Si hacemos un repaso, aunque sea precipitado y superficial por la historia de la educación, veremos cómo los principios y estrategias que los adultos (familia, escuela y sociedad) hemos aplicado para conseguir lo que deseábamos de los niños y de los jóvenes, han sido variados y más que discutibles. Algunos no se podrían defender hoy desde los postulados más obvios de la racionalidad y de la justicia. Ha valido todo, desde las palizas y la crueldad hasta la sobreprotección o el abandono. Algunos, para educar, han golpeado sin piedad. Otros, en aras del mismo fin, no se han inmiscuido.
Uno de los recursos que se ha utilizado de forma reiterada es el miedo. El miedo es la inquietud que la imaginación crea en relación con un peligro o un mal anunciado e inminente. Pero, el que tiene miedo, no puede ser libre. Decía Horacio: “al que vive temiendo, nunca le podré tener por libre”.
Meter miedo ha sido (y, en alguna medida, es) un recurso frecuente en la educación de los niños. O en lo que llamamos educación y que, a veces, no es más que domesticación y aplastamiento. Se emplea el miedo como una estrategia para asustar, inhibir y conseguir que los niños hagan lo que los adultos desean. Se trata de que el niño, al pensar en la consecuencia nefasta de una mala acción o de una cómoda omisión, evite una u otra, una y otra.
Muchos de los miedos inculcados en la infancia consisten en relatos imaginarios o en la intervención de seres ficticios. Es decir que el miedo se basa a veces en la amenazas reales como ponerse contra la pared, no salir al recreo, o copiar un texto y otras en el temor a hechos o personas de ficción que nunca podrán ser reales.
– Si no obedeces, volverán los Reyes Magos y se llevarán los juguetes que te trajeron
– Si te portas mal, vendrá el coco (o el hombre del saco) y te llevará
– Si te portas mal, irás al infierno
– Si te portas mal vendrá el sacamantecas y
– Si te portas mal vendrá la bruja malvada a buscarte
– Si no haces esto, aparecerá un fantasma y te llevará
– Como digas mentiras, te crecerá la nariz
Ya sé que la enumeración de estas amenazas no es de la misma naturaleza. Ya sé que algunas son cosas del pasado. En cualquier caso, se trata de asustar, de atemorizar, de intimidar. Se trata de conseguir que, ante el miedo a lo que puede suceder, el niño evite una mala acción o no caiga en una omisión indeseable para el adulto.
Los miedos funcionan y no funcionan. O, mejor dicho, pueden dar resultado a corto plazo pero, a largo plazo, son inútiles e, incluso, perjudiciales. Porque el niño acabará comprobando que aquellos miedos con los que les amenazaban eran burdos engaños e invenciones interesadas. Y, mientras tanto, sufrirá.
El miedo actúa desde la mente del niño, sin necesidad de que esté presente el adulto. Su eficacia procede del hecho de que el interesado mete en su cabeza la amenaza y, por consiguiente, la lleva consigo a todas partes. El oprimido mete en su cabeza los esquemas del opresor.
Es un recurso tan cómodo como discutible. Cómodo porque el niño hace lo que el adultos desea, obedece o se calla. Discutible porque el niño aprenderá a hacer las cosas por el temor y no por la convicción de lo que es el deber.
El miedo es una experiencia amarga y angustiosa, de mayor calado que el bien que se procura alcanzar a través de él.
Me cuenta una amiga y compañera de Instituto de mi mujer, que su abuelo era Guardia Civil en un pueblo de la provincia de Ciudad Real. En el cuartel había un pozo profundo y oscuro. La hija del Guardia Civil (y madre de mi amiga) iba a la escuela de aquel pueblo. Y la maestra tenía de forma persistente en su boca una curiosa amenaza:
– Al que se porte mal le voy a tirar al pozo…
En la mente de aquella niña anidó la amenaza en forma de terror. Tenía pesadillas, vivía angustiada, no quería ir a la escuela… El miedo a ser arrojada al pozo (en su mente adquiría una singular presencia el pozo del cuartel) la hacía vivir aterrorizada. No quería ir a la escuela y, cuando iba, el estado de ansiedad era casi insuperable.
