Pronunciar cinco palabras

27 Ago

La escuela ha sido tradicionalmente el dominio de lo cognitivo. En la escuela se pregunta, casi obsesivamente: ¿tú qué sabes? No es tan frecuente escuchar esta pregunta: ¿tú qué sientes? En un lejano artículo reflexionaba con preocupación sobre este tema. Se trata de un trabajo que, de forma significativa, titulé “La cárcel de los sentimientos”. Me refería, claro está, a la escuela. Dos años antes, Alexander Neill había escrito un libro cuyo título constituye un grito de protesta contra la educación academicista, autoritaria, rígida y, frecuentemente, sádica: “Corazones, no sólo cabezas en la escuela”.

Es curioso analizar las reflexiones y valoraciones que hacen los exalumnos respecto a la institución escolar y a la actuación y relaciones con ellos de sus maestros/as. Es la dimensión afectiva la que más insistente y profundamente subrayan. La que de verdad les ha dejado huella. He oído decir muchas veces lo importante que fue para un alumno un maestro que se interesaba por sus problemas, que les conocía por sus nombres, que se relacionaba de forma afectuosa y estimulante con ellos. En definitiva, que les quería. “A ese maestro le importábamos mucho”, “ese maestro creía en nosotros”, “ese maestro nos quería”… Los alumnos aprenden de aquellos profesores a los que aman. Lo decía enfáticamente el famoso pedagogo francés Alain: “Pero, ¡cómo le voy a enseñar algo a este alumno, si no me quiere!”.

La tramas de las emociones y de los afectos se ha mantenido oculta en la escuela. Como si no existiera. Y, sin embargo, todos sabemos que es una parte fundamental de la vida de la institución y de cada uno de sus integrantes. Los sentimientos no se quedan a la puerta cuando se llega a ella. Entran con cada persona. Y dentro de la institución se generan y cultivan otros sentimientos nuevos.

La hegemonía de la dimensión intelectual ha dejado atrofiada la parcela afectiva. Se han silenciado los sentimientos, se ha tratado de confinarlos a la esfera privada, se les ha controlado y castigado. Especialmente en los hombres. Y se han ridiculizado en las mujeres. Nadie ha sido considerado excesivamente inteligente, pero se ha calificado a las personas especialmente afectivas con el adjetivo peyorativo de “sentimentaloides”, de “sensibleras”.

“En el colegio se aprende historia, geografía, matemáticas, lengua, dibujo, gimnasia… Pero, ¿qué se aprende con respecto a la afectividad? Nada. Absolutamente nada sobre cómo intervenir cuando se desencadena un conflicto. Absolutamente nada sobre el duelo, el control del miedo o la expresión de la cólera” , dice Filliozat.

A pesar de que se planteaba el desarrollo integral de los individuos como el fin fundamental de la escuela, se solía dejar al margen la preocupación por la educación sentimental. Curiosamente, Porque la vida emocional es la base de la felicidad humana. También porque una buena relación afectiva constituye un medio sine qua non para el aprendizaje. Y porque, a fin de cuentas, la falta de una buena disposición hacia sí mismo y hacia los otros convierte el conocimiento adquirido en un arma peligrosa. Sin una disposición positiva hacia el aprendizaje no se aprende. Sin una relación positiva con los otros es fácil utilizar el conocimiento adquirido contra ellos. Si se utiliza el saber para oprimir, humillar, explotar, matar, engañar a los demás, ¿merecería la pena tener conocimientos?”. Fueron médicos muy bien preparados, ingenieros muy bien formados y enfermeras muy capacitadas en su oficio los profesionales que diseñaron las cámaras de gas en la segunda guerra mundial. Más les hubiera valido a las víctimas que sus verdugos no hubieran sabido tanto.

La “alfabetización emocional” nos enfrenta a ellas de forma constante y de ellas depende, en buena parte, nuestra felicidad o nuestra desgracia:

Ahora: Los aplazamientos son una lacra de las actuaciones psicológicas. “Mañana lo haré”, “otro día lo pederé”, “todavía es pronto”, “no estoy en condiciones”, “la otra persona no lo podrá entender todavía”… son excusas que se suceden interminablemente.

Más: La insatisfacción nos tiene que poner en condiciones de exigir más, pedir más, desear y expresar el incremento del afecto, de la atención, del respeto… estará en manos del otro concederlo, pero cada uno no debe renunciar a pedirlo.

No: La capacidad de decir no es muy compleja y difícil. Hay quien no es capaz de rechazar una demanda. Y, como consecuencia, lleva encima de sí una condena insoportable.

Basta: Hay personas que arrastran una carga superior a sus fuerzas. No son capaces de desembarazarse de ella. Una relación patológica, una dependencia enfermiza, un situación de opresión, de malos tratos… Es preciso aprender a decir ¡basta!

Ayuda: Hay personas incapaces de solicitar ayuda cuando realmente la necesitan. Por orgullo, por miedo al rechazo, por considerar que su problema no tiene solución. Solicitar ayuda es ya una forma de ponerse en el camino de la solución.

Parece fácil pronunciar de forma convencida y convincente estas palabras, pero la realidad psicológica de cada persona nos muestra la gran dificultad de su aprendizaje.

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