los profesores y profesoras de la institución (y, por supuesto, los alumnos y alumnas) tendrán la boca bien sellada. Y es una pena y una injusticia. Porque el derecho a la palabra es inalienable. Y porque las instituciones educan en la medida que se desarrolla en ellas la libertad.
Pues así, hay organizaciones que amordazan a sus miembros imponiéndoles silencio.
NO hay forma de que la voz se libere en sentido ascendente. Solo vale lo ue dice el poder.
Es una pena porque de esa forma la organización no puede crecer. Se perjudica a los integrantes y se perjudica al conjunto.
Muy sabrosa la anécdota de Donato.
Querido Miguel Ángel: Como hay muchos poderes, también hemos topado con el cuarto poder, que hace que la palabra sea maltratada muy simuladamente. Para explicarme añado un fragmento de un artículo titulado: “Ojo con las televisiones”.
Desde hace algún tiempo, entre amigos, estamos hablando en la calle de una empresa (gran astro de la galaxia Gutenberg), empresa editorial que nos ha acercado muchos libros a las manos y a los ojos, que se ha caracterizado por haber hecho de la palabra un imperio de la palabra escrita, con tantas ediciones, con tantas fibras humanas, que nos han tejido verdades y ficciones, realidades y sueños, historias y leyendas. También hemos expresado nuestra sorpresa ante el hecho de que los mismos que nos han servido tan dignamente la palabra escrita nos dispensen ahora la palabra hablada con cierta reserva o servidumbre. Podemos explicamos brevemente.
De todos es conocido el refrán que se nos clava constantemente y que nos dice que “una imagen vale más que mil palabras”. Pues es ahí donde más nos duele, porque las imágenes visuales que nos prestan en algunos debates, y no es casualidad que sea una manía tan reiterativa, chafan la palabra de la persona que está hablando con la imagen poco agradable de alguien que escucha. Pero es que, además, el que escucha, chupa cámara por un tubo; reinterpreta con sus gestos, con sus mohines, con sus aspavientos, con sus muecas, con sus pucheros, si no llenos de grasa, sí ahítos muchas veces de desprecio, todo lo que dice quien está en el uso de la palabra. Es aquí donde la sagrada palabra hablada queda chafada y fachada, por una imagen que no se aviene con ella y que, por el efecto espejo, nos desarma, nos mete la contradicción en la mente y el malestar directamente en vena.
Ojo, ojito, con la televisión que, como ya dijimos una vez, no es una ventana abierta al mundo, sino que, más bien, nos hace ver el mundo por una ventana.
Josemª
Verdad, sinceridad y franqueza: un largo recorrido que todos tenemos que hacer a lo largo de nuestra vida si queremos llegar a configurarnos como personas dignas.
Hablas, Miguel Ángel, de la sinceridad en una relación asimétrica, por lo que suele ser muy difícil que se pueda llega a saber lo que realmente piensa/siente el sujeto subordinado. Es más, ese gran psiquiatra que fue Carlos Castilla del Pino diría que nunca llegamos a conocer el espacio o territorio íntimo de cada individuo, ya que los sentimientos pertenecen a cada uno y cuando los decimos o exteriorizamos se convierten en públicos, pasando a un nivel que nos cuidamos mucho de que no reviertan en contra nuestra.
Con todo, voy a ponerte un par de ejemplos en los que no se daban la asimetría que has abordado, pero que también sirve para entender los riesgos de manifestarse con sinceridad.
Uno: Puesto que has hablado de la propuesta argumentada que hiciste en el “cole” de Carla, me viene a la memoria un caso en el que participó mi hijo Abel en su colegio cuando era igual de pequeño. Resulta que lo propusieron para que formara parte de un jurado mixto (profesorado, alumnado) para conceder los premios a unos trabajos realizados.
“Papá, ¿y yo cuáles elijo?”. “Mira, Abel, tú debes elegir aquellos que de verdad de te gusten, los que te parezcan los mejores”. Así lo hizo. En los días siguientes lo vi muy apesadumbrado, puesto que algunos compañeros de la clase no le dirigían la palabra. ¿Problema? Que según esos compañeros lo que tenía que haber hecho era votar a los de su clase, ya que así es como habían aprendido que se funciona en la vida.
Beneficio de esta lejana adversidad: Abel sabe que si hay algo que detesto es la mentira, el engaño, la adulación interesada… Como consecuencia, ya que es mayor y tiene su propia vida, nunca le he escuchado ninguna mentira, no le he visto engañar o adular. Es algo de lo que me siento muy orgulloso, puesto que dialogamos con bastante franqueza, confiando el uno en el otro cuando nos vemos, ya que reside lejos de Córdoba.