El padre dejó la Guardia Civil, se trasladó a otro pueblo de la provincia y allí abrió una tienda. La niña cambió, como es lógico, de escuela. Pero en su cabeza estaba instalado el pozo tenebroso, el pozo alrededor del cual giró su infancia y su escolaridad.
La nueva maestra no amenazaba con arrojar a nadie al pozo, pero ella asoció su existencia al hecho de ir a la escuela y al hecho de portarse mal en ella: no estudiar, molestar a los compañeros, desobedecer a la maestra… tenían para ella el mismo aterrador riesgo: ser arrojada al pozo fatídico.
Ella situaba el pozo detrás de una puerta que se veía desde el aula. Detrás de ella, pensaba, está la boca del pozo. Un día, si me porto mal, se abrirá esa puerta y el pozo me engullirá. De modo que esa puerta era para ella la puerta de su particular infierno.
Hasta que un día la maestra la cogió de la mano para entregarle un libro, abrió aquella puerta y -¡milagro!- detrás de ella había unas estanterías con libros, de los cuales la maestra cogió uno y le entregó. Casi tuvo que restregarse los ojos. Exploró aquel pequeño habitáculo en búsqueda del horrible agujero que podía tragársela. Nada. No estaba por ninguna parte. Solo los libros que, desde ese momento, le parecían más hermosos.
Aquello fue una revelación. Había estado atemorizada por una ficción, por una mentira, por una patraña. Se le abrieron los ojos. En lo sucesivo miraba aquella puerta como la salida a la liberación. Detrás de la puerta había hermosos libros, no un pozo siniestro.
Cuando el pozo se desvanece en la conciencia se produce un enorme alivio y, al mismo tiempo, una inevitable decepción respecto a quien durante un tiempo más o menos largo te ha tenido sojuzgado y asustado con un engaño.
No vale todo en educación. Suscribo el clásico principio de que el fin no justifica los medios. No solo porque la naturaleza de los medios tenga componentes inmorales sino porque existen secuelas o efectos secundarios nocivos. Amenazar a una niña con la idea de ser arrojada a un pozo, no solo rompe el indiscutible respeto que merece. La niña no dispone del mecanismo intelectual para desmontar la mentira. Además genera, cuando ella descubra que el pozo no existe y que la amenaza no era más que una añagaza, una actitud de desconfianza y de rechazo hacia aquella persona que tiene el deber de educarla y, por consiguiente, de quererla y de decirle la verdad. Qué decir de la angustia, del sufrimiento, del miedo que la niña ha vivido y que la han hecho sentirse desgraciada.
El instrumento que utilizaba aquella maestra para persuadir a su alumna de que tenía que estudiar y comportarse bien, podría tener un efecto inhibitorio inmediato en el comportamiento pero, a la corta y a la larga, tuvo consecuencias nefastas. Aquella niña, que luego fue una estupenda maestra, pasó mucho tiempo sumida en una angustia gratuita y odiando una institución que la podría haber hecho feliz mientras le enseñaba a descubrir el mundo y le inculcaba el amor a la verdad y a la libertad.
Querido Maestro!!!!
El artículo habla del miedo impuesto para conseguir metas en la educación de los niños y como a la larga es perjudicial para la salud física y mental.
Mi experiencia al respecto me dice que los miedos en los diferentes momentos de la vida se tienen por desconocimiento y se superan obteniendo logros y pasando el tiempo.
Le cuento una anécdota,tenia miedo a conducir,y no tenia más remedio que coger el coche para llevar a mi hijo mayor al trabajo.A la vuelta,en una curva el miedo me paralizó de tal manera que por poco no me salí de la carretera.De esto hace muchos años y sigo recordando ese fatídico momento.
Los miedos te hacen insegura, te bajan la autoestima no te acercan a ser libre y feliz.
Termino con una frase de Groucho Marx “No es que tenga miedo a morirme,es que no quiero estar allí cuando eso suceda”
Espero haya sentido amor y no miedo al escribir su comentario y sin más me despido con un cordial saludo.
