Me ha impresionado un relato que el premio Nobel de Literatura Paul Auster hace en su libro ‘Brooklin Follies’. Se refiere al filósofo Wittgenstein. Y, más concretamente, a la etapa en que ejerció de maestro en un pequeño pueblo de Austria. Cuenta Auster que en una biografía sobre el filósofo, escrita por Ray Munk, se dice que después de escribir su famoso ‘Tractatus’ cuando era soldado en la primera Guerra Mundial, Wittgenstein consideró que había resuelto todos los problemas de la filosofía y ya no podía ir más lejos en la materia. Se colocó de maestro de escuela en un pueblo perdido de las montañas de Austria, pero resultó que no tenía cualidades para el puesto. Severo, malhumorado, violento incluso, regañaba continuamente a los niños y les pegaba cuando no se sabían la lección. No los cachetes de rigor, sino puñetazos en la cabeza y en la cara, palizas impulsadas por la cólera, que acabaron causando graves traumas a una serie de chicos. Corrió la voz ante aquella indignante conducta y Wittgenstein se vio obligado a renunciar a su puesto.
Pasaron los años, al menos veinte, y para entonces Wittgentein vivía en Cambridge, dedicado de nuevo a la filosofía y convertido ya en un personaje famoso y respetado. Wittgentein atravesó entonces una crisis espiritual y sufrió un grave desequilibrio nervioso . Cuando empezó a recuperarse, decidió que el único modo de recobrar la salud consistía en volver al pasado y pedir humildes disculpas a cada persona a la que hubiera ofendido o perjudicado. Quería pagar la culpa que le corroía las entrañas, limpiar su conciencia y empezar de nuevo. Como es lógico, ese camino lo condujo de nuevo al pequeño pueblo de montaña de Austria. Todos sus antiguos alumnos eran adultos, hombres y mujeres de veinticinco a treinta años, pero el tiempo no había atenuado el recuerdo del violento maestro. Uno por uno, Wittgenstein llamó a su puerta y les pidió perdón por su intolerable crueldad de dos décadas atrás. En ocasiones, llegó literalmente a hincarse de rodillas y suplicar, implorando la absolución de los pecados que había cometido.
Cabría imaginar que una persona que se viera ante tales muestras de sincero arrepentimiento sentiría compasión por el doliente peregrino y acabaría transigiendo, pero de todos los alumnos de Wittgenstein, ni uno sólo estuvo dispuesto a perdonarlo. El dolor que había causado era demasiado profundo, y su odio hacia el maestro trascendía toda posibilidad de gracia.
¿Por qué son tan importantes, tan dolorosas, y tan profundas las heridas que causamos los docentes? ¿Por qué algunas no cicatrizan nunca? En primer porque las causa una persona que debería más bien restañarlas, curarlas, proteger eficazmente de ellas. En segundo lugar, porque las causa una persona que tiene autoridad sobre el alumno o mejor dicho, poder. Autoridad legislativa, evaluadora, experiencial. En tercer lugar porque al profesor le pagan para que realice su tarea. Es decir, que vive (ya sé que mal, aunque en unos sitios mejor que en otros) de ese trabajo. En cuarto lugar porque las heridas se producen en un en niños que todavía no tienen desarrollados los mecanismos de la madurez. En quinto lugar porque se producen en una etapa cargada de plasticidad y de influencias determinantes. En sexto lugar porque el dolor está revestido de una hipócrita falacia: es por tu bien. En séptimo lugar porque suelen ser heridas que se generan a los ojos de todos los compañeros, de toda la comunidad. Son humillantes. En octavo lugar porque algunas veces se hace pensar a las víctimas que se lo tienen bien merecido.
Se dice (es el título de un libro de Cremades) que “Nadie olvida a un buen maestro”. Creo que no es menos verdadero el aserto contrario: Nadie olvida a un mal maestro.
Recuerdo una película española del año 1979 que se titulaba F.E.N., siglas correspondientes a las iniciales de las palabras que daban nombre a una odiosa asignatura del franquismo: Formación del Espíritu Nacional. La película es opera prima del director Antonio Hernández, y está protagonizada por Héctor Alterio, José Luis López Vázquez, Luis Politti, Joaquín Hinoijosa y Laura Cepeda, entre otros, y tiene una excelente fotografía del fallecido Teo Escamilla. El guión es obra del propio director y de un hermano suyo llamado Avelino. Según los hermanos Hernández el colegio (regentado en este caso pore religiosos) es el reinado del miedo y del terror, de la soledad y de la angustia, de la irracional disciplina y el oscurantismo, de la gratuidad torturante, un reducto de atrocidades… donde ronda la tentación del suicidio.
El guión, a mi juicio, es muy sugerente. Dos antiguos alumnos vuelven al colegio donde estudiaron. Aprovechando que es período de vacaciones se apoderan del colegio y someten a un juego revanchista a cuatro profesores y una criada que son los únicos habitantes del edificio. La venganza consiste en cambiar los papeles y tratar a los profesores como éstos les trataron a ellos cuando eran sus alumnos. El poder está ahora en manos de quienes en otro tiempo padecieron su ejercicio por parte de unos maestros despiadados.
Es un ejercicio de indudable interés para facilitar la reflexión sobre muchas prácticas pretendidamente educativas. ¿No es saludable pensar lo que sucedería si hicieran con nosotros lo que nosotros estamos haciendo?
