Me cuenta el director de una escuela que se decidió a participar en el proceso de selección de directores porque le forzaron. Es decir, porque un grupo de colegas le instó a que concursase para evitar que otros, menos «competentes» a su juicio, accediesen al cargo. Él no quería, dice, pero no tuvo más remedio.
– «Entre todos me empujaron».
La confidencia me ha llevado a escribir estas líneas y a pensar en los innumerables actos que realizamos forzados por agentes que ponen en entredicho la libertad.
El empujón viene, a veces, de al lado, a veces de arriba. e, incluso, de abajo. Algunos asumen un cargo o toman una decisión contra su voluntad porque alguien les obliga con amenazas, promesas o engaños. Quien dice un cargo, dice el matrimonio o la carrera o la acción heroica que se le antoje al amigo del empujón. A esos héroes a la fuerza les sucede lo que pasó al protagonista de la siguiente historia.
En un importante puerto de mar se está celebrando la ceremonia de botadura de un barco. Autoridades, músicos y público disfrutan del espectáculo en una tarde soleada. Alguien estrella la botella de champán contra la proa del enorme barco. En éstas, un niño cae al agua. Es evidente que no sabe nadar. Se está ahogando.
Todos están enmudecidos por el estupor. Nadie hace nada. La altura desde el agua es muy elevada y existe riesgo para quien quiera rescatar al niño. De pronto, provocando la admiración y la emoción más intensa, un hombre salta al agua, Está vestido y nada con dificultad. Se acerca hacia el niño del que solamente se ve ya la coronilla. Lo agarra firmemente, nada con él a la espalda y se aleja en dirección a la playa. Se ve a lo lejos cómo el héroe pone al niño boca abajo y le hace expulsar el agua que inunda sus pulmones. Algunos curiosos corren hacia ellos. Pronto regresa el valiente nadador con el niño en los brazos. Le rodean, llenos de asombro, los espectadores que han corrido hacia la playa. ‘
El aplauso es atronador. Los gritos de admiración y los «bravo»: aclaman al salvador del pequeño. Todos le miran asombrados, llenos de gratitud. Alguien le ofrece generosamente su chaqueta. Las autoridades, allí mismo, deciden hacerle un homenaje y concederle una distinción. Los padres del niño, que han llegado asustados, avisados por algún amigo, le abrazan dándole las gracias por su acto heroico.
– Gracias, gracias por salvar la vida a mi hijo, con riesgo de la suya. Le estaremos eternamente agradecidos.
Cuando se reanuda la ceremonia, el improvisado héroe, le dice entre dientes a quien tiene al lado:
– Y, ahora, lo que yo quiero saber, es quién ha sido el desgraciado que me ha empujado y me ha tirado al agua.
No había sido un acto voluntario, no había sido un acto valiente sino el fruto de una decisión ajena. No tuvo más remedio que salvar al niño. Si la gente hubiera sabido que no tuvo la intención de lanzarse al agua le hubiera propiciado una lluvia de insultos y de agresiones, en lugar de aplausos y vítores.
Si no hay libertad, no hay valentía. Dice José Antonio Marina en su último libro titulado «Anatomía del miedo. Un tratado sobre la valentía»: «El emparejamiento de la valentía con la libertad no es casual. La valentía es la libertad en acto».
El aplauso que recibe este héroe a la fuerza es completamente inmerecido. Salva al niño, sí, pero la decisión no ha surgido de su voluntad sino de una fuerza ajena que lo ha empujado al mar. Hecho que me lleva a preguntarme por lo que hacemos libremente y por lo que hacemos como fruto de imposiciones legales, empujones psicológicos y presiones sociales.
¿Cuántas veces en la vida, obramos por decisión de otros? ¿Cuántas veces nos empujan en una dirección u otra sin que nosotros queramos de verdad hacer lo que hacemos o ir donde vamos? ¿Cuántas veces nos arrastran los acontecimientos o las circunstancias?
Son muchas las coacciones y las limitaciones de las que los humanos podemos (y debemos) liberarnos: unas proceden de nuestro propio interior, otras de agentes externos que, de una u otra forma, nos obligan a obrar por la fuerza.
