La injusticia de la lentitud

3 Mar

Justicia y Tiempo

No hay democracia que se precie sin un buen sistema judicial. Su independencia del poder político, el rigor de los argumentos, la justicia de sus fallos son cuestiones de indudable importancia. Pero una cuestión que preocupa a la ciudadanía, sea del signo político que sea, es la demora de los juicios y de las sentencias. Porque, aunque el fallo sea justo, se convierte en injusto cuando llega excesivamente tarde.
Muchas personas tienen experiencia (propia o ajena) de casos escandalosos de demora. Llega una sentencia o una pena de cárcel cuando el culpable ya está integrado en la sociedad y es padre responsable de un precioso hijo. Se celebra un juicio cuando ya ni vive el denunciante. Se produce un fallo cuando ya ni tiene sentido.
Quiero hacer referencia a uno en el que todavía estoy inmerso. Hace más de diez años (yo mismo me asusto al escribir esta cifra: ¡más de diez años!) el Departamento universitario al que pertenezco y que entonces dirigía, presentó tres contenciosos contra el entonces rector de la Universidad de Málaga, Antonio Díez de los Ríos, por unas actuaciones que consideramos arbitrarias, ilegales y discriminatorias. Todavía no se conoce el fallo. Ni aquel rector es ya Rector, ni la situación que se ha derivado de aquellos hechos después de tanto tiempo se parece en nada a la situación de partida. Ni sé ya lo que deseo respecto al contenido del fallo.
No quiero ahora entrar en el intríngulis de asignaturas troncales y optativas, de áreas de conocimiento generales y propias, de Departamentos y Facultades implicados en el conflicto. Y menos en la maniobra que, a mi juicio, inspiró las decisiones del rector. Lo cierto es que el asunto nos llevó a los tribunales. A esa causa dedicamos tiempo, viajes, energías y malhumores sin cuento. Y dinero. El rector nos advirtió que no debíamos pleitear con dinero público aunque él que, presuntamente, había actuado contra la legalidad y la justicia, utilizaría fondos y recursos públicos para defender su actuación.
De lo que hoy quiero ocuparme es de la lentitud insoportable de la justicia para fallar en el caso. Esperando un fallo de la justicia (qué curiosas paradojas ofrece la lengua castellana cuando utiliza la palabra fallo para referirse a la decisión judicial) puedes hacerte viejo. La lentitud de la justicia es una clamorosa injusticia. Lo decía hace ya muchos años Jean de la Bruyère: “Esencial a la justicia es hacerla sin diferirla. Hacerla esperar es injusticia”. Todavía hace más tiempo, dijo Platón: “Nada se parece tanto a la injusticia como la justicia tardía”.
La situación se ha complicado de tal manera que cualquiera que sea ahora el fallo traerá más problemas que soluciones.
En el caso de que todo tenga que volver a la situación de partida, se abren preguntas cuya respuesta resulta complejísima: ¿Han de anularse todas las decisiones tomadas en este tiempo por las personas que accedieron ilegalmente a sus puestos de trabajo? ¿Todos los que han sido seleccionados con sus votos, decaerán en sus derechos? ¿Qué culpa tienen? En el caso de que todo siga como en aquel momento quedó, ¿cómo se puede ahora recurrir ese fallo y entrar en una nuevo período de diligencias?
Es desesperante ver cómo se suceden los días, las semanas, los meses, los años mientras la causa pierde incluso su sentido. ¿Qué hacer? Puedes protestar, pero nada consigues antes la enorme e inoperante maquinaria.
¿Cómo confiar en la justicia? La indignación inicial se ha diluido en el escepticismo y la desgana. A estas alturas ya nada tiene que ver con lo que inicialmente pasó.
No sé cuáles son las causas de esa desesperante lentitud. Si falta personal, si faltan despachos, si faltan medios, si falta interés o responsabilidad, si hay un orden de prelación que hace unas causas se antepongan a otras.
No sé si es incuria, si es dejadez, si es torpeza. No sé si hay maniobras dilatorias. Lo que sé es que los ciudadanos pagamos las consecuencias de esta demora inadmisible.
¿Quién nos devuelve el dinero que pagamos entonces, sacado de nuestros bolsillos? ¿No nos pudieron advertir de que las cosas iban para largo y que era mejor no empezar? ¿Quién no se desalienta a la hora de poner en marcha una denuncia?
Quien lea estas líneas sacará en conclusión que es mejor no protestar, que es mejor callarse, que es preferible aceptar las injusticias porque, si se denuncia, eres nuevamente castigado por el funcionamiento del poder judicial. Esa es una de las peores consecuencias de esa paralización de las causas. “Se te quitan las ganas de protestar”, “te lo piensas antes de iniciar un recurso”, “no merece la pena molestarse”…
El escepticismo se hace mayor cuando el denunciado es una persona que tiene poder. Porque la consecuencia que se puede sacar es que hay que callarse y resignarse y aguantarse cuando un superior comete una injusticia. Porque el súbdito no tiene nada que hacer. Porque, como nos ha pasado a nosotros, después de diez años, vas a estar peor que estabas en un comienzo. Más castigado, más triste y más indignado.
¿A quién reclamamos por los daños y perjuicios, por las horas perdidas, por las esperanzas destruidas, por el dinero esquilmado? ¿A quién reclamamos si el responsable de esta injusticia es precisamente la justicia?
Si de todo esto hablo es precisamente para instar a quien tenga problemas a no callarse. Y para que se proteste también ante esta lentitud inadmisible que nos pone ante una nueva injusticia: la dilación. Decía Marcel Schwob: “Sé justo en el momento preciso. Toda justicia que tarda es injusticia”.