Querido amigo y maestro:
Comparto contigo que la amenaza del pozo no es precisamente el instrumento idóneo para educar, en especial por el sufrimiento que produce a los educandos este tipo de métodos.
Es cierto que la naturaleza del ser humano suele propiciar la implementación de distintas normas en las diferentes sociedades orientadas a la consecución de la necesaria convivencia.
Como sabemos, algunos de los caracteres de las normas jurídicas son la imperatividad (es decir, el mandato o la prohibición de algo) y la coercibilidad (elemento externo de la propia norma, ya que su observancia puede imponerse coactivamente si no se cumple de modo voluntario). Quisiera referirme a este último concepto.
Por ejemplo, a la mayoría de ciudadanos no nos gusta esperar un semáforo en rojo. Sin embargo, podemos entender que somos muchos conductores y que, aún habiendo normas que pretenden regular el tráfico, se producen accidentes. Por tanto, podríamos suponer que sin estos elementos reguladores posiblemente aumentarían los mismos.
Es decir, observar y respetar la norma (no saltarse un semáforo) porque se es consciente de la necesidad de una regulación, implica una motivación positiva (probablemente vinculada más a la Sociología que al ámbito del Derecho). Por el contrario, la motivación negativa procedería del miedo a la sanción por infringir la norma.
La reflexión que me planteo es si la mayoría de los ciudadanos cumplen la norma por convicción de la necesidad de la norma (motivación positiva) o por el temor a la sanción (negativa). En el momento actual, parece necesaria para los adultos la coercibilidad a la que aludía. Y pienso que es una lástima, pues lo ideal sería respetar las normas considerándolas medios imprescindibles de convivencia social.
Es curiosa la afirmación bíblica de Jesús (Mateo 5, 17) siguiente: “No penséis que he venido a abolir la Ley y los Profetas. No he venido a abolir sino a dar cumplimiento.” Podría interpretarse que su intención no es cambiar las normas de esa sociedad, sino promover que se cumplan, entendiendo que es necesario que las haya. Digo “podría interpretarse” según este contexto, consciente de mi atrevimiento (no soy experto en esta materia, ni teólogo, ni tampoco he profundizado lo suficiente como para disponer de un mayor conocimiento histórico y contextual).
Por todo ello, comparto que las personas educables (y parece más fácil educar a los pequeños que a los adultos, dado que los mayores tenemos ya una formación, experiencias, prejuicios, etc., que nos dificulta más aceptar planteamientos distintos a los que ya hemos incorporado a nuestras escalas de valores e ideas), tienen derecho a crecer en una institución que les haga felices mientras les enseña -como muy bien expresas- a descubrir el mundo y les inculca el amor a la verdad y a la libertad.
Pienso que el sufrimiento (el que es impuesto, no el inevitablemente sobrevenido) debe evitarse. El sufrimiento solo sirve -si es que sirve para algo- para hacernos más humanos, si es que de verdad nos despierta la capacidad de empatía.
Un fuerte abrazo, MÁS.
Feliz semana a todos/as.
Hermosa y a la vez inquietante historia la del pozo de tu amiga.
Es hermnosa entre otro motivos porque es el libro que le da la profesora lo que hace desvanecer el miedo.
Creo en aquel eslogan que leí hace tiempo: Más libros, más libres.
Comparto la opinión del artículo en cuanto al miedo se refiere, no se puede utilizar el miedo para educar a los alumnos/as.
Pero también soy de la opinión de que lo alumnos/as deben de comprender que existen una serie de normas que todos deben respetar para el buen desarrollo de las clases, y que si traspasas los límites de estas normas, acarrean consecuencias desagradables.
Soy de la opinión de utilizar el conflicto y los problemas en clase como un reto, como una posibilidad para trabajar la inteligencia emocional, la asertividad, la empatía…y utilizar con los alumnos/as cuñas socioemocionales cuando se produce una conducta disruptiva.
-No me grites, sino quieres que te griten.
-¿Cómo te sentirías tú?
-¿te controlas tú o te controlo yo?
-¡Por favor, ayúdame en mis clases!
Siempre se agradecen sus reflexiones Profesor. Un saludo y buen fin de semana a todos.