Segundo: En los Trabajos Fin de Grado que hemos valorado al finalizar este curso en los tribunales que se han formado en la Facultad, dos compañeras, excelentes profesionales, se encontraron que en su tribunal algunos trabajos presentados tenían partes plagiadas (el dichoso internet), y que por lo tanto no podían aprobarlos, tal como se estableció en la normativa.
Consecuencias: los profesores que fueron las tutores de esos alumnos propalaron todo tipo de rumores e infundios descalificadores hacia ellas. Una de las profesoras aludidas se sintió tan mal que me indicó que nunca más volvería a formar parte de un tribunal de TFG, puesto que no estaba dispuesta a soportar descalificaciones, ya que entendía que se evaluaba al alumno o alumna que presentaba el trabajo, no a quien se lo había dirigido.
Públicamente defendí a estas dos compañeras por su honestidad e imparcialidad, indicando que no era nada agradable tener que tomar este tipo de medida. Más tarde, hablé con ellas, ya que eran bastante más jóvenes que yo y quizás les infundiera cierta seguridad, y les manifesté que de ninguna manera renunciaran a estar en los del curso próximo, pues docentes como ellas son los que se necesitan en la Universidad.
Acabo, Miguel Ángel, pues me he extendido en demasía.
Un abrazo y, como siempre, un excelente artículo.
Josem y Aureliano:
Magníficas, como siempre, vuestras aportaciones,
Merece la pena escribir para suscitar comentarios como los vuestros.
Muchas veces el artículo se quedaría cojo sin las excelentes aportaciones que le siguen.
Muchas gracias.
Miguel A. Santos
Cuando la censura es muy fuerte acaba convirtiéndose en autocensura. Las personas deciden no hablar… por miedo, por cobardía, por cansancio.
Hay dos frentes en los que intervenir:
– Sobre los censores para que dejen de imponer el silencio
– sobre los censurados para que aprendan a hablar con valentía.
Saludos
Excelentes tus reflexiones Miguel.
Es lamentable pero hay personas que llegan al poder con un discurso de libertad de expresión y luego hacen lo contrario.
Muchos directores de escuela hacen abuso de su poder y solo escuchan cuando les dicen lo que quieren escuchar.
Tenemos que aprender a opinar y a escuchar las opiniones de los demás aunque no concuerden con las nuestras.
Saludos desde Uruguay.
La anécdota que se cuenta es muy elocuente. Es frecuente eso de decir que los súbditos hablan, pero si lo que dicen no le agrada al poder, hay problemas.
La escuela tendría que ser un ejemplo de participación. Tendría que educar en la libertad. Y la mejor forma de hacerlo es que haya libertad dentro de ella.
Los alumnos tienen que hablar con libertad con los profesores, los profesores con la dirección y la dirección con la Administración.
Si no es así, el discurso teórico se convierte en una farsa.
Querida Ana Clara:
Gracias por tu inteligente comentario.
Creo, como tú, que los directores y directoras de las escuelas deberían ayudar a que todos los miembros de la comunidad liberasen su voz sin más cortapisa que el respeto y la verdad.
Lamentablemente, algunas veces sellan la boca de los profesores, de los estudiantes y del personal de administración y servicios.
Tiene autoridad quien ayuda a crecer, quien facilita la libre expresión.
Muchos besos.
Miguel A. Santos
Adular es una forma de corromper al poder. Hay personas muy dadas a la adulación, sea para conseguir los favores del poder o para librarse de sus iras..
Es una pésima actitud. La adulación lo enturbia todo. El poderoso se rodea de aduladores porque es muy halagüeño recibir alabanzas, pero no se da cuenta de que esa satisfacción le rodea de falsedad y de engaño.
Me ha gustado lo que se dice de la diferencia de trato con los aduladores y los críticos.
Es un deber y un derecho el expresarse y el participar en la vida de las organizaciones y en la sociedad.
El derecho a la palabra es intransferible e inalienable. Por eso pienso que este artículo nos viene bien para pensar en todas las veces que callamos ante la injusticia y la opresión, ante el engaño y la corrupción.
Al poder no le interesa oír críticas. Le gusta más escuchar adulaciones. Pero nosotros no podemos callarnos.
Estupendo artículo Miguel Ángel,
Es muy hábitual encontrarse en las organizaciones líderes que sufren un constante “mal de oído”, aquel que surge cuando escuchan cosas que no son acordes con sus ideas, creencias y principios; a fin de prevenirlo, estos lideres se auto-medican aplicando a su equipo una buena dosis de temor, crítica y desprecio hacía sus ideas haciendo acallar la posible crítica constructiva, flujo creatividad, ideas innovadoras o mejoras que tanto dolor de oído les provoca.