Pondré algunos ejemplos de coacciones interiores, surgidas de nuestro propio interior.
Una de ellas es el miedo. La libertad es sólo la posibilidad de liberarse de algo. Otra de las coacciones de la que podemos liberarnos es la ignorancia, por eso es también valentía la búsqueda del conocimiento, como dijo Sócrates. La tiranía, la envidia, el odio, la pereza, la adicción y la furia constituyen potentes frenos de la libertad y de la valentía. Atan las alas de la acción generosa.
Los agentes externos nos imponen la forma de actuar bajo amenazas o promesas. O a través de la indoctrinación, es decir de la imposición de valores. Un caso típico es el entrenamiento de los soldados para la guerra. La instrucción genera automatismos que llevan a una obediencia ciega.
Jimmy Masse lo explica en su reciente libro «Cowboys del infierno»: «Primero te agotan físicamente y después empiezan abusos verbales: te insultan, te escupen, te empujan, se te mean encima… hasta que anulan tu personalidad y comienza la reprogramación».
Los fanatismos diversos forman personas que se vuelven incapaces de pensar y de decidir por sí mismas. Las aparentes acciones heroicas de los fanáticos no son más que actos de obediencia o de estupidez.
Los que se dejan llevar por no ser capaces de decir no, tienen en el pecado la penitencia. Acaban haciendo lo que nunca habían deseado. Mi amigo el director, lanzado al mar de las responsabilidades contra su voluntad, está haciendo lo que en realidad no quería. Pero claro, una vez en el agua, hace bien en nadar y en ayudar al personal a salvarse del naufragio. Hubiera sido peor abandonarse a la ley de las aguas y dejarse ahogar pasiva y tristemente. El héroe improvisado de nuestra historia, al fin y a la postre, salvó al niño de la muerte. Quizás sea cierta la afirmación de Romain Rolland: «Un héroe es aquel que hace lo que puede».
Héroes por azar
10
Mar
Preguntemonos también cuantas veces nos encontramos en situaciones de «empujar» a otros a tirarse al mar.
Alumnos, hijos,amigos o enemigos. Tantas veces creemos que el otro solo necesita un empujón para emprender aquello que nos parece lo mejor para el otro. Cuando niñas o niños nos dicen tantas veces no me gusta o no quiero, sentimos la responsabilidad de que hagan lo que nos parece mejor. «tiene muchas dotes para el teatro» dice alguién y allí va nuestra hija que ni le gusta, ni tiene ganas, ni intención de subir jamás a un escenario.
Estos empujones en la educación, doméstica o institucionalizada suceden muy a menudo.
Eso sí, si ves que necesito un empujón, no dudes en dármelo…
El hombre no es más libre porque actue «voluntariamente». Cuando hacemos las cosas porque queremos, por reforzamiento positivo, no percibimos las causas porque seguramente están lejanas, no somos conscientes de los valores que presiones y educaciones varias nos inculcaron. Sólo somos conscientes de las presiones negativas porque las obligaciones son más explícitas y generalmente desagradables, no queremos hacerlas. El hombre no es libre, otra cosa es que se sienta obligado a elegir o a hacer cosas, o no. Y los valores positivos o negativos que conllevan cada uno de nuestros actos solo depende de cada sociedad.
Tampoco somos libres para aplaudir o no esta acción y reconocerla como valiente. Hacemos lo que estamos educados para hacer. En un articulo anterior de este blog, cuando otro «héroe» salvó a otro niño, la madre de infante salvado de morir ahogado se volvió hacia su salvador y le dijo, malhumorada: «Oye, espera un momento. El niño llevaba unas gafas y un gorro de baño. ¿Dónde están? ¿Por qué no los has traído?»
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Si que somos libres y eso es lo mejor que tenemos los seres humanos. Ese maravilloso poder de elegir, de decidir, de optar. Si no tuvieramos libertad seríamos robots, máquinas. La libertad hace que cada acto de nuestra vida sea único y especial. Y claro que tenemos la libertad de decidir si queremos ser heroes… Yo quiero libremente, sin que nadie me empuje. Que triste sería la vida si no existiera la libertad…