Cuenta una leyenda persa que, al comienzo de los tiempos, los dioses repartieron la verdad dando a cada persona un trocito, de tal manera que para reconstruirla hace falta poner el trozo de cada uno. No hay parte de la que se pueda prescindir si se quiere reconstruir la verdad. Hay que buscar y recibir la de todos, hay que poner la de cada uno. Verdad y comunicación serían dos caras de la misma moneda.
Traigo a colación esta hermosa leyenda a propósito del debate que ha abierto la Viceconsejería de Educación de nuestra comunidad sobre el documento ‘Ley de Educación en Andalucía, un compromiso compartido, una apuesta por el futuro’. En una resolución de 3 de abril de 2006 se establece el procedimiento para que los centros docentes que lo deseen aporten sugerencias al documento.
La invitación se convierte en una exigencia de participación si tenemos en cuenta nuestra condición de ciudadanos y ciudadanas. En una democracia no podemos ser meros súbditos que acatan las leyes ni meros clientes que transaccionan en el mercado. Hemos de ser ciudadanos de pleno derecho y esforzado ejercicio. Y eso supone participar, opinar, reclamar y, a veces, exigir. Es el momento del debate, de la reflexión compartida, de la palabra audaz. Es el momento de las propuestas, de las iniciativas, de la creatividad. Si ahora no hablamos, no opinamos, no proponemos, ¿no pierde fuerza nuestra crítica descalificadora posterior a la promulgación?
Las leyes suelen gestarse en las alturas de los despachos ministeriales y de los gabinetes de los técnicos. En lugares alejados del pensamiento y el quehacer de la ciudadanía. Los políticos las discuten y las votan en los Parlamentos. Y los ciudadanos las acatan y las cumplen, si no pueden escabullirse de sus imperativos. Las leyes tienen un sentido descendente que las hace muchas veces frías, lejanas y detestables para los ciudadanos y ciudadanas de a pie. Por eso considero oportuna y acertada esta decisión de abrir un debate de la comunidad educativa y social antes de que se llegue a los trámites legislativos. Por eso considero positivo y hondamente democrático este fortalecimiento del discurso crítico y creativo ascendente.
No todos pensamos lo mismo sobre la sociedad, sobre la convivencia, sobre la educación. Afortunadamente. Pero todos nos podemos enriquecer en el diálogo, en el contraste, en la reflexión compartida. Qué aburrida y sosa resultaría una comida en la que sólo hubiera manzanas. La diversidad de aportaciones nos enriquece a todos y a todas.
Hay que romper el pesimismo y el escepticismo. Sabemos que muchas propuestas que se han presentado al poder han sido arrojadas a la papelera sin contemplaciones. Esperemos que no pase esta vez. Está claro que no todas las sugerencias serán incorporadas al documento definitivo. Entre otras causas, porque las que formulen algunos serán contradictorias con las que otros propongan. Además porque la Ley tendrá que mantener una coherencia interna y tendrá que incardinarse en otras Leyes de rango superior, tanto nacionales como internacionales.
Una buena parte de la finalidad de este período de debate se habrá conseguido en el diálogo, en la escucha y en la palabra, en la argumentación rigurosa, en la búsqueda de datos, en el interés puesto, en la pasión comprometida, en el intercambio enriquecedor. No hay que preocuparse: las palabras no se las lleva el viento, como sostiene el cicatero refrán, porque, si sabemos escuchar, anidan en nuestras mentes y en nuestros corazones. No comparto tampoco la filosofía de otro antiguo refrán: “obras son amores y no buenas razones”. No. Palabras son amores. Las palabras son los ladrillos con los que construimos la convivencia. Y la argamasa es el espíritu democrático que las anima.
Se trata de pensar, pero también de relacionarse. Me sumo a la petición de Sebastià Serrano en su hermoso libro ‘El regalo de la comunicación’ que me acaba de obsequiar un amigo: “Pongamos en nuestros ojos y en nuestra mirada unas gotas de afecto y de ternura, de actitud positiva y de gusto por la vida, de creatividad y de gratitud, de humanidad”.
Cada uno ha de aportar su parte de verdad, que la tiene. Y todos hemos de estar humildemente abiertos (especialmente los políticos y los técnicos) a recibir la verdad de los demás. A todos ya todas brindo un eslogan para que el debate sea rico y el momento esperanzador: “Por mí que no quede”. Por mí no quedará. Sin entrar en el contenido del Documento (sobre todos sus puntos me gustaría opinar), quiero, en el breve espacio de esta palestra, aportar cuatro sencillas sugerencias (mi pequeño trocito de verdad):
–Creo que la Ley debería tener más ambición y no limitarse a ser una Ley sobre la escolarización. Debería ser una Ley sobre la educación. Y la educación se produce en muchas esferas y ámbitos de la sociedad. No sólo se educa en el sistema educativo.
–Pienso que habría que ampliar el debate a toda la sociedad. Porque a todos interesa la educación. No sólo a los políticos, a los sindicatos, a las familias con hijos en edad escolar, al alumnado y a los profesionales. La educación, entendida como no sólo como proceso de socialización, es la causa de toda la sociedad.
–Considero que la oposición política no puede quedarse fuera del debate. Porque se oponen al gobierno no a la educación. Su deberes oponerse a lo que haga mal el gobierno, no a todo lo que haga el gobierno. Y esta propuesta pude y debe ser la propuesta de todos porque de todos es la educación.
–Me parece que el tiempo que se ha dado para el debate (abril y mayo) es claramente insuficiente. No se puede acceder a la información, estudiar el documento, debatir sus ideas y sugerencias, hacer propuestas y formalizarlas debidamente en un plazo tan breve de tiempo. ¿Qué prisa corre? ¿Por qué hay que precipitarse? ¿No se corre el riesgo de que, por la brevedad del plazo, el debate se convierta en un simulacro?
La causa merece el esfuerzo y propicia el entusiasmo. Estamos hablando de educación. Es decir, de la mejor solución a los problemas de la desigualdad, de la ignorancia, de la violencia y de la opresión. Estamos hablando de la construcción de una sociedad más justa y hermosa a través de la formación de ciudadanos críticos, competentes, solidarios y compasivos.
Una sociedad compleja, trepidante, multicultural, telemática y vertiginosamente cambiante constituye un reto, una oportunidad y una promesa. También un riesgo. Un riesgo al que se puede hacer frente a través de la educación. Porque no todo progreso está transido por la ética. La historia de Andalucía es una larga carrera entre la educación y la catástrofe.
El viento no se lleva las palabras
22
Abr