Ya sé que no se puede hacer un juicio justo utilizando criterios del presente para analizar hechos pasados. Es un error frecuente en las revisiones históricas. Las situaciones, los hechos, las actuaciones profesionales sólo pueden ser entendidas desde un enfoque contextual. No podemos comprender el comportamiento de un médico del sigo XVI utilizando los conocimientos que hoy se tienen sobre medicina.
Sin embargo hay comportamientos que son inadmisibles en cualquier época y lugar. Los alumnos de Wittgenstein consideraban inadmisible el comportamiento de su maestro tanto cuando eran niños como cuando eran adultos. Lo que les da la edad adulta es una mayor clarividencia. Y, por supuesto, la plena de libertad de reaccionar como quieran sin padecer consecuencias ingratas. Porque ahora ya no están bajo el poder destructivo que les hizo tanto daño. Ahora son libres para expresarse. Ya no temen ningún daño.
Los alumnos de Wittgenstein
23
Dic
Estimado Miguel Ángel :
Sólo una aclaración a tu artículo, Paul Auster aún no es Premio Nobel de Literatura, aunque no dudo que se lo merezca. Este año se le concedió el Premio Príncipe de Asturias.
Atte.
Domingo Novoa Medina
Excelente relato. Brillante exposición. Seguiré cuidadosamente tu blog
Buenas profe; le recomiendo un programa de radio nacional de españa canal 5 AM 74,7 Khz o 71,9 Khz , que llaman hablando en plata, mejora sensiblemente nuestra forma de expresarnos. Viene a cuento por lo de “hipócrita falacia” en su artículo: las personas son o no hipócritas, cuando se afectan o no sentimientos adversos a los que realmente sienten, es decir una falacia nunca puede serlo, primero por no ser persona segundo porque es en si misma una mentira. Hay que mejorar el trato que se da a los adjectivos calificativos,es parte del fundamento del idioma. Un saludo cordial.
Estoy sorprendido. No conocía ese extremo en Wittgenstein. Sabía que era un déspota etc. pero estos bisos de sadismo, salpicados de crisis nerviosas, me ha dejado batante impactado. No conozco mucho de la vida de este pensador, pero admiro ciertas cosas de su obra que me han servido en mi propia escritura. Cosas que me hacian pensar en él, como una de las personas más sensibles que he podido \
Bueno, muchas gracias. llevaba un tiempo buscando dónde había leído yo esta historia. Saludos
Es gracioso, cuando no sabes mucho de Wittgenstein, piensas en su segunda etapa rodeado de niños como un giro antropológico, una vuelta a las raíces humanas del pensamiento, “Wittgenstein estaba buscando su niño interior para comprender mejor el lenguaje y al ser humano”. Alucina…lo que hace la deificación de los “papás” de nuestra cultura europea. Conste que admiro mucho su filosofía, pero vaya monstruito (cómo debió tratarles para que lo echaran en aquella época en la que un tironcito de orejas era lo habitual).
P.d. Respecto a la “hipócrita falacia” yo no lo veo grave (se entiende, ¿no?). Tampoco “La lejanía es de limón y violeta” de Machado es semánticamente correcto…
Querido Miguel:
Si mal no recuerdo cuando leí el libro de Auster que cuanta esta experiencia del gran filósofo, la etapa de maestro fue anterior, no posterior a su producción filosófica, por cierto extraordinaria.
La dura actitud de sus alumnos se explica porque la mano que causa heridas es la que tiene la misión de curar.
Un gran abrazo.
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En un pueblo de Castilla, fui víctima de un “maestro” sádico, practicante de la “pedagogía negra”. Cada día nos preguntaba si habíamos hecho los deberes, anticipando que a quien no los tuviera hechos le pondría “las muelas en el techo”. Nos “tomaba” la lección de memoria, quien se equivocaba, su humillación era la actitud más común. A menudo giraba su anillo ( un solitario con una gran piedra roja) hacia su palma de la mano y procedía a pegar en la cara y la cabeza sin compasión. Su lema:” La letra con sangre entra”. Vomitaba cada día antes de ir a la escuela. Me hicieron muchas pruebas y no encontraban ningún problema orgánico. De mi generación, solo fui yo a la universidad, tuve la suerte de tener un adulto significativo que va ser mi tutor de resiliencia. Estudié psicología y trabajo social, dedicándome profesionalmente al trabajo social educativo. Entregada durante 35 años a colaborar en la protección de los derechos de la infancia en general, facilitando asesoramiento al profesorado para crear contextos amables, de confianza, de escucha atenta, activa y empática. Transmitiendo un enfoque restaurativo global en la gestión de conflictos (tanto en la escuela como en la familia) y la aplicación de una ética del cuidado y del buen trato a todo el alumnado en especial de los más vulnerables.
Tu artículo me ha resonado enormemente. Gracias
Querida Kari:
Qué experiencia la de tu vida. Qué terrible la primera parte de tu escolaridad con un maestro como el que tuviste la desgracia de coincidir.Y
Y qué hermosa y significativa evolución la tuya. Digamos que ha recibido golpes y has devuelto caricias, que has recibido crueldad y has devuelto competencia amorosa.
Gracias por compartir tu experiencia. Y enhorabuena por tu actitud resiliente.
“Tu comentario me ha resonado enormemente. Gracias”.
Besos.
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