3 respuestas a «La injusticia de la lentitud»

  1. Nunca callarse, nunca bajar los brazos, nunca dejar de luchar por la verdad y la justicia. No puede haber paz sin jsticia, no puede existir la libertad y el amor sin ella.
    A pesar del dolor y la frustración, siempre queda la tranquilidad de haber heco lo correcto. y por sobre todo el ejemplo a los otros de haber obrado bien y justamente.
    Si queremos hacer de este mundo un mundo mejor, cualquiera sea el lugar donde vivamos o trabajemos, este es el camino. Ser fuertes ante las adversidades. Ser valientes ante las dificultades, no tener miedo de defender la verdad. Nada enseña tanto como el ejemplo. Esta manera de ser deja huellas en el corazón de otros y anima y entusiasma a buscar la felicidad en el camino de la justicia.

  2. Me gustaría en primer lugar agradecer y felicitar a Miguel Ángel Santos Guerra por lo acertado de sus análisis. Por otro lado, me gustaría introducir en este debate sobre la Justicia un aspecto que desde hace mucho tiempo me preocupa y que, sinceramente, creo que está poniendo en juego la salud democrática de nuestra sociedad. Se trata del tema de la politización de la Justicia. No puedo comprender cómo se está llegando a estos límites de manipulación política en la que podemos observar como el futuro de una ley o de una sentencia pueda estar en manos de una mayoría de jueces nombrados por los dos grandes partidos políticos y que llevan a cabo su lucha política, legímita siempre que se realice en el ámbito de instituciones como el Parlamente, en los tribunales y en los órganos de gobierno de los jueces. Me parece un auténtico escándalo y un fraude a la democracia. Ante esta situación es preciso levantar la voz, los ciudadanos deberíamos poder mostrar nuestro rechazo y pedir de una vez por todas que la justicia sea imparcial y no un mero instrumento de manipulación en manos de los grandes partidos políticos.

  3. Que pasa con los españoles? O todos somos unos incultos o todos somos unos cobardos, o a partes iguales. ¿Como podemos estar permitiendo que ocurra lo que está ocurriendo en nuestro pais con la Justicia y con los que la administran.
    He sido oficial de la Administraciópn de Justicia y tengo evidentes pruebas de que la Justicia(en la inmensa mayoría de los casos) ampara al delincuente. Sólo en la preocupante lentitud de la misma encuentra protección todos los que la infringen. A los ciudadanos, cuando tenemos la razón o creemos tenerla, nos ABURREN PEREGRINANDO durante años POR LAS DISTINTAS SEDES JUDICIALES, mientras los que han violado nuestros derechos se encuentran tan tranquilos en sus vidas. ¡LLEVOQUINCE AÑOS PLEITEANDO POR UNA GRAN INJUSTICIA¡¡¡.
    y LO ÚNICO QUE VOY A TENER AL FINAL (SI DIOS NO LO REMEDIA) ES LA TRANQUILIDAD DE HABER ECHO LO CORRECTO. Aunque en estos quince años haya perdido no sólo dinero pleiteando, sino lo mas importate: LA SALUD

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.