Vivimos en la era de la distracción, en la era de las interrupciones. Cada segundo recibimos propuestas para pensar en algo diferente a lo que estábamos pensando, para hacer algo distinto a lo que estábamos haciendo. Es difícil concentrar la atención de forma prolongada en algo o alguien porque los reclamos que demandan el cambio de foco son permanentes, multifacéticos y poderosos. En definitiva, que es muy fácil perder el hilo.
El mando del televisor, el teléfono y el ordenador son tres símbolos elocuentes de estos reclamos. El mando a distancia del televisor es un instrumento que utilizamos para hacer saltos frecuentes de una cadena a otra, de un programa a otro. Las interrupciones de las películas a través de bloques de anuncios son más largas que la propia película. Y luego, cada bloque de publicidad nos hace saltar en una fracción de segundo de un coche a un gel, de una lavadora a una compresa, de una hamburguesa a una batidora. Cualquier telediario nos lleva en unos segundos de la guerra de Irak a un premio literario, de una inauguración a un partido de tenis, de un incendio a una detención policial. (Conozco a un apasionado telespectador que sigue dos o tres películas simultáneamente).
Otro instrumento que nos ayuda a saltar con facilidad de una asunto a otro, de una persona a otra, de un lugar a otro, es el teléfono mal llamado móvil (porque, en realidad, no se mueve). Sería más preciso denominarlo portátil. La llamada de teléfono puede interrumpir una clase, un acto de amor, una conversación, una comida, un concierto o una ceremonia religiosa (decía un párroco bienhumarado a sus feligreses antes de comenzar la misa: se sabe que Dios se comunica con las personas a través de medios insospechados, pero todavía no se ha demostrado que lo haga a través del teléfono móvil; apáguenlo, por favor). El sonido del teléfono nos dice imperativamente: “Me da igual lo que estabas haciendo. Ahora me atiendes a mí”. Eso es lo que parece pensar quien ha marcado el número.
Los mensajes cortos (y sus abreviaturas) imprimen a las conversaciones un ritmo apresurado. Son más baratos que una conversación y menos comprometidos. Te llevan poco tiempo. Cuando comienzas una conversación, sabes cuándo la comienzas, pero no cuándo la vas a terminar. Sin embargo sabes que escribir un mensaje breve te llevará unos segundos. Que no te puedes ni se pueden enrollar, vamos. No es fácil profundizar en un tema cualquiera a través de SMS. El medio condiciona sustancialmente el mensaje.
A los niños les duran los juguetes unos segundos, hay utensilios de usar y tirar (desde máquinas de fotos a cuchillas de afeitar), la información de la prensa tiene una fugacidad desconcertante, la moda cambia con celeridad inusitada… Todo es provisional, transitorio, fugaz..
Hay, a mi juicio, cuatro fenómenos que están en la base de que ésta sea la era de la distracción. Uno es la aceleración constante y creciente en la que nos estamos sumergiendo. Cada día tenemos más prisa. Otro es la superficialidad. Esa preocupante actitud que conduce a la trivialización de todas las cosas, de todas las relaciones, de todas las personas. Nos invade un sunami de superficialidad. Un tercero es la falta de voluntad. Se ha perdido la voluntad, como recuerda José Antonio Marina en su libro ‘El misterio de la voluntad perdida’. Un cuarto fenómeno es la actuación de las personas por el interés, no por la lealtad, no por los principios éticos que deben regir el comportamiento humano.
En efecto, las casas normandas duran toda la vida. Hace poco he visto cómo en Santander un edificio se venía abajo , “por el mal tiempo”, “por el fuerte viento”. No por un terremoto o por un cataclismo. Por un fuerte viento. Lo que pasa es que las casas normandas no se construyeron para ganar un dinero rápido y fácil Hoy muchas casas se hacen bajo este lema casi obsesivo: ganar mucho, rápida y fácilmente.
Hay tres dimensiones personales en las que se está imponiendo la interrupción de forma especialmente intensa. La primera de ellas es el trabajo. No suele haber hoy trabajos para toda la vida. Se producen interrupciones casi constantes en las tareas que realizan las personas. Los cambios son frecuentes. Este hecho lleva consigo consecuencias importantes para la elección, formación, y la organización del empleo.
Otra es la amistad. El problema no consiste en no encontrar amigos. El problema está en mantenerlos, en cuidarlos, en cultivarlos. En definitiva, en ser leales a ellos. Qué cantidad de amistades fugaces (binomio casi tan contradictorio como el de nieve frita). “Era mi amigo” es un contrasentido. “Llévame en tu corazón”, le dice Horacio a Hamlet. Así, sencillamente, sin condiciones, sin exigencias, sin precios, sin plazos, sin hipotecas, sin amenazas. La esencia del sentimiento amistoso es la lealtad. Lealtad significa etimológicamente ‘estar con’.
El tercero es el amor. Basta ver un programa del corazón o leer una revista de la prensa rosa para ver con qué facilidad se cambia de pareja. Aparecen terceras personas, se produce el cansancio, se presenta una dificultad, se realiza un montaje. Resulta hoy peculiarmente cierta la frase de Fernández Flórez: “Te querré eternamente hasta el jueves”.
El entusiasmo de hoy puede dar paso a la indiferencia, a la antipatía o a la agresividad de mañana. En una historia del maravilloso poema de Atarr, titulada ‘La conferencia de los pájaros’, se cuenta que una hermosa pero caprichosa princesa ve a un joven mendigo dormido sobre una piedra junto a la carretera. La princesa se siente atraída por él y ordena que lo lleven a su palacio. Las doncellas, después de bañarlo, le aplican un masaje con preciosos ungüentos, lo visten con ropas de la más fina seda y, por último, lo conducen aturdido y perplejo ante la princesa. Ambos comen juntos. Para el joven, que siempre está hambriento, la comida es una bendición. Posteriormente, hacen el amor y gozan de una noche de éxtasis. Pero la princesa se cansa de la presencia del joven, que está dormido, y ordena a sus doncellas que le lleven de nuevo al lugar donde lo hallaron. Cuando el pobre se despierta, recuerda con toda nitidez los sublimes placeres de la noche anterior. Es como despertar de un sueño extraordinario. La princesa se ha olvidado de él. O quizá ésta nunca existió. Pero la piel del joven exhala todavía los fragantes y regios perfumes.
Cada vez son más frecuentes las historias de amor y de amistad que responden al esquema de “si te he visto, no me acuerdo”. No importa, parecen decir quienes las protagonizan. La vida está llamando a la puerta ofreciéndonos otra historia probablemente igual de fugaz. Y a vivir, que son dos días.
La era de la distracción
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Mar