En estos días pasados se han multiplicado los artículos, las tertulias y los comentarios sobre el fenómeno del ‘botellón’ o de la ‘botellona’, esa magna congregación de la juventud en la que no se sabe si se habla más que se bebe o se bebe más que se habla. Los jóvenes dicen que tienen derecho a expresarse, a reunirse, a divertirse, a ejercitar su libertad…; los vecinos a quienes los jóvenes hacen la vida imposible dicen que tienen derecho a protestar y a defender su tranquilidad, que los jóvenes son unos sinvergüenzas, que se drogan y se emborrachan, que no respetan a nadie, que gritan como locos, que sólo piensan en divertirse, que lo dejan todo sucio…; las autoridades dicen que tienen derecho a imponer disciplina, a tener la ciudad limpia y ordenada, a no permitir que nadie moleste al prójimo…; los comerciantes dicen que tienen derecho a vender, a defender su negocio, a facilitar las provisiones….
Se habla poco de soluciones que no sean la prohibición. Supongamos que se logra erradicar esta práctica gregaria de diversión juvenil. La pregunta básica seguiría sin tener contestación: ¿Qué hacen los jóvenes? ¿Dónde están? ¿Cómo se divierten? ¿Han aprendido a ser responsables o creen que por ser jóvenes pueden hacer lo que les de la gana sin importar a quién molestan u ofenden? Quiero defender aquí un punto de vista más amplio, más utópico pero, seguramente, más necesario. Se trata de responder a esta inquietante pregunta: ¿Quién se ocupa de educar para el tiempo de ocio?
A muchas personas les ha destruido la vida el hecho de no tener trabajo o de tener un trabajo mal remunerado, o excesivamente rutinario o guiado por unos jefes explotadores, estúpidos y autoritarios…. Pero a otras muchas les ha destruido la vida un ocio mal vivido. Se han dejado arrastrar hacia la droga, hacia el alcohol, hacia la delincuencia, hacia la soledad, hacia el aburrimiento, hacia la pasividad… Líderes indeseables han impuesto su voluntad a los demás de forma sibilina o descarada. Las modas rentables han hecho estragos entre la juventud. Cada día se empieza a beber más abundante y tempranamente. Cada hora avanza y se anticipa el consumo de droga. Esa es la parte negativa del ocio.
Pero tiene también una parte positiva. El tiempo libre tiene una potencia educativa enorme: Posee un valor higiénico respecto al trabajo, permite el cultivo de las relaciones interpersonales ricas y creativas, facilita el ejercicio de la libertad responsable, genera espacios para la meditación (frente a los espacios del negocio y el ajetreo), permite cultivar aficiones que llenan de satisfacción (lectura, música, viajes, deportes…). Hablamos de tiempo libre. Es decir de un ámbito de libertad. No es verdad que mientras no seamos responsables no se nos puede dejar ser libres. Lo cierto es que mientras no seamos libres no podemos llegar a ser responsables.
La escuela, la familia y la sociedad están de espaldas a esta importante tarea. “Cada uno se divierte como puede, no hace falta aprender”, sería la tesis implícita que la realidad desmiente.
Con el fin de tener éxito en el trabajo se organiza la escuela en sus diferentes niveles. El estudiante se prepara para la vida laboral durante la friolera de veinte años. Y luego, en muchas ocasiones, se encuentran con el paro. Para que pueda avanzar con eficacia en esa preparación existe un Ministerio, unas escuelas, unos profesionales, unos curricula, unas editoriales, unas evaluaciones… Pero para que las personas aprendan a divertirse de forma positiva, poco o nada se hace. La escuela organiza su curriculum en torno a las asignaturas (el viernes cierra sus puertas y las vuelve a abrir el lunes, cierra sus puertas al comenzar las vacaciones y las abre de nuevo con el curso siguiente). ¿Y el ocio?
¿Y la familia? ¿Dónde están las familias cuando sus hijos salen de casa para divertirse? ¿Qué les dicen los padres y las madres? ¿Qué influencia tienen los padres sobre los hijos y las hijas? ¿Por qué y cómo se pierde la autoridad?
Algunos padres empiezan a preocuparse cuando un buen día sospechan que su hijo tiene comportamientos inquietantes, amistades indeseables o actitudes alarmantes ante la vida, el trabajo o la propia familia. Ya es, probablemente, tarde. Se han desentendido de la tarea educativa ante el tiempo libre.
Divertirse con ellos
Crear aficiones enriquecedoras
Enseñar a compartir
Desarrollar la creatividad
Invitar a la responsabilidad
Cultivar la amistad
Un padre discute con su hijo la hora de regreso a casa. El padre trata de imponerle una hora que el chico rechaza con sorna. Al final, el hijo le dice al padre:
–¿Sabes lo que te digo? Que volveré a casa cuando me de la gana…
Y el padre precisa:
–Pero ni un minuto más tarde, ¿eh?
Creo que el problema empieza a fraguarse con el desentendimiento desde edad temprana de un factor tan importante para la vida como es la educación para el ocio. Los padres y las madres no se divierten con sus hijos, no saben lo que hacen, ingenuamente se lo creen todo…
Cuando la sociedad da la espalda al tiempo de ocio de los jóvenes, acude de forma rápida el comercio, la industria, el espectáculo. Ah, ¿que no sabes qué hacer? Yo te voy a solucionar el problema, dice el negocio. Muchos hacen su agosto vendiendo alcohol, droga, sexo, música o espectáculo. Los centros comerciales son las nuevas catedrales del siglo XXI.
La sociedad se mueve por intereses económicos. El mundo de los adultos les dice a los jóvenes que no tienen que fumar, que no tienen que drogarse, que no tienen que beber. Pero son adultos también los que hacen su agosto vendiéndoles tabaco, droga y alcohol. Sociedad hipócrita.
Los intereses comerciales están por encima de todo. De la felicidad de los demás, de la moral, de la dignidad y del bien común. Franceco Tonucci le pregunta a los niños cómo les gustaría que fuera su ciudad. Un niño, en cierta ocasión, le dijo:
–Queremos jugar gratis.
Qué elocuente y significativa respuesta. Qué inquietante. Para pensar algunas cosas y para hacer muchas más.
Pero, ni un minuto más tarde, ¿eh?
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Mar