El sistema educativo en España, es bien sabido, es un desastre absoluto. Incluido, obviamente, el universitario (¿qué fue de “aquello” de Bolonia?). La lista de Shanghai no deja lugar a dudas y comprendo que Miguel Ángel omita sistemáticamente hablar de ello. Desde el año 1990 algo se torció y no deja de torcerse. Los políticos han convertido la educación en una herramienta electoralista. La formación inicial del profesorado sigue siendo inexistente (el CAP, que impartían precisamente las universidades era lo que todos sabemos; el Máster, que imparten los mismos es el CAP multiplicado por dos). La formación continua también lo es, en la medida que aún siendo una obligación moral, no lo es a ningún otro efecto. Y así se suceden los años, las décadas.
Amigo Miguel Ángel: me vas a permitir que en esta ocasión ponga el enlace de un artículo que publiqué sobre los miedos infantiles en los diarios digitales en los que escribo por si algún lector o lectora está interesado en su lectura, pues, como bien sabes, una de las líneas de investigación que llevo es el estudio de las emociones y sentimientos de los escolares a través del dibujo.
Un abrazo desde Córdoba.
http://www.montilladigital.com/2011/07/el-dibujo-de-la-familia-los-miedos.html
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Hola Miguel Angel, soy una de las hijas de la niña que atemorizaban con el pozo,me ha gustado ver escrita la historia que nos cuenta mi madre sobre su primer acercamiento a la enseñanza institucional.
Yo también soy profesora y ando buscando una manera de mejorar mi práctica docente. En muchas ocasiones culpamos a nuestros alumnos, a sus familias y a la sociedad que los envuelven (y una gran parte de responsabilidad tienen),pero hay cosas que no podemos cambiar de su ambiente socio-cultural y familiar. Creo que debemos comenzar por nosotros mismos y preguntarnos :¿Qué puedo hacer para ayudar a mis alumnos?
A veces, me encuentro mandando silencio a voces…..¡qué manera tan paradójica de buscar el silencio”
Saludos
Lola
Querida Lola:
Mil gracias por leerme y por participar con tu comentario.
Ya veo que perteneces a una familia docente. Enhorabuena.
Comparto plenamente la segunda parte de tu comentario. Solamente con un planteamiento humilde y comprometido podremos mejorar nuestras prácticas docentes. Si solo pedimos a los demás que mejoren, estamos condenados a repetir nuestros errores y a mantener nuestras limitaciones. Eso digo en un artículo de este blog titulado “La culpa es de la vaca”.
La paradoja de pedir silencio a gritos se ve multiplicada en otras muchas: educar la creatividad al dictado, pedir silencio al comenzar la clase de lengua o exigir trabajo cooperativo sin hablarnos con algún colega… Vivir para ver.
Gracias y Enhorabuena.
Saludos efusivos a tu mamá.
Miguel A. Santos
Gracias a mis más madrugadores comentaristas Loly y Juan Miguel.
Y gracias a Aureliano por el enlace.
Muchas veces los comentarios son mejores que el texto que los ha suscitado.
Así da gusto.
Miguel A. Santos
El miedo no es un buen camino para desarrollarse y crecer,
El camino más efectivo es el amor.
Un cordial saludo a todos los lectores, al autor del artículo y a la niña que se escapó del pozo.
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¡Ufff, que miedo!, ¡ufff, que recuerdos!.
Tantos,que el recuerdo es confuso y desordenado.
Cierto maestro. Dice bien. Es histórico, viene de lejos, y por desgracia, todavía abunda. Lo sentí de pequeñito, y lo he visto ahora en mis hijos. Y como la protagonista de su estupenda historia, también encontré la liberación en los libros. Y ahora, procuro inculcar a los mios que la libertad y la responsabilidad, son básicas para la felicidad. Sin temores.
Por añadir un ápice a la reflexión. Me costó mucho liberarme de los miedos infantiles a la idea de Infierno, el fuego eterno devorador de malvados y maldades, que tan normal era en mi época. Ahora, parece que queda lejos todo aquello, pero aunque ya no lo publicitan tanto, -y esperemos que la LOMCE no les dé cancha para volver a lo mismo-, todavía me entristece mucho ver a algunos ancianos atemorizados por aquellos terrores infundados, que con tanta saña les inculcaron para dominarles la voluntad.