Desgraciadamente estos lideres tóxicos se enquistan en las organizaciones provocando la desmotivación de los equipos y el estancamiento de la organización que dificilmente mejora y crece.
Mi experiencia me dice que un buen líder debe aprender escuchar de forma activa y fomentar que sus colaboradores compartan ideas de mejora, reflexiones y críticas constructivas que fomenten la creatividad, ayuden a innovar y refuercen los pilares de la organización.
Como diria el monje budista Thich Nhat Hanh “Cuando se abre la puerta de la comunicación, todo es posible”.
Un abrazo,
César Gómez
Querido César:
Me ha parecido magnífica la expresión “mal de oídos”.
El arte y la ciencia de escuchar son muy difíciles. A quien mejor he visto escuchar es al fallecido Carl Rogers. Decía sobre la escucha cosas maravillosas. Como esta: “Si alguien te escucha, estás salvado como persona”.
Ojalá que los líderes supieran escuchar. Me preocupan, como a ti, los jefes tóxicos.
Un abrazo con sabor a mar.
MAS
Bueons días,
Iba a no decir nada para que nadie se sienta adulado. Pero en aras de contentar a mis numerosísimos seguidores, entro para dar los buenos días.
Si adulas, te critican por adulador. Si criticas, lo hacen igual por criticar. Si eres sincero en tu opinión, te llaman irrespetuoso. Si adulas criticando la adulación, quedas muy bien y con mucho fundamento e hipocresía.
De otra, intento no adular, aunque a veces yerro, me perdonen. Solo intento, en expresión de Séneca, “aprender a vivir”.
Tengan Uds. buen día.
Empecé el pasado julio mi andadura como nueva directora del colegio donde trabajo, de Infantil y Primaria.
He llegado hasta aquí por méritos propios y también porque no he encontrado otra forma de ser escuchada.
Gracias por este artículo que me viene mejor que bien, para no olvidar lo importante que es escuchar y ser escuchado.
Querida Lola:
Te deseo lo mejor en tu nueva responsabilidad.
En 2013 publiqué en la Editorial Homo Sapiens de Rosario (Argentina) un libro titulado “Las feromonas de la manzana: El valor educativo de la dirección”. El título se debe a que la manzana tiene unas feromonas tales que si metes en una bolsa una manzana y frutas verdes, estas maduran por la influencia beneficiosa de las feromonas. De hecho, la palabra autoridad proviene del verbo latino auctor, augere, que significa hacer crecer.
Ojalá seas esa fuerza que saca lo mejor de cada uno de los miembros de la comunidad.
No lo olvides: el perro controla el rebaño, pero el rebaño no le sigue.
Besos, enhorabuena y suerte.
Miguel A. Santos
No me gustan los aduladores.
Son interesados y cobardes.
Prefiero a quien se atreve a decirle al poder lo que no quiere oír..
Ya sé que eso tienes malas consecuencias.
Maestro, agradecer una vez más vuestro escrito, que distinta sale la voz cuando miramos de abajo hacia arriba, la voz se ahoga, se pierde, es difusa, casi imperceptible, ¿el maestro de aula desde que ubicación reconoce su voz?
Excelente texto.
Me ha hecho pensar.
Efectivamente, interpelan a los que mandan (para que no tapen la boca) y a los que hablan (para que no la cierren).
No podemos quedarnos sin el derecho a la palabra.
Saludos.
Si realmente nuestras organizaciones funcionasen de manera democrática, el poder no sería objeto de deseo al servicio de torticeras intenciones y sibilinas artes para el logro de aspiraciones personales. Todos sabemos de estilos autárquicos, más o menos explícitos, en cargos directivos respaldado por sus adláteres, sin embargo todos callamos o como mucho escribimos una mañana de agosto una resignada reflexión.
¡Excelente artículo! Tristemente al ver reflejada la realidad en estas palabras me hace pensar que es un problema más común de lo que pensamos y que no solo uno lo está viviendo. Ojalá y hubiera más valientes que alzaran la voz.
Una pregunta, está programado un taller y conferencia en el 2° Congreso Internaciona: espacio de formación docente que se realizará en Mazatlán, Sinaloa en el mes de septiembre…¿si va a asistir?
Saludos y abrazos
Querida Cecilia:
Pues sí, estaré en Mazatlán este próximo septiembre para realizar algunas actividades en el Congreso: Conferencia, Taller… ¿Nos veremos?
Gracias por leerme y por el comentario. Siempre hace más el lector por el autor que a la inversa. Si nadie leyese, ¿para qué escribir? ¿Solo para uno mismo?
Lo valiosos de la escritura es que se puede compartir.
Un beso.
MAS