Me resulta imposible admitir una educación, cualquiera que sea, sustentada en el miedo y el terror a una autoridad incuestionable, que no permita a los educandos asumir responsable y libremente sus roles. Decían aquello de que la letra con sangre entra, pero en realidad, lo que entraba era un gran rencor por el gusto y el placer de aprender.
Gracias.
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Pues sí, a veces resulta cómodo engañar y conseguir lo que se pretende. En el caso que nos ocupa a través de miedos imaginarios que para el niño son muy reales.
Yo me imagino la angustia de la niña que tenía miedo a que la arrojaran al pozo. No es justo que con mentiras se pretenda intimidar y asustar a las personas, especialmente a los niños, ya que están indefensos ante la superioridad del adulto, especialmente si es padre o profesor.
Afortunadamente el pozo acaba por desaparecer de la mente, lo que no desaparecen son las secuelas.
¿Cuántos niños y niñas han sufrido la angustia del miedo? Miedo a condenarse, a que le tiren a un pozo, a que se los lleve el coco… Miedo al ridículo a que los compañeros se rían, a que el profesor les riña, a que les traten de mala manera…
Los adultos podemos pensar que esas amenazas no tienen importancia pero para los niños son creíbles y terroríficas.
Hay que saber meterse en la cabeza del niño. El tiene su forma de pensar y de sentir.
Acertada y necesaria denuncia. En educación parece que vale todo. Si el fin es bueno todo método parece justificarse. No es así, a mi modo de ver.
Hay que pensar en que hay modos de intervención legítimos e ilegítimos.
Atemorizar, asustar, generar angustia, no es un método aceptable.
Hermoso artículo sobre un tema más que importante. ¿Cuáles son los medios que utilizamos para motivar a nuestros alumnos?
No vale todo, como se nos dice.
Hay métodos que no es que sean ineficaces, es que son indecentes- Porque no tienen en cuenta la dignidad de la persona.
Un niño no debe ser engañado. No vale decir que es por su bien.
Hay que combatir los miedos, no alimentarlos, no cultivarlos, no generarlos.
Los miedos solo generan angustia y miedo.
Los miedos oprimen.
Es preferible cultivar la libertad.
Y eso se hace a través del respeto y del amor.
Saludos.
Artículo para pensar.
¿Qué meeios utilizamos para conseguir lo fines que buscamos?
No todos son de recibo.
Está claro que, desde un punto de vista moral, el fin no justifica los medios.
Y, ¿cómo se puede prescindir de la moral en educación?
Saludos a todos.
Querido amigo y maestro:
Muchas gracias por tu comentario.
Un fuerte abrazo.
A la atención de Aureliano:
He leído con gran atención el contenido del enlace que propone.
Probablemente sea más conocida en estos momentos la grafología, como el estudio de la letra y su relación con las cualidades psicológicas sobre la autoría de la misma. Por eso me ha resultado muy interesante su artículo, dado que sabemos que a través de los dibujos también se pueden expresar distintos sentimientos, lo cual puede proporcionar una información muy útil sobre el desarrollo psicológico del niño/a.
Es un arte, desde luego, y no parece fácil extraer una información fiable. Sin embargo, el planteamiento que usted propone en el que se vislumbra que la información debe encontrarse debidamente contextualizada, considerando el nivel psicoevolutivo del pequeño -es cierto, que el momento, la edad, constituyen factores fundamentales en el análisis-, los caracteres de la figura humana que se resaltan -expone unos ejemplos especialmente interesantes, como el esbozo de la boca, la ausencia de orejas en algún caso, etc.-, así como otros elementos en la investigación, pienso que constituyen un ámbito científico muy relevante, probablemente en desarrollo gracias al método etnográfico que intuyo -corríjame si me equivoco- que está empleando para extraer los datos.
Muchas gracias por su invitación a los contenidos del enlace y, sobre todo, por aportar estos interesantísimos estudios.
Felicidades por su extraordinario trabajo.
Un cordial saludo.